Cervezas y libros viejos en la ciudad de lo nuevo
Todo lugar necesita un contrapunto que le susurre y le recuerde lo que es. La nota discordante de Majadahonda suena tenue entre el alboroto de los demás negocios. En oposición a escaparates resplandecientes de mercadotecnia hay un sitio que casi no se ve. «Libros, compraventa. La vieja galería», reza el cartel. En los ventanales se intuyen miles de tomos usados y, si se mira bien, una pequeña barra de bar al fondo que no se anuncia en ninguna parte.
La Vieja Galería es un templo modesto para rendir culto al libro. Dentro reposan amontonados en estanterías por todas partes. «Creo que hay más de 5.000», dice Carla Peláez, de treinta años, hija de la dueña y regente del lugar. Aproximadamente un tercio están abajo, donde comparten sala con unas mesas azules, unos taburetes, la barra de bar —de no más de tres metros de largo, en ángulo recto— y la escalera de caracol que conecta con el pasillo superior. Arriba, una plataforma de chapa ligera que recorre las cuatro paredes, sostiene los estantes con el resto de libros.
Un mandril contempla la estancia desde lo alto. Lo pintó Carla en una pared del pasillo superior después de vivir seis meses en Ciudad del Cabo (Sudáfrica). «Aunque ahí lo que vi eran babuinos, que son todo marrones», aclara. A pesar de que despacha en una tienda de libros de segunda mano, confiesa que casi no lee. «Me gustaría, pero me distraigo muy rápido». Neil Diamond escribió una canción inspirada en «Juan Salvador Gaviota», así que ese sí se lo leyó. Es su madre la que controla la literatura de la tienda. Qué venden y qué compran.
Pilar Espinosa era microbióloga hasta que se enfadó con la ciencia. Fue la primera persona en aislar, hace más de veinte años, la bacteria que el pasado verano causó decenas de muertas en Europa. Una E.Coli que provoca diarreas hemorrágicas y que se propagó a través de unos pepinos. La jerarquía, la burocracia y la competencia «despiadada» acabaron con su carrera. Le diagnosticaron «fobia al trabajo», baja que la incapacita incluso para atender su tienda. Por eso está su hija al mando. Aun así, describe La Vieja Galería como una extensión de sí misma; el sitio que le gusta y en el que le gustaría estar. «Los peores días son los que hay tanta gente que no tienes tiempo ni de hablar», asegura. Como está cerca del mercadillo, los días malos suelen coincidir con las mañanas de los martes y los sábados.
Tardaron cuatro años en obtener la licencia de hostelería, que les permite servir cerveza, café y tostas. Cuando estaban en el local antiguo, «en la vieja galería» —de ahí el nombre—, se iban a hablar de libros al bar de enfrente. Por eso, con la mudanza, quisieron conjugarlo todo en un único lugar. El café es bueno y con la cerveza ponen tapa.
Según la época, asegura Espinosa, ganan más de los libros o de las cañas. Ella prefiere los clientes de los primeros. A veces, cuenta, el género asusta a los de las segundas. «Una vez entró un hombre, pidió una cerveza», relata, «miró a su alrededor, vio que estaba rodeado de libros y se marchó directamente, con cara de susto».
Ahora sólo compran novela moderna, que es lo que más circulación tiene. Pagan poco, «25 o 50 céntimos», explica. Salvo que alguien les ofrezca un libro bueno, o raro, o que sepan que va a tener un cliente. Tienen uno habitual, cuenta Carla, que colecciona y regala Quijotes. Los precios de venta dependen mucho del tomo. Los hay de dos euros y de quinientos. Pilar, que tiene una relación más íntima con ellos, es la encargada de tasarlos. Se fía de los precios que pone, y está convencida de que cada libro tiene su comprador. Se apena cuando vende un buen libro que ha expuesto mucho tiempo.
Pilar lee de todo. La literatura, asegura, es como la música. «No puedes escuchar sólo un género». Últimamente, dice, se dedica a devorar divulgación científica. «Me interesa mucho la física», concreta. También ensayo, filosofía —«el último a Ortega»— y, cómo no, novela.
«El otro día me dijeron que este sitio era el anti-marketing», dice Espinosa con gesto risueño. Sabe que es una rareza en un pueblo con dos centros comerciales gigantes y otro nuevo en construcción. Pero reconoce que es precisamente su disonancia, su contraste con todo lo que le rodea, lo que hace de La Vieja Galería el lugar que ella quiere. «Es romántico, ¿no?».
Pilar Espinosa es una persona sensible que se merece todo lo bueno y el máximo éxito en su genuina galeria.