La increíble historia del quiosquero que vendía periódicos
Son las seis y media de la mañana. Jose se despierta como cada día y es su primer comercio el que trae la luz a San Francisco de Sales. Tarda tres cuartos de hora en montar el quiosco. Aunque hace frío, apenas hay ruido y está solo. Aún así disfruta. Poco a poco va sacando todo el material. Coleccionables que no se venden, tabaco para los atrevidos, juguetes para los nietos caprichosos y algún abono de transporte. Falta el buque insignia: la prensa escrita.
Poco a poco va levantando la mañana y Jose comienza su rutina diaria. Conoce bien a sus clientes. Sabe lo que quiere la señora del abrigo negro y el dueño del bar de la esquina. Se adelanta a ellos con un «lo de siempre, ¿verdad?». Le da una piruleta al niño mientras saluda a un vecino de toda la vida que ya no le reconoce porque tiene alzheimer.
Jose regenta el quiosco desde hace 12 años. «Era de un familiar y siempre me llamó la atención», cuenta. Ahora se lamenta. La crisis está azotando ferozmente al negocio. «La gente prescinde del placer de leer el periódico. Estos dos años lo he notado muchísimo», comenta. El exterior del quiosco, repleto de revistas especializadas y semanarios, es un puro escaparate. Solo solicita al proveedor un ejemplar de cada una y la mayoría de las veces tiene que devolverlo y hacer diariamente doble inventario.
Los quiosqueros son grandes observadores de la calle. Desde su negocio analizan el día a día, mientras pasan los años. «Lo mejor del oficio es el cariño de la gente», dice con añoranza. Es el valor añadido de este negocio. Jose es una pieza más del puzle de Moncloa y su profesión está en peligro.
El ocaso de la tinta
«Somos los esclavos del siglo XXI. Sólo gano 25 céntimos por bonobús y una miseria por periódico», afirma. Las ganancias del gremio no están tasadas y se sienten desprotegidos ante «el monstruo» de las grandes cadenas y franquicias. Los quiosqueros no están asociados y se sienten traicionados por la Asociación Nacional de Prensa, que les ningunea.
Los quiosqueros cobran alrededor del 10 por ciento de lo que reciben y no pueden asumir los envites de la competencia. Los periódicos que se regalan y la información volcada de forma inmediata y gratuita en internet son el caldo de cultivo para que las ventas bajen. Sin embargo, Jose en seguida identifica un detonante: «La falta de tiempo del ciudadano de a pie» afirma. «El lector ha dejado de invertir en periódicos, no porque no quiera sino porque no tiene tiempo», afirma. El ritmo de vida y la velocidad a la que va la información eclipsa el modelo tradicional y deja obsoleto al periódico del día.
Jose vende prácticamente el mismo número de periódicos de lunes a viernes que los fines de semana. Un dato muy revelador. Si se analiza desde el punto de vista del distrito, es claro que la edad de los vecinos influye. Al ser un barrio de toda la vida, muchas personas mayores tienen la costumbre de comprar la prensa a diario. Pero lo verdaderamente llamativo es la subida de ventas del fin de semana. Es evidente que todavía no se renuncia radicalmente a un buen desayuno con la prensa en la mano, cuando hay tiempo.
Sin embargo la edición web, gratuita y más cómoda hacen que la gente lea la prensa en el metro con un dispositivo que cabe en la mano, en lugar de desplegar la actualidad hecha papel. El quiosquero, consciente de esta ola de vanguardia informativa, mima a sus clientes y defiende a capa y espada su pequeño comercio. Critica sin miedo la devaluación de la calidad del periodismo y lamenta que ya no sea un valor en alza.
Periódico en papel: producto de lujo
¿Es el oficio de quiosquero una profesión a extinguir? Todos los datos apuntan a un futuro incierto. Las innovaciones tecnológicas junto con la nueva era del periodismo, ha hecho que la prensa impresa quede relegada al puro romanticismo de tenerla en tus manos. Parece que la situación está dando un giro y de ser una costumbre está pasando a ser un producto de lujo. Jose tiene la esperanza de que los románticos nunca renuncien al olor de un buen café y al periódico recién comprado.
Quizás eso es lo único que les queda a personas como Jose. Iconos de cualquier barrio y garantes de la información cocinada a fuego lento. Puede que el tiempo les transforme y que el clásico quiosco pase de ser parada diaria obligada a una suerte de «club del gourmet» de la información.
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