Miguel del Arco y la ‘misio’ de contar historias
Se abre el telón. 15 alumnos están una sala de reuniones con el director y actor Miguel del Arco. A su lado está sentado el crítico de teatro Juan Ignacio García Garzón, encargado de presentarle. Es curioso que un director venga acompañado por un crítico, aquel que ha fotografiado sus obras a través de palabras impresas en hojas de periódico que pocos leen.
Las cifras de asistencia a los espectáculos de artes escénicas y la recaudación de los mismos evidenciaron el peso angustioso de esta crisis que ha caído sobre nosotros como un mamut enfermo. Ante este panorama teatral efervescente, testimonio de la salud creativa e indicador de las inquietudes culturales, morales y sociales de nuestro país, ¿cuál es la postura de los medios de comunicación? En el título quedó expresada: al teatro que le den.
Este texto es un post de Juan Ignacio García Garzón en su blog de FronteraD. Pero las personas no son simples números, ni un gráfico que refleja cifras que suben o bajan. La lucha de un autor para que su obra salga a flote es una batalla imparable que no obedece a las leyes de la oferta y la demanda. Así lo expresó Miguel del Arco, un joven director, actor y bailarín que ha sido conocido por «inyectar gasolina a obras tradicionales», dice García Garzón durante la presentación. El director fue capaz de convertir al personaje de Helena de Troya, una mujer cuya belleza desató guerras en Grecia, en una víctima utilizada por los hombres, en su obra Juicio a una Zorra.
Helena de Troya, y de Esparta, frente al mundo, dispuesta a contar su propia versión de la historia de su vida, condicionada por una belleza sobrenatural convertida tanto en virtud como en castigo. Helena y los hombres, los que la amaron y utilizaron, el que ella amó. Helena y su leyenda de femme fatale, de amante caprichosa y afectos cambiantes.
Fue uno de los textos que el crítico escribió sobre el autor. De nuevo, el retrato de una obra a través de palabras. Y de cartuchos de tinta.
Juan Ignacio termina la presentación, Del Arco empieza a interactuar con los alumnos. Él le observa, anota y pregunta, como siempre ha hecho.
—Cuando me propusieron que viniera a dar una charla al máster no le encontré sentido, pero luego me di cuenta de que el periodismo y el teatro tienen algo que les une: la forma de contar historias –dijo el director.
Historias como las que él escribe en sus obras de teatro, en sus cortometrajes o en sus guiones de serie de televisión; historias como las que Juan Ignacio García Garzón redacta en sus artículos; historias como este texto. El teatro y el periodismo, dos fábricas de historias.
La ‘misio’ literaria
Pero Miguel del Arco no empezó siendo director, sino actor. A los 14 años entró a formar parte de un grupo de teatro semiprofesional con gente muy joven. Sus maestros le inculcaron disciplina en todas las aristas en las que el arte puede cobrar forma: danza, expresión corporal, literatura e interpretación. A los 15 años, sus padres tuvieron que firmarle un permiso especial para que pudiera ir de gira por España. Por aquel entonces quería ser bailarín. Viajó a Estados Unidos y al regresar comenzó a trabajar con el coreógrafo Victor Ullate. «Tenía 18 años y me di cuenta de que no podía levantar la pierna más de noventa grados», dice Del Arco. Así que decidió dejarlo y matricularse en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Ingresó como actor.
Poco a poco empezó a tener trabajos de forma regular, realizando los más variopintos papeles. «Me encontré con todo tipo de personajes, algunos maravillosos y otros deleznables», comenta, pero afirma que el actor es quien debe soportar el peso de las decisiones del equipo creativo. Él se negó a aceptar directrices con las que no estaba de acuerdo. Ese punto de rebeldía le llevó a escribir sus propias obras y a enviarlas a cadenas de televisión.
—Reconozco que he escrito auténticos truños, pero en cinco días me exigían escribir cuarenta páginas para guiones de series de televisión. Tenía que redactar entre ocho y nueve horas al día y así conseguí la disciplina que exige la escritura.
Miguel del Arco pasó de ser actor a escribir sus propias obras y dirigirlas; desarrolló lo que él llama «líneas de pensamiento propio». Como decía el filósofo Javier Gomá, la vocación liteararia «tiene algo, de visio y misio. Uno ve primero una conexión de ideas, y ve que si él no las cuenta se van a desvanecer en el fluir de la vida, entonces siente la compulsión de una misio, que es poner eso por escrito para hacerlo disponible de manera perdurable».
El director no se dio tregua a sí mismo hasta que logró llevar una de sus obras a escena: La función por hacer, escrita en colaboración con Aitor Tejada. Un proyecto realizado con seis actores, un banco y un cuadro. Y con la palabra. Inspirado en Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello. La obra no contaba con el apoyo de ninguna sala, ni presupuesto, pero consiguieron una actuación en un local de ensayo para la gente de la profesión que les llevó a abrirse un hueco en el vestíbulo del Teatro Lara de Madrid.
Algún tiempo después, Miguel del Arco recibió una llamada del productor Juanjo Seoane. Núria Espert había visto la obra y quería que él dirigiese el monólogo shakesperiano La violación de Lucrecia. «Me enamoré de Núria Espert», dice Miguel del Arco.
Pero la misio de Miguel del Arco sigue creando. Su próxima obra será El misántropo, de Molière, que se estrenará el próximo mes de octubre en Avilés.
—¿Sabes que yo le di tu número a Juanjo Seoane? –dice Juan Ignacio García Garzón mientras Miguel habla.
—No tenía ni idea –responde Miguel del Arco.
Una historia escrita de dos maneras distintas: a través del teatro y a través de la tinta que impregna los textos de Juan Ignacio García Garzón en ABC, o en un post en FronteraD –en caso de que los directores piensen que el teatro no interese a los lectores–. Dos autores, una sola misio. Se cierra el telón.