Robyn Hitchcock, delicioso pop al desnudo
La sombra de Bob Dylan es alargada. Se pudo comprobar el pasado miércoles (22 febrero) en el Teatro Lara, en el concierto del también veterano Robyn Hitchcock. La obra del inglés no sólo remite al de Duluth (a sus fraseos). También hay mucho de Syd Barret, de Lennon, incluso de Thom Yorke. Y también de sí mismo, de su genialidad. La elección del lugar resultó excelente para las características de lo que acontenció: un reposado concierto acústico de un maestro del pop. La entrada estuvo cercana al lleno.
El de Londres comenzó con «The Abyss». La sala, en respetuoso silencio, escuchaba las notas armónicas sobre las que Hitchcock cantaba las estrofas de la canción. En el estribillo, con una leve aceleración por el cambio al rasgueo de acordes, el artista estiraba su voz en un quiebro agudo, a la manera de un susurro que se ahoga. El concierto se iba a mover por los parámetros del folk-pop más exquisito.
Desde sus inicios punk liderando The Soft Boys hasta sus álbumes en solitario más reposados, Hitchcock ha dibujado una trayectoria envidiable, llena de originalidad e inspiración, pop y psicodelia, donde la muerte tiene un importante peso letrístico. Antes de tocar «I often dream with trains», explicó que la canción trataba de los fantasmas que «necesitan las mismas cosas que los vivos». «Queso y aceitunas», continuó en español, para regocijo general. El último verso del tema fue I’m waiting for you, baby.
Las canciones más antiguas no sonaron igual. Como dice el propio Hitchcock: «El sabor de las canciones es el mismo, pero ahora no es un grupo de jóvenes tocando, sino sólo un hombre viejo». Véase, como ejemplo, la dylaniana «Only the stones remain the same», que sonó mucho más calmada que la enérgica versión de «Los Debiluchos».
Sonaron «Full Moon in my souls», «Dismal City» (representativa muestra de su buen hacer pop, del «Tromsø, Kaptein») o los bellos arpegios de «Maddona of the wasps» (donde Hitchcock echó en falta su armónica, ya que el dispositivo para sostenerla fallaba). Entre canciones, el inglés se comportó como un tipo afable y entrañable, bromeando con una suerte de italiano y español para presentar los temas. Unas bromas que a buen seguro iban con segundas («los viejos discos», en referencia a los vinilos: su último disco no se puede encontrar en formato físico salvo en Noruega).
Los momentos más íntimos llegaron en los bises, con Hitchcock sentado en las escaleras del escenario, sin micros ni amplificación, iluminado por un gran foco. Destacó especialmente, «Cynthia’s Mask», que sonó muy bella, despojada de cualquier distracción, en su esencia.
Y entonces aun quedaba una sorpresa. El artista requirió que el público se desplazase al zaguán de entrada al teatro. Allí había un piano de colín y la audiencia se agolpó sorprendida y entusiasmada a su alrededor. Era la última canción, una joya llamada «Flavour of night». Después, una gran ovación y la sensación de brevedad (apenas una hora) para repasar una obra tan amplia.
Robyn es 15 años mayor que Thom, de modo que no creo que se pueda decir que hay mucho del segundo en el primero, si acaso al revés, no? Por lo demás, de acuerdo, bonito y breve concierto.
Mucho seguro que no, cierto. La primera canción del concierto «The Abyss», con ese alargamiento agudo de la voz en el estribillo, me recordó mucho a Yorke. En el mismo «Tromso Kaptein», el tema «Old Man Weath», me parece una mezcla entre Radiohead y el Josh Rouse más cálido. ¿Es imposible qué haya asimilado algo a su obra? Leí que Hichcock casi no escucha música nueva. Y también acotaba de Dylan a Radiohead, en algo así como «el pop furioso».