Malasaña

El bar «viejuno» más famoso de Madrid

Fotografía del interior de El Palentino. FOTO: MALLOL/FLICKR
Fotografía del interior de El Palentino. FOTO: MALLOL/FLICKR

El bar «viejuno» más conocido de Madrid se sitúa en el número uno de la Plaza de Carlos Cambronero, esquina con la calle Pez. La mayor parte de los madrileños ha oído hablar de él en alguna ocasión e incluso ha tomado una copa allí. En un barrio donde la mayoría de locales son modernos y con precios abusivos, ¿dónde radica el éxito de este lugar?

Dicen que la primera impresión es la que cuenta, pero en el caso de El Palentino es mejor dar otra oportunidad. La mayoría de gente entra porque es un habitual o por la fama que le precede, no porque le atraiga el ambiente que refleja.

«Castizo» es la primera palabra que viene a la mente cuando cruzamos el umbral, pero no la única. Cutre o rancio también podrían valer. Bajo nuestros pies un suelo que evoca la España de los 80. Espejos a lo largo de todo el local bajo una terrible iluminación con la que no conseguirías verte guapo ni con tres gin-tonic. Viejos carteles de Fanta y Coca-cola; un póster de la selección española de fútbol, que en ningún bar tradicional ha de faltar; y una larga barra de madera con una superficie ligeramente pegajosa. Tras la misma, dos camareros que bien podrían ser una reliquia más.

Son las 10 de la noche de un martes de invierno. A esta hora casi cualquier lugar de copas tendría como mucho una o dos personas tomando algo. Pero el Palentino no. Hay gente que charla mientras ven un partido de fútbol. Algunos solitarios se dan conversación en la barra. Nada tiene que ver con el ambiente de este lugar los fines de semana. Entonces no cabe un alma. Hay que bucear entre grupos de personas para poder pedir e incluso hay un portero que se encarga de pararte los pies si el aforo está completo.

Casto Herrezuelo, tras la mítica barra de El Palentino. FOTO: ANDRÉS BESOMI/FLICKR
Casto Herrezuelo, tras la mítica barra de El Palentino. FOTO: ANDRÉS BESOMI/FLICKR

Entre semana, Casto Herrezuelo, el propietario, está relajado. No le gustan mucho las entrevistas, aunque ese mismo día ha estado hablando para la televisión alemana. El próximo jueves tiene una cita con TVE. Ni él mismo sabe el por qué de las entrevistas. Tampoco parece preocuparle mucho. Al principio, contesta con ese tedio propio de las personas que han dicho lo mismo mil veces. Pero a medida que va hablando del caché del bar, va emocionándose y olvidando su papel de camarero gruñón.

El local lleva 70 años abierto. Casto vino desde Palencia (de ahí surge el nombre del bar) a trabajar tras la barra. Vive justo al lado. Cuenta que cuando él llegó la plaza era de tierra, que no había un solo árbol y que las únicas farolas eran las que colgaban de los edificios.

Para él, la zona fue durante muchos años un lugar decadente. Sobre todo a partir de los 80 donde delincuencia y droga estaban a la orden del día. «Así como llegaron [los drogadictos] se fueron marchando: con los pies por delante. Se moría la gente cada día. Los hosteleros nos hemos encargado de limpiar el barrio», explica.

Por eso, cuando le hablan de la crisis y de que lo mal que va todo, él se rebela. «Vamos a mejor, no a peor. Antes la gente joven no salía a la calle, había cuatro viejitos tomándose un café. Cuando ha empezado a salir la gente después de las 10 es desde hace 20 años». Ahora en el bar puede verse toda la fauna alternativa de Madrid. Chavales con barbas largas o multitud de guiris atraídos por los bajos precios. Ese es uno de los verdaderos reclamos del bar: una copa cuesta solo tres euros. De ahí que la juventud haya hecho de este lugar su santuario.

Esperanza Aguirre toma vermut en Malasaña

Lo primero que se ve al entrar son viejos recortes amarillentos de prensa en los que salió el local. Apenas tienen fotografías antiguas porque «no esperaban el boom que tuvo el lugar». Las paredes reflejan la gran cantidad de gente famosa que ha pasado por allí.

Este tema le gusta especialmente a Casto. En cuanto empieza a sacar nombres conocidos no para. Uno de sus mayores orgullos es el haber convertido el bar durante un tiempo en una sede de periodistas. El extinto diario Informaciones, cuyo edificio se encontraba a unas calles, utilizó el bar como oficina, como punto de encuentro para entrevistas o solo para descansar. Por allí pasaron directores del periódico como Jesús de la Serna, que años después sería subdirector de El País, o Emilio Romero Gómez, que también fue director de Pueblo. También profesionales como Juan Luis Cebrián o Jesús Hermida.

Pero aunque Casto disfrutase con los periodistas, el local atrae a mucha más gente: actores (hay dos teatros al lado del bar), gente de la política y del mundo de la música. Por ejemplo, la presidenta del Partido Popular de Madrid, Esperanza Aguirre es «vecina» de El Palentino y «ha estado aquí tomando más de un vermut», asegura Casto. Unos vecinos de la calle Pizarro, paralela a Pez, añaden: «fue precisamente esta calle por donde huyó Aguirre cuando el asunto de Gran Vía».

Hasta una hermana de Francisco Franco fue cliente en una ocasión. «Se sentó en aquella mesa. Vino sola, sin escolta y sin nadie. Tomó un benjamín, un botellín de champán».

Los músicos Andrés Calamaro o Manu Chao, también vecinos, pasaron por El Palentino. De hecho, este último llegó a grabar un videoclip en el bar al ritmo de «Me llaman calle», una canción sobre las prostitutas de la zona.

«Ahora hay tiendas vintage donde antes había puticlubs», dice uno de los vecinos del barrio. El Palentino ha sido un reclamo a la hora de aumentar la popularidad de la zona. Es la parte de atrás de Gran Vía, un lugar en Madrid donde se juntan todos aquellos cansados del ruido y las franquicias de la calle principal.

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