Norte

El mito del golf que empezó con un palo de escoba

Valentín Barrios en su casa. Foto: Loreto Sánchez Seoane
Valentín Barrios en su casa. Foto: Loreto Sánchez Seoane

Valentín Barrios lleva el golf en las venas. Tanto como para atravesar fronteras metido en el maletero de un coche para asistir a un campeonato, como para pasarse dos días sin comer en un país extranjero. En el campo ha conocido la muerte, como cuando Bing Crosby cayó fulminado a sus pies después de jugar un partido de golf. Pero para él el golf es sobre todo sinónimo de vida: de su vida.

Los comienzos fueron difíciles. Valentín nació dentro de una familia humilde en 1942. Su padre, Roque, era el guardia jurado del Instituto Llorente y vivían en una casa dentro de la finca. En frente, y con tan solo cruzar la carretera de El Pardo, se encontraba el Club de Golf  Puerta de Hierro. Ni Roque ni su mujer Agustina sabían nada de golf, ni se imaginaban que alguien pudiera ganarse la vida jugando a este deporte, reservado al disfrute de la gente adinerada y con tiempo libre. Sus primeros palos se los patrocinó su madre, pero sin saberlo: había encontrado la cabeza de un palo de golf y le había insertado el mango de una escoba. No le duraban «ni un bizcochito», a los tres o cuatros golpes se rompían, pero no tenía otra forma…

Desde que tenía ocho años Valentín se levantaba a las seis de la mañana, cruzaba la carretera de El Pardo y saltaba la alambrada del campo de golf. Allí se pasaba tirando bolas hasta que tenía que ir al colegio a las nueve. Su padre, al ver que su hijo tenía una afición tan grande —que incluso trabajaba de caddie—, hizo un gran esfuerzo económico y le compró tres palos «de verdad». Él estaba encantado de poder dejar, por fin, el palo de la escoba.

Una de esas mañanas le pillaron colándose en el club. «Fue un señor montado a caballo que resultó ser el director. Me preguntó qué hacía por allí. Yo le dije que estaba buscando una bola y entonces me pidió el palo que trataba de esconder detrás de mí. Cuando se lo di, se lo puso en la rodilla, lo partió y me lo devolvió en dos trozos mientras me decía: que sea la última vez que te veo». «No creo que estuviese molestando a nadie a esas horas, ni haciendo nada malo», sentencia Valentín.

No fue la última vez que le pasó, pero la suerte se puso de su lado un par de años más tarde. Con 14 años se presentó al campeonato de tercera categoría y lo ganó, al año siguiente subió a segunda y volvió a quedar el primero. Por fin, con 16 años, le tocaba jugar en la primera categoría. Una apendicitis lo llevó al hospital. «Estando en el hospital me enteré que el campeonato se jugaba cuatro días después. El día del campeonato le dije a mi madre que iba a una fiesta y todavía con los puntos me puse a jugar y ¡quedé segundo!».

Empieza el mito

Roque, su padre, estaba fascinado con las dotes de Valentín. Todos sus ahorros, cinco mil pesetas, se los dio cuando Valentín cumplió 18 años para que fuera a jugar la «Gira del Norte», el campeonato más importante en ese momento en España. Empezaba en Francia, y Valentín consiguió un visado para poder estar en el país dos días. No era suficiente, tendrían que estar ahí 11 días, por lo que Valentín intentó conseguir que le ampliasen el visado. No lo consiguió. «Crucé la frontera metido en el maletero de un taxi». La primera parte de la frontera, con la seguridad francesa, era más fácil, pero al llegar a la española Valentín empezó a tener miedo. La policía los paró y les preguntó si tenían algo que declarar. Desde el maletero oyó cómo su amigo, que era un poco tartamudo, intentaba decir sin mucho acierto: «lo lo lo lo los pa pa los de golf». Gracias a Dios no abrieron el maletero y Valentín pudo cruzar sin más problemas.

Al llegar a San Sebastián, les esperaba un microbús para trasladar a todos los profesionales hasta Bilbao. Otra vez la mala suerte cayó sobre él, y un viaje que normalmente dura dos horas se alargó hasta 12. El microbús no funcionaba muy bien, había que ir añadiendo la gasolina con una lata que iban rellenando de un bidón. Aunque parecía que todo estaba en su contra, Valentín ganó el campeonato y se convirtió en el número uno de la «Gira del norte».

Competiciones internacionales

A partir de aquí todo fue más fácil, profesionalmente hablando. Empezó a viajar por toda Europa y Sudamérica, haciéndose con galardones como el Open de Madrid, Open de Bérgamo en Italia, Lancia de oro en Italia, Open de Portugal en Lisboa, Open del Algarve, dos veces campeón de Europa… Además, fue representante durante tres años de nuestro país en el Mundial de Golf.

Después de este viaje, le llamó uno de sus patrocinadores, la casa Slanzenger, porque querían lanzar una pelota australiana fabricada en Europa. Habían llamado a los que «pegan más fuerte» para ir al aeropuerto de Mallorca a patrocinarla. Valentín lanzó la bola a una distancia de 560 metros, consiguiendo el récord del mundo, que mantuvo durante muchos años.

Todo esto lo llevó a convertirse en uno de los jugadores más importantes de nuestro país, pese a las dificultades había llegado a lo más alto.

Con 33 años, ya casado, se fue a una competición en Francia. Mientras jugaba, notó que el resto estaba hablando de él, pero no le dio más importancia aunque le entró un mal presentimiento. Al acabar el campeonato un taxi lo estaba esperando para llevarlo al aeropuerto. «Tienes que ir al hospital de la Concepción nada más llegar a Madrid». Habían ingresado a su padre, por segunda vez. Cuatro años antes, por problemas circulatorios, había perdido una pierna.

Después de esto Valentín le dijo a su mujer que dejaba de jugar, que no le compensaban los viajes. «La vida es muy injusta, no sé como explicarte». Prefería estar junto a su familia. Desde ese momento y durante 33 años estuvo trabajando en el Club de Golf La Moraleja como profesor y director de la escuela de prácticas. Hoy está jubilado y, como buen golfista, con problemas de espalda.

Texto editado por Cristina Sánchez 

Un comentario en «El mito del golf que empezó con un palo de escoba»

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