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«¡A todo el mundo le ha dado por el punto y el ganchillo!»

Una mujer cose una etiqueta a una bufanda
Una mujer cose una etiqueta en una bufanda. Foto: Ó.Rus

«¿Y qué tal duermes?», «¿te han recetado alguna cosilla?», «te harán pruebas de todo…». En el bar restaurante Club Social Peñanevada IV (Collado Villalba, Madrid) es habitual charlar sobre salud cada martes de cinco a siete de la tarde. Pero también se teje: «¡Dame un poco de hilo negro que este es muy corto!», «¡hacen falta orejas!», «las bufandas me aburren». Y se habla de lo humano y lo divino: «Si me acuesto pronto, ¡me levanto a las cuatro de la mañana!», «Las Conchas y las Cármenes somos de otra época… Ahora se llaman Tania».

Desde el pasado septiembre, en torno a 15 mujeres se reúnen en este bar para hacer punto y ganchillo. El nombre de su grupo de WhatsApp: «Tejiendo Villalba». Casi todas ellas viven en la misma urbanización del club social, que también les ha cedido un local para guardar los ovillos. Durante los dos últimos años, el ayuntamiento de este municipio les había facilitado una sala. Esta quedada –con cafeína, galletas y buenas vistas en el menú– se produce gracias a la Asociación IAIA y Concha Rey Mejías, su cofundadora hace cinco años junto a varios compañeros de trabajo, todos ellos pendientes –por aquel entonces– de un ERE. Es también consultora ambiental: «Trabajo por las mañanas y dedico las tardes a las extraescolares de mis hijos y a esto».

«Nos inspiró un proyecto en Palma de Mallorca, una mujer que hacía mantas para gente sin hogar, y el primer año es lo único que se hizo», comenta Rey Mejías. Ahora están elaborando mitones para mandarlos a campos de refugiados –en Grecia, Italia, Melilla– como encargo de la Asociación Arena. «Enviábamos mantas, pero se mojan y son muy difíciles de secar, y no abrigan», puntualiza. Actualmente tienen tres tipos de proyectos. Los «solidarios» se hacen en residencias de mayores y personas con enfermedades mentales: allí crean bufandas, mantas o mitones. También se organizan talleres en bibliotecas y colegios donde los niños tejen, por ejemplo, cuentos. Y por último, proyectos «sociales» mediante el microemprendimiento y mercadillos.

Las tejedoras del País Vasco les han enviado una caja
Las tejedoras del País Vasco les han enviado una caja de costura

«¡A todo el mundo le ha dado por el punto y el ganchillo!», comenta Marisol, suegra de Rey Mejías y tejedora solidaria. Esta actividad tiene lugar en otras localidades de la Sierra de Madrid como Alpedrete, Guadarrama, El Escorial, Galapagar y Moralzarzal. Se trata de un fenómeno también presente en la capital y el resto de España gracias, en parte, a terapeutas y animadoras socioculturales que van a residencias. «Las tejedoras del País Vasco nos han enviado esta caja de costura», muestra Concha Rey Mejías.

Una de las tejedoras voluntarias se prueba la bufanda-vaca
Una de las tejedoras voluntarias se prueba la «bufanda-vaca»

Durante este martes de noviembre, las tejedoras se encargan de dar el último toque –poner etiquetas u orejitas– a bufandas, gorros y peluches que emulan vacas. Se trata de un encargo de la escuela infantil La Vaca Flora, que se los regalará a sus alumnos por Navidad. Las artífices de «lo más gordo» son las «abuelas» de las residencias. Es Rey Mejías quien se encarga de llevarles la lana los fines de semana. ¿Y quién acude al club social un martes a las cinco de la tarde? «Jubiladas, personas que trabajan, amas de casa… Algunas personas vienen de centros de rehabilitación porque tienen enfermedades mentales. También tenemos alguna que se ha puesto a tejer por tema de duelo, que se ha muerto su marido».

