Chamartín

De obrero a bancario a la sombra de las Kio

Vistas desde la estación de Chamartín. Por N. López

Christopher lleva traje, tiene 29 años y trabaja en un mostrador de Banesto situado en la estación de Chamartín, en el barrio de Castilla. Usa perfume caro y su nómina indica que cobra alrededor de 3.700 euros netos mensuales. A la hora punta, la silueta de este polaco es una más de todas esas americanas, corbatas y camisas que se agolpan junto a las torres KIO y alrededores. Sin embargo, nadie imaginaría que hace años, en vez de traje, vestía un mono de trabajo: antes de dedicarse a la banca, fue albañil. Vino a Madrid a visitar a su hermano cuando acabó sus estudios de Economía en Polonia. Le gustó la ciudad y vio en ella más oportunidades de trabajar que en su país, aunque cuando se trasladó su título le sirvió de poco. Comenzó entonces a trabajar en la construcción, y lo hizo durante cuatro años. Él siguió intentando meter la cabeza en el mundo de la banca, y hace tres lo consiguió. «Un amigo apostó por mí y creo que no le he fallado».

Como la de Christopher, hay muchas otras historias que se cruzan cada día en torno a la segunda estación más importante de la capital. Se podría decir que es una representación a pequeña escala de la esencia de Madrid: el cruce de caminos. Decenas de miles de personas vienen y van cada día. Unos acaban de llegar de viaje, otros emprenden uno. Unos van a la estación a poner cafés, a limpiar los baños o a pedir limosna. Carlos es un ejemplo de este cruce de historias. Trabaja en una cafetería en el interior de la estación y sirve cafés, bollería y bocadillos. Cierra a las 9 de la noche, y a esa hora tiene que tirar toda la comida que no se ha vendido durante el día. «Me da mucha pena que sobre tanta comida, pero no puedo regalarla porque entonces muchos clientes no comprarían algo para comer a las 7 u 8 de la tarde, sino que esperarían una hora para tenerla gratis». Eso sí, siempre y cuando su jefe no le ve, Carlos aparta algunas piezas de bollería y se las da al vagabundo que hay a la salida de la estación.

Más que un «skyline»

Alina es rusa y se ha aventurado a visitar Madrid ella sola. Pasea por la plaza de Castilla y contempla con asombro los edificios y monumentos que la rodean: la Puerta de Europa –o torres KIO–, el dorado Obelisco de Calatrava y el monumento a Calvo Sotelo. Lo que ve le gusta, así que le pide a esta reportera que le haga una foto ante cada uno de estos símbolos. Le pregunto cómo es que hace turismo por esta zona de Madrid si es «financiera y gris». Y Alina contesta que no, que tiene encanto. Y es cierto. A medida que atardece, el sol se adhiere a las torres KIO, el Obelisco parece oro y, a contraluz, Calvo Sotelo se muestra más poderoso y solemne. Pero este barrio es algo más que un «skyline».

El de Castilla es un barrio para los de fuera, los que vienen a trabajar y se van, y para los de dentro, los que viven aquí. Así lo expresa María, una vecina que reside en la calle de la estación, Agustí de Foxà: «La gente cree que en el barrio solo hay vida por la mañana y que por la noche es como una ciudad fantasma. Pero aquí hay parques, exposiciones, cafeterías, y la gente es agradable». Sin embargo, María destaca que hay «muchos inmigrantes», pues «está cerca de Tetuán». Actualmente, los extranjeros suponen un 9% de la población de Castilla. Para algunos, como esta vecina, esto es un aspecto negativo. Para otros, como Ignacio, que vive y trabaja en el barrio, «la multiculturalidad es algo bueno que hay que aceptar». «La inmigración no es solo delincuencia, es también la chica que te atiende en la cafetería o tu propio vecino», añade. Y no se equivoca.

Mohammed es peluquero y vino con nueve años desde Tánger con sus padres y sus ocho hermanos. Cuando le pregunto si éste le parece un barrio racista, este musulmán de 23 años responde que quiere a España «de corazón». «Nunca he tenido problemas, ni siquiera de pequeño». Los dependientes de las tiendas cercanas a su peluquería se acercan a saludar a Mohammed, se interesan por cómo le va y él siempre tiene una sonrisa para ellos. «¿Ves? La gente me quiere. Aunque reconozco que cuando un español, algún cliente que ha estado en Marruecos, me cuenta algo bonito de mi tierra, siento mucha alegría».

Anochece. Apenas se ven trajes, ni se escucha el ruido característico que hacen los zapatos relucientes. Parece que esta zona de la ciudad se enfría, pero a lo lejos brillan las luces artificiales de la estación, de las farolas y de las casas. Chamartín respira.


Un comentario en «De obrero a bancario a la sombra de las Kio»

  • Un articulo muy interesante. La verdad es que en cualquier parte te puedes topar con historias tan interesantes como la de Critopher, que de la nada ha sido capaz de llegar a un nivel muy aceptable. Me ha gustado mucho el articulo

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