Torrelaguna: donde el poeta Juan de Mena se cayó del burro
A veces parece que Torrelaguna está muy lejos de Madrid, y otras, demasiado cerca. No muchos madrileños la conocen, aunque allí viviera y se casara San Isidro, el patrón de Madrid. Estando tan cerca, la mayoría de los 4800 torrelagunenses duermen en el pueblo y trabajan en la capital. Los que no bajan a Madrid, viven de los restaurantes, el pan o la agricultura. Sobre las suaves colinas y al borde de las terrazas, la torre de su iglesia se levanta con su mirada característica. Mucha gente se pregunta cómo un pueblo tan pequeño puede tener una iglesia tan grande como una catedral. Y la respuesta está en una extensa historia ligada a la de Castilla y España, con sus luces y sombras, marcada precisamente por un hecho: el de no estar muy cerca ni muy lejos de Madrid.
Ahora, la Oficina de Turismo se ha propuesto recuperar la memoria con sus visitas guiadas por los edificios y restos más emblemáticos. Según Berta Guinea, concejala de Turismo, «queremos que las familias y los niños conozcan nuestra historia, que es también la suya». Entre otras cosas, allí se puede averiguar por qué a la iglesia solo le falta un obispo para ser catedral.
En una hora o dos se puede entrar en la iglesia gótica, y ver las fachadas de las casas que los nobles construyeron hace 400 o 500 años. Se puede aprender que durante un tiempo se barajó la posibilidad de abrir en Torrelaguna la Universidad de Alcalá, o que el poeta y secretario real, Juan de Mena, murió en el pueblo al caerse del burro. Que los franceses asolaron la localidad para buscar al “Empecinado” durante la guerra de la Independencia, o que al rey Alfonso XIII le devolvieron un reloj que había olvidado después de lavarse las manos en una pila. Lo cuentan Rocío Rivas, licenciada en Historia y Antropología, la guía María Jesús Torres y sus otras compañeras, y Mariano Cid, antiguo profesor de historia y actual cronista del pueblo, capaz de relatar durante horas y sin fatiga las pequeñas y grandes historias que trajeron a Torrelaguna hasta donde está.
La encrucijada
Durante muchos años, el valle del Jarama y las sierras circundantes se convirtieron en la frontera entre los reinos cristianos y el califato cordobés. Eran unas tierras fértiles atravesadas por caravanas, rebaños de ovejas, cabalgadas y racias, «al estilo del lejano Oeste americano», apunta Mariano. Tan es así, que el río obtuvo su nombre de la palabra que en bereber (Xarama) significa algo así como Río de Nadie. Las atalayas de la sierra vigilaban el valle y cuando se producía el ataque, daban la alerta a través de señales de humo. A poca distancia, los musulmanes administraban la región desde Talamanca (allí reposa la tumba de al menos un emir del califato cordobés).
Los caminos se cruzaban en torno a un grupo de asentamientos que acabaron apiñados junto a una atalaya. Se dice que desde Uceda, un pueblo situado al noreste, la torre parecía estar levantada sobre las lagunas que había en el valle, lo que quizás explique que se llamase al asentamiento Torre del Rey, en el siglo XII, y Tordelaguna, en el siglo XIII.
Después de la reconquista de Torrelaguna y Uceda en 1081-1085, parece ser que los moradores levantaron una muralla (“cerca”) y un foso (“cava”) que hoy día le dan nombres a las calles. Ya en 1390, el Rey Juan I de Castilla y el Arzobispo toledano Pedro Tenorio le otorgaron el privilegio de ser villa libre o burgo. Los habitantes de Torrelaguna eran ciudadanos libres y tenían derecho a organizar mercado exento de impuestos todos los lunes del año (que sobrevive hasta hoy en forma de mercadillo), protección frente al paso de ganado y supresión de algunos tributos.
Torrelaguna alcanzó su auge entre los siglos XV y XVII. Se convirtió en lugar de asentamiento de ilustres familias y lugar de recreo para personalidades de la Corte castellana. Las familias nobles levantaron sus ostentosas viviendas y palacetes. De esta época datan el palacio de Salinas, construido por el arquitecto Gil de Hontañón, las casas solariegas de la calle Montera, al estilo mudéjar-toledano. En Torrelaguna residieron las familias nobles de los Cisneros, los Guzmanes y Pimentel, los López de Zárate, los Vargas, los Salinas y los Arteaga, entre otros.
