Los versos sueltos de Castelo
Algunos todavía nos acordamos de sus sonoras carcajadas. Santiago Castelo no podía reprimirse ante el sentido del humor del genial Martín Ferrand en la lección inaugural del Máster de ABC, hace algo más de un mes. Extremeño hasta la médula, Castelo no ha perdido ni un ápice del acento de Granja de Torrehermosa, el pueblo pacense donde nació. Niño de la posguerra, parece difícil imaginarlo con unos pantalones cortos y una bicicleta recorriendo la campiña del centro de España. Pero esas tardes eternas de la meseta han marcado profundamente a este pata negra de ABC. Recuerda con anhelo cómo su tierra se fue vaciando, en un relato sentido de lo que significó la emigración en España.
Aunque acabó decantándose por la rama periodística, la sangre de poeta siempre ha corrido por sus venas y confiesa, con cierta añoranza, que su madre fue su principal y única censura. Castelo recuerda cómo alrededor de una mesa camilla y disfrutando de un paquete de pipas hizo sus primeros pinitos en periodismo. Los ocho pequeños redactores de Granja de Torrehermosa escribían a mano los artículos, mientras el equipo femenino cosía los ejemplares. Lo cierto es que al final el pueblo pudo disfrutar de un periodismo hiperlocal de primer orden. Sin duda, una vanguardia para la época.
En octubre de 1964, Castelo se trasladó a Madrid, donde surgió una lucha interna entre el niño al que le brillaban los ojos por la novedad de la gran ciudad y la tristeza del muchacho sensible que dejaba atrás toda su infancia. Finalmente, la capital ha cuidado bien de él: ha sido su ciudad adoptiva desde entonces y al hablar de aquella época se le escapa un «¡cómo era Madrid!», recordando aquella buhardilla bohemia que le acogió y que tantos secretos tendrá guardados. Llegó a Madrid en la época en la que la ciudad comenzaba a bullir de actividad. Empezó de correveidile mientras completaba sus estudios en el instituto Ramiro de Maeztu, porque Castelo fue uno de esos muchos jóvenes que agarró la oportunidad, y que a pesar de trabajar, frecuentaba el instituto por las noches, para terminar bachillerato. Cuando aterrizó en la Escuela Oficial de Periodismo se formó sabiendo que él no quería solo ser periodista, él quería serlo en ABC. Y así fue, más de cuarenta años en el periódico, del que llegó a ser subdirector.
Cuando habla del periódico que le ha visto crecer contagia ese cariño y dan ganas de dejarse la piel porque nos hagan un hueco en él. Castelo eligió ABC por su corte liberal para la época, por el profundo respeto con las ideas y por ser amante del trabajo bien hecho. El diario marcó la diferencia por cobijar entre sus páginas a reputados escritores y mejores firmas, por ser un periódico familiar , estandarte de la cultura y al servicio del teatro y en definitiva por ser el paradigma de la información de la época. ABC ha ido de la mano con la historia de España y su sociedad. Ha vivido momentos decisivos y su nombre ya está escrito en los libros.
Aunque nuestro protagonista confiesa que le gusta la deriva que ha tomado el periódico actual, en el fondo añora esa redacción con olor a goma arábiga y puro, donde los futuros astros del periodismo español se veían las caras en la misma mesa redonda, donde se arreglaban las erratas con pinzas y las mangas de camisa se manchaban de tinta. Castelo se ha impregnado del ambiente de una redacción plagada de tirantes y gafas grandes, ha palpado la información con sus manos y ha vivido el clímax del periodismo español. Quizás por eso la situación actual le sabe a poco y nos confiesa entre bastidores que a veces le habla al ordenador, porque dice que la máquina sabe tanto que no sabe por donde le va a salir. Él prefiere la pluma y las cuartillas que le dejaban los ordenanzas encima de la mesa. Lo cierto es que Castelo es un señor.
Un periodista polifacético que en dos horas tiene tiempo para contar anécdotas, hablar de historia, e incluso recitar en alto una poesía. Es de esas personas que a todos nos hubiera gustado cruzarnos en la redacción, porque es un maestro y rezuma experiencia por los cuatro costados. Definitivamente, y aunque no presuma de ello, Santiago Castelo es la memoria viva de ABC, un periodista con solera, un tesoro para la redacción y un trocito de su historia.