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Los niños que vienen a trabajar

Cuatro residentes del CACYS en el centro comercial de Arturo Soria. Foto: Cris de Quiroga
Cuatro menores marroquíes en el centro comercial de Arturo Soria. Foto: Cris de Quiroga

Autores: Marcos Torres y Cris de Quiroga

Con 14 años, Mohamad (nombre ficticio) se escapó de su casa en Tánger para aguantar cinco horas aterido bajo un camión. Así rebasó la frontera con Ceuta, desde donde se embarcó hacia la Península. Allí se subió a un autobús para alcanzar su destino: Madrid. El viaje de Maod (Tánger, 17 años) fue aún más peligroso. Cruzó el mar en patera, en un trayecto de ocho horas junto a 50 personas, aunque reconoce que «no pasó miedo». Ambos pertenecen a la avalancha de niños marroquíes que dejan atrás a sus familias para atravesar el Mediterráneo en busca de una vida mejor.

Una vez llegan al país, estos niños, Menores Extranjeros No Acompañados (MENAS), son trasladados a centros de acogida. En España residen más de 13.000, según datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Un informe de la ONG Save the Children, publicado el año pasado, sostiene que suelen ser varones y «la mayor parte proceden de Marruecos, aunque ha aumentado el número de menores que vienen de Argelia y de países subsaharianos como Guinea, Costa de Marfil o Nigeria».

En principio, los niños son repatriados a sus países de origen, previo informe de los Servicios de Protección de Menores. Aunque, de acuerdo con el principio de interés superior del menor, esta repatriación sólo se ejecuta cuando hay posibilidades reales de reagrupación familiar. En caso contrario, los menores son internados en centros especiales dependientes de las comunidades autónomas.

Formación para trabajar

Tras aterrizar en la capital, Mohamad estuvo cuatro meses en el Centro de Primera Acogida de Hortaleza; ahora hace un año que reside en el Centro de Adaptación Cultural y Social Manzanares (CACYS). En el edificio, de paredes desgastadas y ventanas con rejas, situado en un barrio residencial de Arturo Soria, desarrollan «un proyecto de intervención socioeducativa», explican desde la Consejería de Políticas Sociales y Familia, de la que depende la institución.

El objetivo del CACYS es favorecer la adaptación cultural y social de 32 menores, todos ellos varones y la mayoría marroquíes. Para ello, imparten clases para el «aprendizaje de la lengua y cultura española», así como «la adquisición de estrategias y habilidades que les permitan una integración efectiva en nuestra sociedad». Cuando los niños alcanzan un nivel adecuado de castellanización y conocimientos instrumentales básicos, continúan su formación en recursos externos, como Aulas de Compensación Educativa, Programas de Cualificación Profesional Inicial o UFIL, según el perfil de cada menor.

De entre sus cuatro amigos, cuyas edades oscilan entre 13 y 17 años, Mohamad es el único que acude a un taller de cocina. Maod prefiere la peluquería, como el resto del grupo. Todos muestran orgullosos sus flamantes peinados, pues ellos mismos se cortan el pelo.

Difícil integración

Estos menores suelen ser foco de las quejas vecinales. Una joven que trabaja en una cafetería del centro comercial próximo al CACYS asegura que «son problemáticos, se escapan del centro» y es común encontrarlos esnifando pegamento. «Entran colocados y piden agua», explica la camarera. Pero los menores tienen libertad para entrar y salir de la residencia cuando les plazca. Y Mohamad es claro: «No todos tomamos pegamento».

Mientras escuchan música en la terraza del centro comercial (uno de ellos ha invertido parte de su paga semanal de 10€ en un helado), Moad cuenta que hay personas que les consideran «peligrosos». A algunos «no les gusta la gente de Marruecos», añade el más pequeño, de 13 años. Sin embargo, afirman «vivir tranquilos» en una «zona tranquila». Fuentes de la Consejería aseguran que, «en el último año, la situación respecto a los vecinos del centro se ha normalizado mucho y no hubo ni hay incidentes relevantes».

El año pasado, la Federación de Empleados y Empleadas de los Servicios Públicos de UGT Madrid denunció la «extrema situación» del CACYS. El sindicato criticaba la «sobreocupación» continua de las instalaciones. Esto provocaba, según la UGT, «problemas de orden, violencia y agresiones». Pero, actualmente, no es así. El centro «cuenta con 32 plazas y residen en él 32 menores», aseveran desde la Consejería. Y así lo corroboran los niños, que comparten habitaciones dobles y, los que llevan más tiempo en el CACYS (la estancia media de permanencia suele ser de 9 a 12 meses), gozan de un cuarto individual.

Los niños, que mantienen el contacto con sus familias, desean quedarse para trabajar y «conseguir los papeles». «En Marruecos no hay trabajo, en España sí», dice Ibrahim, de 16 años. Por ahora, hasta que alcancen la mayoría de edad, momento en el que son derivados a recursos de adultos, el CACYS cubre su manutención, ropa o servicios médicos, así como dinero para sus gastos personales. A la mayoría les agrada su nuevo y temporal hogar. Para ellos, volver a su tierra natal no es una opción.

 

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