El placer de viajar gratis II
Precipitarse con una mountain bike desde 4.400 metros de altura por la carretera más peligrosa del mundo, la «Vía Muerta» de la Paz; cenar con una familia de beduínos en una caverna en el desierto de Wadi Rum, Jordania; dejarse envolver una noche por el jazz de Nueva Orleans o incluso enamorarse. Son algunas de las experiencias que acumulan los amantes del couchsurfing. Hacer couchsurfing significa, literalmente, «surfear sofás». Es decir, viajar gratis durmiendo en casa de un desconocido.
Lo primero es crearse un perfil en la página. Los surferos suelen buscar huéspedes con sus mismos gustos. Por eso es importante que sea atractivo e incluya anécdotas personales, aficiones y fotos (tanto hombres como mujeres confiesan que en caso de poder elegir, siempre se decantan por el anfitrión/huésped más atractivo). Lo segundo es eliminar toda clase de prejuicios y elegir un «couch» (o anfitrión). Para subirse a una ola lo primero que hay que hacer es perder el miedo. Lo mismo hay que hacer si lo que se surfean son sofás. Se trata de «coger de la mano a un extraño». Compartir con él su casa, su sillón, su desayuno y en algunos casos (si no hay sitio en el sofá) incluso la cama. Subirse a la ola casi siempre merece la pena. La mayoría de los couchsurfers repiten u ofrecen su propio sofá a otro aventurero de paso.
Es cierto que uno puede encontrarse con personajes de todo tipo y pueden llegar a producirse momentos tensos. «He tenido mucha gente en mi casa. Alguna vez, por la mezcla de alcohol y antisicóticos (sic), me volvía muy intenso y he ocasionado momentos desagradables a mis huéspedes. Yo duermo desnudo. Tuve a una francesa que se quedó un par de días en mi casa. Sonó el teléfono y salí de mi cama en estado de coma. El teléfono está en el salón y de pronto me encuentro desnudo enfrente de ella. Hasta el momento me he enamorado de tres mujeres que me han visitado», recoge un usuario de couchsurfing en su blog personal.
Sin embargo, existen alternativas para los más cautos. En muchos casos, «surfear» no tiene que implicar convivir con el recién llegado. El anfitrión puede simplemente invitar al visitante a tomar un café, hacer que se sienta cómodo y enseñarle esas cosas imprescindibles que normalmente sólo conoce un nativo.
Todos los surferos pueden contactar para tomar un café en cualquier rincón del mundo, pero quienes tienen la labor de cuidar del viajero son los «embajadores». Ellos son los miembros con más sofás a sus hombros. Por ejemplo Javier, un artesano madrileño, se convirtió en surfero en 2007. Desde entonces ha viajado a 15 países, la mayoría de ellos en Latinoamérica y ha hospedado a 29 personas de Lituania, Suiza, Argentina, Brasil, China o Taiwan, entre otros países.
«Intercambio idiomas y experiencias»
Farzana (Bangladesh) y Lia (Estados Unidos) intercambian idiomas cada martes a las 8 en el local Ole Lola. El grupo «Madrid y alrededores» ofrece a la comunidad de «surferos» esta y otras actividades como «explorar» el centro durante el fin de semana o «ir a cenar el viernes a la Latina».
Las dos amigas se conocieron gracias al couchsurfing y representan las dos caras de la experiencia «couch». Son profesoras y llevan 15 meses viviendo en Madrid. Farzana es la más optimista. Gracias al couchsurfing ha estado en Valencia, Marruecos y Ámsterdam. «La experiencia es absolutamente recomendable, sobre todo porque conoces los lugares más locales. En Marruecos, por ejemplo, comimos en un sitio muy barato que sólo conocían ellos. Además el chico nos hizo de guía por una ruta en el desierto». Sin embargo Lia, que la acompañó en Ámsterdam, no opina lo mismo. «En primer lugar es violento, porque sientes que tienes que hacer constantemente lo que esa persona considera interesante. Me sentía obligada a seguir sus costumbres. Por ejemplo, nos llevó a cenar a un restaurante y fue carísimo. No sé por qué piensa que me sobra el dinero si estoy haciendo couchsurfing».
En este caso la mala experiencia se queda en lo anecdótico, pero a veces se crean situaciones violentas. Amilia, neoyorquina de 23 años, también es una asidua de los intercambios de idiomas, pero jura que no repetiría jamás su experiencia couchsurfing. «Una amiga y yo fuimos a Bilbao a pasar una noche. El tipo tenía muy buenas referencias. Cuando llegamos vimos que le había ofrecido la cama a otras chicas y la única alternativa que nos ofreció fue sacarnos de fiesta toda la noche y hacernos dormir en el suelo. Al final vimos Bilbao de noche».
Para evitar situaciones negativas o fraudes, couchsurfing ha elaborado un sistema de garantías. En primer lugar, los usuarios que se hayan conocido en persona pueden dejarse referencias positivas si la experiencia fue buena, neutrales si fue simplemente correcta y negativas si hubo alguna falta de respeto grave. Si un usuario acumula varias referencias negativas, lo más normal será que nadie quiera hospedarlo en su casa ni arriesgarse a dormir en su sofá. El aval es la confirmación de que una persona es de fiar. Sólo pueden avalar quienes ya hayan sido avalados por otras tres personas (normalmente veteranas en la organización).
De todas las edades
Couchsurfing cuenta, según su página, con 3,8 millones de usuarios en el mundo y 1,9 millones en Europa. España es, con más de 118.000 surferos, el cuarto país del mundo en número de afiliados y Madrid, tras Barcelona (25.500), una de las ciudades más populares, con casi 22.000 visitantes.
Aunque la media de edad de personas registradas está en 29 años, la experiencia no está reservada solo para los veinteañeros. En España hay 480 usuarios de más de 60 años y 34 de más de 80. Aunque no puedan coger olas, nunca es tarde para «surfear sofás».
Creo que no has entendido la filosofía de CouchSurfing, NO ES VIAJAR GRATIS!