La huella de Cisneros
Precisamente, un torrelagunense de la familia Cisneros dejó una profunda huella en el pueblo y en la historia de España. Fray Francisco Jiménez de Cisneros fue el confesor de la Reina Isabel I, arzobispo de Toledo y regente del reino. Aprobó y aplicó las Leyes de Indias, fundó la Universidad de Alcalá de Henares y patrocinó la Biblia Políglota Complutense. Para algunos eruditos, fue el “creador” de la España moderna, al estilo de Richelieu y Mazaarino, los grandes ministros del siglo de oro francés.
Promovió la construcción del pósito (el actual ayuntamiento), un importante almacén de grano en la región, el monasterio franciscano Madre de Dios, en el que los monjes llevaron a cabo una importante actividad intelectual, y la iglesia de Santa María Magdalena: actualmente es bien de interés cultural y uno de los mejores representantes del Gótico madrileño.
Circula el rumor de que el cardenal Cisneros pretendía abrir la que luego fue la Universidad de Alcalá en Torrelaguna, pero que las gentes lo rechazaron por miedo a la desajustada vida de los estudiantes de entonces. Enfurecido, el cardenal salió del pueblo, se sacudió el polvo de las sandalias y dijo «de Torrelaguna ni el polvo». Pero lo cierto es que después de fundar la universidad de Alcalá su familia siguió residiendo en Torrelaguna y promovió la construcción de otros edificios. Cisneros escogió Torrelaguna como «granero para la universidad de Alcalá», según Mariano Cid. Además, el cardenal estableció el monasterio franciscano de Madre de Dios como sede para varias facultades y lugar de estudio para los estudiantes que cursaban el doctorado. Los privilegios de los estudiantes de la época, las diversiones que solían acompañarles y las abundantes reservas de vino que había en las bodegas de la localidad, parecieron a llevarle a escoger otro emplazamiento para la universidad.
Buena prueba de la importancia de Torrelaguna a lo largo de los siglos XV a XVII es la talla de los personajes que se hospedaron o pasaron por allí y el buen trato que recibió de los gobernantes. Los príncipes que años después fueron los Reyes Católicos, firmaron allí un tratado de paz con las embajadas del Gran Duque de Borgoña y del Rey de Inglaterra. El Emperador alemán y Rey de España, Carlos I, aprobó el Fuero local y la autonomía judicial para dotarla de su propio juzgado y notaría. Felipe II la liberó de cualquier vasallaje particular y ya en 1749, Carlos III, le concedió el rango de municipio.
El fin del esplendor
Junto con la decadencia española, Torrelaguna fue languideciendo y perdiendo importancia en favor de la capital. Con el paso de los años, las guerras y las desamortizaciones afectarían a la conservación de su patrimonio.
En plena guerra de la Independencia, las tropas francesas del Mariscal Hugo, el padre de Víctor Hugo, se enfrentaron a algunos españoles en las cercanías de La Cabrera. Al parecer Torrelaguna acogió a uno de los heridos en aquella lucha, Juan Martín «el Empecinado» y, como represalia, los franceses entraron en el pueblo a sangre y fuego: destrozaron las murallas, el Convento Franciscano Madre de Dios y desvalijaron la iglesia, las ermitas y las casas de particulares.
Durante el siglo XIX, las desamortizaciones ocasionaron importantes pérdidas de bienes materiales, y solo fue gracias a la construcción del Canal de Isabel II cuando el pueblo recuperó parte de su actividad. Cuenta una anécdota que el rey Alfonso XIII perdió un valioso reloj de pulsera y que los habitantes del pueblo se lo devolvieron.
Lo que las bombas de la Guerra Civil no se llevaron, aún perdura en Torrelaguna. Siglos y siglos han pasado por las callejuelas y las piedras amontonadas. La memoria espera hoy en día a quien quiera visitarla.
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Oficina de turismo de Torrelaguna: 91 843 14 03 / 91 843 00 10
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