Sur

Este fin de semana vamos a la «Castill»

Discoteca Castill
En los últimos años, la discoteca más famosa de Villarejo de Salvanés cambió su nombre: de Castill a Kastill. Foto: M. A.

«Ayer estuve currando por Villarejo y pasé por la puerta de la Castill, me vinieron mil recuerdos…». «Deben inventar una máquina del tiempo para volver a estar allí y vivir de nuevo esos momentos». «Lo mejor de aquello, mi mujer y mi familia. Todo empezó allí…». Una parada clave en la ruta del bakalao.

Estos son algunos de los emotivos comentarios que aparecen en la página de Facebook «Yo también iba a la Castill». Una discoteca que en los años noventa convocaba cada fin de semana a miles de jóvenes en Villarejo de Salvanés, un pueblo de poco más de 7.000 habitantes situado a 47 kilómetros al sureste de Madrid.

Es difícil determinar cuál fue la razón de su éxito. Una persona que trabajó durante muchos años allí, y que prefiere no dar su nombre, ofrece una clave: «Éramos una gran familia. Me acuerdo de cerrar a las seis, irnos 30 ó 40 tíos a desayunar a la churrería y llegar a casa a las nueve de la mañana». Y añade con una sonrisa: «Es que había un ambiente muy sano, sin malos rollos. Eso sí, la gente se ponía hasta arriba de whisky».

Fama nacional

En los primeros años de la década de los noventa, a Castill acudían los vecinos de Villarejo y los jóvenes de los pueblos de alrededor. Un poco más adelante, con la llegada del dj Pedro Balado, adquirió fama nacional. «Había gente que venía aposta en autobús de muchas partes de España para verle en directo. Era de flipar cómo nos presentaba a las 60 personas que en aquellos años trabajábamos allí», cuenta este antiguo trabajador.

Había dos salas: una con música bakalao y otra con española. El aforo podía rondar «las 1.500 personas, pero muchas noches se sobrepasaba». ¿Podía haber ocurrido una tragedia como la del Madrid Arena? «No lo creo. Ten en cuenta que sumando los dos espacios había cinco salidas de emergencia. De hecho, un día alguien soltó un gaseador (una especie de bomba de humo) y la discoteca quedó desalojada en tres minutos», confiesa uno de los empleados.

Entrada a Castill
En los últimos años, entrar a la discoteca costaba 1.500 pesetas. Foto: M. A.

Castill ganó tal fama que se abría jueves, sábados y domingos. «Los viernes no, porque la gente se iba a Happy, otro local de ocio de Villarejo, mientras que los domingos se organizaban concursos de bailes. También uno anual de sevillanas, muy famoso, que daba un millón de pesetas a la pareja ganadora», cuenta Julián Blas, encargado del complejo en el que durante un tiempo además de la discoteca había un mesón con terraza.

De profesión contable, Julián trabajaba en Castill los fines de semana. Dice que no hicieron una campaña de propaganda especial para alcanzar tal prestigio: «Sí que entre semana pegábamos carteles en los pueblos de alrededor, pero la gente venía sobre todo por el boca a boca». No recuerda cuánto recaudaban en una noche, aunque da alguna una pista: «Se podían llegar a vender cien cajas de Coca-cola». Los precios populares favorecían su éxito. «Creo que en 1996 el cubalibre podía valer 600 pesetas», menos de cuatro euros, dice. Y apunta que también antes la gente bebía más que ahora, «en parte porque había menos controles».

Parada en la «Ruta del bakalao»

Castill se hizo tan importante que resultó ser «una parada obligatoria en la ruta del bakalao», en la que muchos jóvenes cogían la autopista Madrid-Valencia, que pasa por Villarejo, e iban de discoteca en discoteca durante varios días sin dormir. ¿Cómo lo hacían? «Evidentemente, a base de hacer trampas, es decir, consumir drogas como la cocaína o pastillas de diferentes tipos. Nosotros intentábamos que a la nuestra nadie pasara con ellas, había 13 personas encargadas de la seguridad, dos de ellas cacheando expresamente a todo el que entraba», cuenta un empleado.

Con los años, las administraciones públicas endurecieron el control de la seguridad vial y también la legislación referente a los espacios nocturnos. «Un día llegué y me encontré con que la Guardia Civil había cerrado una de las salas», recuerda el encargado, que no se atreve a revelar el motivo de la clausura. Los jefes, muchos de ellos hijos de los nueve músicos que «hace cincuenta o sesenta años» fundaron la discoteca, optaron por cerrarla unos meses para hacer obras que adecuaran todo a la ley.

Ahí se acabaron los años de esplendor. Cuando la discoteca se volvió a abrir nunca fue como antes, aunque al principio se seguía llenando de gente. La Ruta del bakalao daba sus últimos coletazos.  El mencionado trabajador apunta una razón: «Empezó a venir gentuza de barrios como Vallecas, Orcasitas o Pan Bendito. Muchos de ellos solo venían a sacar dinero e incluso se pegaban entre ellos. Todas las semanas había peleas gordas».

Mientras, el encargado ofrece otro punto de vista. «Trajeron a un jefe de sala de Valencia que impuso una entrada de 1.500 pesetas y ese dinero muchos padres no se lo podían dar a sus hijos. Los jóvenes empezaron a irse a los pubs y la discoteca se fue vaciando. Incluso cambió el nombre: de Castill pasó a Kastill», dice. Los vecinos también ejercieron presión para su cierre. Por el ruido.

Del otro lado, Juan Díaz, hijo de Cipriano Capolo, uno de los nueve músicos fundadores, cuenta que el local proporcionaba suculento negocio a los bares de alrededor. Recuerda que «al poco de cerrarse Castill un muchacho del pueblo se mató en un accidente de tráfico viniendo de una fiesta en Madrid». Y añade: «Fue entonces cuando los mismos que pedían que se cerrara nos llamaron para que la reabriéramos. Los jóvenes de Villarejo se tenían que ir de marcha fuera». La discoteca echó el cierre en 2002 y los dueños vendieron el terreno en 2008.

Un lugar para los músicos

Pese a que fue una de las discotecas más importantes de la Comunidad de Madrid, son muy pocos los que conocen cómo nació. A través de un grupo de músicos del pueblo que salían a otros municipios a tocar. Como en Villarejo no tenían un lugar en el que reunirse decidieron comprar un terreno con el dinero que recaudaban. Luego se convertiría en la discoteca.

Al principio, el espacio, sin techar, era solo un patio de baile. Más tarde, se cubrió y amplió para acoger un salón de bodas. Y, con el paso de los años, se abrió la discoteca. ¿Por qué Castill? «Por estar al lado del castillo que hay en pleno centro de Villarejo. De hecho, hay unos pasadizos subterráneos que comunicaban ambos sitios», explica Julián. La discoteca llegó a ocupar 5.000 mil metros cuadrados.

En la actualidad, parte de ese terreno se ha convertido en el parking del Mercadona de Villarrejo. Pero el cartel de la discoteca sigue allí. Algunos no pueden evitar recordar aquellos «años de oro». Recientemente, se han celebrado dos fiestas en otro garito del pueblo, que lograron juntar a muchos de los jóvenes, hoy ya padres, que acudían a ella.

¿Podría volver? «Lo veo imposible: por la gran inversión que habría que hacer, por las licencias y porque dudo de que en el casco histórico dejaran ahora montar una discoteca de esas dimensiones», dice el antiguo trabajador. Castill cerró y desde entonces no son pocos los que afirman que, en cuanto a vida noctura se refiere, «Villarejo ha muerto».

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