Centro

Gran Vía, la calle más pop

Grafiti Metropolis | Foto: J. L. G.

Orígenes

«Las casas olían a miseria, las calles mal empedradas, sucias y estrechas parecían apretarse para ocultar la vergüenza de sus vecinos»

Nos quejamos de las obras, pero las emprendidas en 1910 con ocasión de dar paso a la calle más joven del centro, originaron no pocos dolores de cabeza a los vecinos de Madrid. Lo que iba a durar ocho años y costar 20 millones de pesetas, se comprobó que se alargaría hasta finales de 1931, más de dos décadas después. Eso sin contar la finalización de los edificios. El total del dinero empleado jamás se llegará a conocer.

Realizadas en tres tramos, las obras fueron inauguradas por Alfonso XIII con ayuda de la piqueta real, de oro y plata. Subido a una tribuna, el monarca arremetió con ganas contra la casa del cura, párroco de la cercana iglesia de San José, tal que provocó «un gran desconchón». Entre aplausos y vivas al Rey, fueron apareciendo el resto de obreros encargados de finalizar la demolición. Mientras sonaban los acordes de la Marcha triunfal interpretada por la Banda Municipal, los trabajadores —piquetas en mano—, acometieron su tarea que ese día se gratificaba con un sobresueldo de veinticinco pesetas para los dos con más ahínco. Lo que se dice «dar un buen golpe». El diario La Nueva España titulaba: «Alfonso XIII hinca el pico». La retirada de los escombros se realizaba mediante carros tirados por mulas.

El Oratorio del Caballero de Gracia se salvó de la destrucción. El arquitecto Carlos Luque diseñó en 1916 una fachada falsa para apuntalar el ábside que peligraba al demoler la casa a la cual se encontraba adosado. Aún hoy puede verse a través del hueco del singular muro de granito obra de Feduchi Benlliure. El que corrió peor suerte fue el Colegio de Niñas de Leganés. Demolido, allí se mantenían a salvo de peligros las pequeñas «agraciadas, con buena salud, capacidad intelectual y sin defectos físicos».

 

Cines de estreno

 

Cine Callao y edificio CarrionUna noche de estreno en el cine Callao. Por primera vez atascos de autos en la plaza. Quejas de los peatones. Discusiones. Las mujeres nerviosas ante los carteles de El ángel azul, donde Marlene Dietrich enseña los muslos y muchos asisten por una rubia de las de entonces, al lujoso espectáculo de un cabaré alemán. Al Callao, inaugurado en 1927, le seguirían el Palacio de la Música, el cine Avenida y el Palacio de la Prensa en 1928. El Coliseum, Capitol y Azul en 1933. Rialto e Imperial, en 1935. Y como la disculpa de la espera para entrar a la sala era tan buena excusa para tomar algo como el momento de la salida, por toda la Gran Vía se abrieron cafeterías como Manila o Zahara, o bares americanos donde se servían coktails como en el Bar Chicote.

 

Bar ChicoteAllí el escritor y periodista Ernest Hemingway, en una de las escenas de su obra teatral La quinta columna, «los hombres podían tomar una copa y conversar sin ser molestados». Hemingway, que en los años veinte visitaba la ciudad acompañado por su familia, regresaría a Madrid como corresponsal de la North American Newspaper Alliance durante 1937 y 1938, años de la Guerra Civil. Ya en los cincuenta, volvería para asistir a las corridas de toros. El Chicote fue durante décadas refugio de artistas, políticos o estrellas de Hollywood de paso por la ciudad. Una atmósfera bohemia y cosmopolita que aún conserva.

 

El CapitolLa sala de fiestas Pasapoga, bajo el cine Avenida, junto a los zapatos topolino revolucionarán durante los años del estraperlo la noche de la Gran Vía. Abierta en 1942, allí actuaron Frank Sinatra o Antonio Machín ante las chicas topolino. Esto último venía por el coche italiano. Ellas fueron las primeras contestatarias a la Victoria. Más o menos liberada por el coche del novio, fueron topolino todas las que iban un poco por libre. Con vestidos estampados y zapatos de cuña.

CineMás tarde, en 1947, a Callao llegaría Gilda, con el pelo en cascada y desprendiéndose de unos guantes que dieron al traste con la autarquía, metiéndonos de lleno en la escena internacional del desarrollismo norteamericano. Gracias a Rita Hayworth podemos decir que la guerra había terminado, a pesar de la actualidad relatada por el NODO. Los cines Pompeya, Rex, Gran Vía y Lope de Vega inauguran sus salas en estos años y en todas ellas se llorará la muerte de un torero. Será con Brindis a Manolete, de 1948, dirigida por Florián Rey, aquel que ya había conocido el triunfo en la lejana y anticuada República con la cinta Nobleza baturra, interpretada por la cantante Imperio Argentina, estrella brillante entre las de la farándula de la época.

La movida y los ochenta

Llegan los ochenta, la movida. El Edificio Carrión, conocido popularmente como el edificio Schweppes, aparece hasta en tres portadas diferentes entre 1982 y 1984, todavía sin el cartel de la marca de bebidas. Los primeros fueron Nacha Pop, que utilizaron una foto, a la que le añadieron unas franjas de color verde y rosa, para su disco Buena Disposición, su segundo trabajo.

Siguiendo esta línea pop, Radio Futura hace un collage en el que una antorcha apunta hacia el edificio, en la portada de su disco de 1984 Escuela de Calor. Burning, en el disco de 1984 Noches de Rock And Roll, aparecen atravesando el escenario nocturno de la Plaza de Callao y la Gran Vía. En los noventa, Antonio Flores aparece posando en una moto en la noche de la ciudad, con el tema Felicidades Gran Vía, que da nombre al LP.