El punto de mujeres

Es el caso de Marisol, la suegra de Concha Rey Mejías, que le animó a unirse al grupo de tejedoras hace más de un año: «Me decía «Mira, te viene bien, así te distraes un poco y no estás metida en casa»». Marisol sabía hacer punto desde hace muchos años, pero cuando sus hijos eran pequeños no tenía mucho tiempo. Ahora incluso hace punto tras desayunar cuando no le apetece hacer las tareas del hogar: «¡Y se me va la mañana! ¡Toca hacer la comida! Pero es que me encanta…Y bueno, por la noche, si lo que hay en la tele no me gusta mucho, me pongo a hacer punto ¡y me dan las dos!». Además de entretenerle, también le tranquiliza: «Antes de tomarte una pastilla, te pones a hacer punto».

A la otra Concha, que sobrepasa los ochenta años y viene en tren desde Collado Mediano, fue su hija quien le buscó esta asociación para «alegrarle la vida». Acude desde hace «un mes o dos». ¿Currículum? «Yo he hecho los jerséis de todos mis hijos, de todos mis nietos y de toda la familia».

Carmen, otra voluntaria, también supo de este grupo mediante Rey Mejías, la cofundadora de IAIA, pues son vecinas. A ella le enseñaron a tejer en el colegio. ¿Consigue evadirse? «Bueno, a veces. No siempre se te va la cabeza a otro lado…». Ahora está de baja por ansiedad como monitora de un comedor escolar. El próximo lunes tiene una revisión médica a la espera de que le den el alta: tuvo cáncer de mama hace cinco años. «Hay gente que también lo ha pasado antes y, claro, nos entendemos porque siempre tienes miedo, pero bueno… Por lo menos son dos horitas que estamos entretenidas y estamos ayudando a niños necesitados, que no tienen la suerte de nuestros hijos».

El grupo de mujeres teje en torno a una mesa del restaurante
El grupo de mujeres teje en torno a varias mesas del bar restaurante. De fondo, la Sierra de Guadarrama

Teresa, que viene en tren desde el Barrio del Pilar (Madrid), se enteró por su hija, también vecina de Rey Mejías. Pero las bufandas le aburren: «Los cuellos son más cortos». Confiesa estar «muy vaga» con los deberes que se llevan a casa. Prefiere hacer sus calcetines para los nietos. Ha descubierto recientemente una mercería, «lo más de lo más de las lanas».

Este martes es de estreno para Marisa, hermana de Concha Rey Mejías. Se ha traído a sus dos hijos adolescentes. «Trabajo con niños y me estresan un montón», reconoce la primeriza, que tan solo sabe coser. Su otra hermana, Carolina, se encarga de «Tejiendo un futuro», un grupo de El Escorial (Madrid) con seis chicas en situación vulnerable. El área de servicios sociales del ayuntamiento proporciona el local y sirve de enlace. «Yo aprendo a tejer alguna pieza, se lo enseño a ellas y luego lo vendemos en la página web y en los mercadillos para que ellas se lleven un poquito de dinero», explica Carolina.

Concha y Marisol muestran una manta que las tejedoras han unido a partir de «cuadritos» de 10x10cm
Concha y Marisol muestran una manta que las tejedoras han unido a partir de «cuadritos» de 10x10cm

Ella también se desplaza una vez por semana a Grupo 5, un centro de rehabilitación psicosocial y salud mental de Las Rozas que colabora con un centro de mayores: «Nos juntamos y tejemos todos; hacemos mantas, sobre todo cuadritos de 10x10cm, que es con lo que menos se cansan». Carolina, que fue paciente de Grupo 5, es parcialmente responsable de este hermanamiento. Y ahora, de baja permanente por incapacidad, necesita ocupar su tiempo.

¿Y los hombres? «Una vez vinieron dos chicos para que les explicaran hacer punto. Creo que eran cuidadores que querían enseñar a los niños… Luego ya no han vuelto a venir…», recuerda vagamente Marisol. Carmen se toma con humor la ausencia masculina: «¡Encima luego nos dicen que les hagamos una bufanda!».

Un comentario en ««¡A todo el mundo le ha dado por el punto y el ganchillo!»»

  • Muy buen artículo.
    Ojalá lo lea mucha gente y se animen a tejer y a unirse al grupo.
    Esperanza

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