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Lo llaman hamburguesa y no lo es

Elegante entresuelo de Alexandr's | Fotos: J.L.G.
Elegante entresuelo de Alexander’s | Fotos: J.L.G.

He oído decir a Manoli, una asturiana de ochenta años que todas las tardes se sienta en el pedestal de la Venus de la Puerta del Sol, que por espacio de unos minutos se helaba el ir y venir de la calle Montera en los años cincuenta. Era el tiempo que empleaba doña Carmen Polo en descender del coche que transportaba su cuerpo desde El Pardo ‒estacionado en ese momento delante de la Telefónica, en medio de la Gran Vía‒, y recorrer el espacio hasta llegar al McDonald’s, en lo que fuera Alexander’s, la joyería donde un pinche con uniforme de botones dorados, esperaba a los clientes en la puerta para cederles el paso con gesto ya sabido.

Y como esta desvergonzada época no sabe de educación ni buenos modales, las sortijas de brillantes y zafiros bermejos han palidecido hasta el apagado color salmón de una hamburguesa; así como de las gargantillas de perlas, apenas queda en el ambiente la leve evocación de unas burbujas de bebida refrescante servida en vaso de cartón, tapa de plástico y paja negra, por la cual aspirar al momento de descender por la cuesta sin ley del «todo a un euro» que es Montera.

Me acuerdo que hace años, camino de León, cuando esperaba al borde de una carretera comarcal que alguien parase para cogerme, se acercó una furgoneta, se detuvo ante mí y el conductor, que iba solo, me invitó a subir. Tras unos kilómetros de charla, soltó un brazo del volante y señalando hacia atrás me dice:

‒Todos esos pollos que ves ahí están caducados y ya no sirven más que para picarlos y hacer con ellos hamburguesas.

No olía mal. Supongo que con sal y pimienta ganarían en sabor. Carne preparada para el consumo rápido en el elegante entresuelo de Alexander’s, desde el cual puedes ver los culos apretados de las chicas del amor. Putas que se apoyan en los arbolitos de la calle, para mantener su difícil equilibrio sobre unos botines imposibles. El maquillaje decaído por el sudor vertido en pensiones de veinte euros la cama, corrido por las mil embestidas de una pasión a precio de saldo. Del trajín sin fin de esta esquina que no pasa de moda, en que por un billete de veinte pavos puedes vivir un romance al mismo tiempo que te sirven una hamburguesa.

Y para reponerte del encuentro sorbes la Coca‒Cola, cuando de pronto, el potente chorro de agua de la cuba municipal aventa y revuelve con violencia vasos de plástico, latas, cartuchos de papel vacíos… junto a los cartones abandonados precipitadamente, aún calientes por el sueño de un mendigo. Desperdicios que la presión del agua barre a su paso en forma de obsceno revoltijo de placeres de usar y tirar.

Por espacio de unos instantes, las canas quedan suspendidas en el aire húmedo de la madrugada y luego caen al suelo.

2 comentarios en «Lo llaman hamburguesa y no lo es»

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  • ¡Pobres pollos caducados! condenados a convertirse en hamburguesa, que presentada como un bonito regalo y servida en un ambiente moderno y funcional, satisface las necesidades de un importante sector de esta sociedad consumista y un poco alocada, a la que le gusta imitar el tipo de vida americano reflejado en películas y documentales, sin pararse a pensar que, donde esté un cocido madrileño o un buen bocadillo de jamón, no tiene nada que hacer ese filete de carne picada, cuyo nombre nos recuerda la ciudad alemana y que se vende en franquicias de nombre americano.
    Por otra parte, hay que decir que este mercado legal de carne de pollo caducado, es mas aceptable que el mercado marginal de carne humana, que, paralelamente, sobrevive arropado por las sombras de la ciudad.

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