Grandes Almacenes

Madrid—París fueron los primeros grandes almacenes de la capital, en el número 32 de la Gran Vía. Inaugurados en 1923, al cabo de diez años la empresa quebró. Hay quien afirma que debido a que sus escaparates se encontraban en la sombra, bajo unos soportales por lo que los paseantes no se adentraban a mirar. En 1931 Madrid—París fue comprado por SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos) que no tardó en realizar una reforma para acercarlos hasta el borde de la acera. Precursor del «todo a cien», los precios de los artículos se fijaron en una, dos, tres, cuatro y cinco pesetas.

Los dos templetes con cúpulas que remataban las esquinas han desaparecido, sustituidas por una escultura del Ave Fénix. La emisora Unión Radio se encontraba situada en este edificio, con sus dos antenas en la azotea. En el edificio actualmente se encuentra la cadena SER.

Edificio Telefónica

Durante la Guerra Civil, la Gran Vía se conocía como la Avenida del quince y medio. Ocupado por los artilleros de las tropas de Franco, el cerro de Garabitas (situado en la Casa de Campo) se convirtió en una pesadilla para los habitantes de Madrid y los vecinos de la Gran Vía. Los obuses alcanzaban hasta la plaza Castelar o el Paseo de la Castellana, motivo por el cual las autoridades decidieron enterrar la fuente de La Cibeles con tierra. Las habitaciones altas de los hoteles de la Gran Vía, bajaban sus tarifas en la medida en que se ascendía por sus plantas y se escuchaba con más fuerza el silbido de los obuses. Estos buscaban hacer blanco en la torre del rascacielos de Telefónica, utilizada por entonces como observatorio militar.

El antiguo Hotel Gran Vía sigue abierto. El ahora Tryp Gran Vía presume en su fachada de haber tenido entre sus clientes a Hemingway. Sin embargo, en su relato La noche antes de la batalla escribe: «El lugar siempre me ponía furioso».

Imágenes de la calle

Con algo de escenario teatral, en películas como Abre los ojos, de Amenábar o El día de la bestia, de Álex de la Iglesia, la Gran Vía aparece como el escenario de una pesadilla.

Suntuosa e irreal, el contraste de la acera del edificio Metrópolis en sombra y la luz que ilumina la otra, la de la Telefónica, crean un foso exuberante de joyerías y tiendas de moda.

La Gran Vía vacía y sin coches impresiona. Una imagen que sólo puede experimentarse a primera hora del día, en la luz del amanecer o el óleo de Antonio López.

 

 Felicidades Gran Vía

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Comercios

Si Gran Vía es centenaria, algunas tiendas sobreviven gracias a su aliento. Éstas son algunas de ellas:

Aldao Joyeros, 1911. Gran Vía, 15. Manuel Fernández Aldao, hijo de un joyero de La Coruña trabajó en el negocio desde los once años.

Así, 1942. Gran Vía, 47. Zapatería, bolsos y artículos de viaje. Desde 1965 se dedica a la creación de muñecas.

Brooking, 1926. Gran Vía, 10. El inglés Charles Brooking se mudó a Madrid tras recorrer parte de Europa dedicado a la joyería.

Casa del Libro, 1918. Gran Vía, 29. El edificio CALPE, de la Compañía anónima de librería, publicaciones y ediciones que se fusiona con la editorial Espasa, da lugar a la Casa del Libro. En la actualidad es la mayor librería de España.

Grassy 1952. Gran Vía, 1. Alexandre Grassy lo abrió junto con el Museo del reloj antiguo.

Hernando 1857. Gran Vía, 71. Prestigiosa camisería. Su mobiliario de Herráiz, suelo de mármol y lámparas de cristal de roca regentado por la cuarta generación familiar.

Loewe 1846. Gran Vía, 8. El alemán Heinrich Loewe llegó a Madrid e instaló un taller de marroquinería.

Tapicerías Peña 1928. Gran Vía, 15. Un antiguo gerente de los Almacenes Rodríguez abrió la tienda especializada en tapices y cojines.

Samaral 1934. Gran Vía, 7. Camisería a medida.

Sanz 1854. Gran Vía, 7. Se trata de la joyería más antigua de Madrid. Antiguamente establecida en la calle Montera, 36.

Telefónica, 1925. Gran Vía, 28. En su tiempo el más alto edificio de España, consta de catorce plantas, además de la torre central. Sus 89,3 metros están recubiertos con piedra arenisca.

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Un comentario en «Gran Vía, la calle más pop»

  • ¡Jo, tío!, Esto no es un artículo, es mucho más, es una guía para conocer a fondo un espacio tan popular y emblématico como la zona de la Gran Vía. Gran Guía, le llamaría yo.

    Bien ambientada y documentada, con sus señas de identidad y su trayectoria a lo largo del siglo pasado, con los personajes que le dieron vida y la dotaron de su propia historia como protagonistas involuntarios, pero importantes a la hora de construir el tejido social que conforma la personalidad de cualquier núcleo de población.

    Me gusta especialmente el vídeo, por la composición aleatoria de las imágenes donde se entremezclan el glamour, los mendigos, la vida urbana, los descuidos municipales, la belleza de unos edificios construídos sin planes de choque y la nostalgia de tiempos pasados, cuando la crisis era una palabra que nadie sabía muy bien su dimensión sin prever que podía llegar a sernos tan familiar.

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