Cuando se apagan las luces
Aspirantes a periodista que se tropiezan con sus maestros, conversaciones de trabajo que agotan la seriedad a la misma velocidad que el vino de las copas y discursos que prometen ser nuevos pero no lo son. Buena parte del Congreso de Periodismo de Huesca fluye tras de los muros del gran salón de conferencias cuando los micros se apagan y los ponentes se relajan.
Como si de groupis y estrellas del rock se tratara, jóvenes periodistas hacen corro y cuchichean mientras persiguen con el rabillo del ojo a figuras reconocidas de la profesión como Martín Caparros. Los más atrevidos señalan con el dedo o se acercan. Con mas o menos simpatía, los veteranos les reciben y se paran a conversar por si alguna vez se da la vuelta a la tortilla. Es lo que tiene juntar en el mismo espacio a admiradores y admirados sin sillas reservadas ni zonas VIP antes de que se inaugure el congreso a las diez de la mañana.
Nada más cruzar las puertas del edificio, la realidad analógica golpea al visitante en la frente. Una bolsa cargada con libretas de papel, panfletos, tarjetas de descuentos e incluso el libro Resaca con sus más de 200 páginas de papel hace de regalo de bienvenida. El invitado bucea entre tanto material clásico espera encontrar un pen, una suscripción a Kiosko y más o una tablet. Cualquier elemento que indique la entrada a un congreso digital.
Tras una inauguración de discursos burocráticos y autoridades que desaparecen, cual correcaminos, tras hacer su intervención estelar, comenzaron a sucederse las distintas ponencias que el publico acogió apático sin preguntas mordaces ni aplusos desmedidos.
El discurso más aplaudido de la inauguración fue el del único ponente que no acudió. Jon Lee Anderson mandó un emocionante vídeo desde Crimea, donde encarnó el refrán «una imagen vale más de mil palabras». El redactor recordó la esencia del periodismo, la profesión que le ha llevado a renunciar a un congreso por ir a cubrir un conflicto.
Durante el día se fueron cubriendo las diferentes ponencias, con los redactores a medio camino entre las redes sociales y el editor web. El único aplauso espontáneo y a destiempo lo obtuvo Antón Castro (periodista del Heraldo de Aragón) al bajarse de la tarima prestar su micrófono de corbata a una persona del publico y arrancar las carcajadas del respetable con un par de bromas. En los descansos, algún periodista de un joven medio (de cuyo nombre no quiero acordarme) perseguía por los pasillos a Ignacio Escolar (de Eldiario.es) para sacarle alguna declaración.
El público despertó al olor del pollo a la salsa, las croquetas o los aperitivos con queso que comenzaron a bailar de mesa en mesa a la hora de la comida. Al olor del arroz, una estampida formó una cola ante la mesa de servir, que los camareros sortearon con grandes dosis de simpatía y profesionalidad. El vino hizo de las suyas, relajando las densas conversaciones sobre el futro del periodismo y el valor de la web y facilitando que los tímidos admiradores se acercasen a charlar con los ponentes . Alguno, con un currículum bajo el brazo.
Al final de la convención y entusiasmados por la variedad y calidad de los nuevos proyectos web con los que se cerró el primer día, congresistas y público se fueron al segundo lugar más importante del congreso: el bar de copas Edén.