«Tintín es el Don Quijote belga»
Arabia Saudí, América, El Congo, la URSS, el Tíbet y hasta la luna caben en los apenas 40 centímetros de estanterías que ocupan toda la saga de Tintín en la librería La Flor de Chamberí. Una enorme figura, casi a tamaño natural, del periodista de cómic advierte desde el escaparate que es el dueño y señor del interior del establecimiento. Su regente, Roberto Sanz, es un fanático de las aventuras del personaje de Hergé y ha querido dedicar este pequeño espacio de Madrid al héroe belga
Para Roberto, Tintín ha conseguido una nueva hazaña casi 36 años después de su última aventura dibujada: salvar este negocio. «Ya libros se venden poquitos, y la papelería está floja, prácticamente lo único que se vende es Tintín. Me ha salvado», bromea. Este establecimiento lleva más de una década especializado en las famosas aventuras del reportero del tupé rubio y muchos han sido los que se han acercado hasta su tienda para llevarse a casa un pequeña parte de la serie. «Viene mucha más gente de la que me esperaba al principio, sobre todo personas de entre 40 ó 60 años», afirma.
A tal punto ha llegado la afición de Roberto que escribió un libro en 1992 sobre Tintín llamado Sildavia o el soñador errante. En la novela, al protagonista le diagnostican un cuadro de depresión y para evadirse de la realidad viaja hasta Sildavia, un país inventado por Hergé para las aventuras de los cómics, en busca de los pantalones bombachos y la gabardina del «Don Quijote belga», como lo conoce Roberto Sanz. Muestra orgulloso la portada del único ejemplar que conserva —de una tirada de 500— y cuya portada la pintó su sobrina de 7 años. Aunque lo guarda como un pequeño tesoro y dice que se vendió muy bien en su momento, asegura que ahora no lo volvería a editar porque tendría que corregir los fallos y errores que la experiencia le ha hecho descubrir en sus páginas.
No es la única publicación de Roberto Sanz. Su último libro, que tardó más de 10 años en terminar de pulir, se titula La lluvia de oro y con él intentaba demostrarle a su hermano que es posible tener más de dos novelas en mente a la vez. «Siempre tengo empezados 6 ó 7 libros y mi hermano me dijo que era imposible tenerlos todos claros en la cabeza. Así que quise enseñarle que sí era posible, y escribí una novela dentro de otra». En la primera narración, un matrimonio viaja a Cuba y allí compra una novela de corte surrealista, El Pastiche Parisién, donde se mezclan personajes ficticios y reales. «El lector disfruta de tres finales, el de los dos relatos y un epílogo final», cuenta.
Cuando regenta la tienda, Roberto luce satisfecho en su solapa la chapa que le señala como miembro del «Club de Tintín». Se la regaló Luis Zendrera, gerente de la Editorial Juventud, encargada de la publicación de los álbumes, como agradecimiento por participar en una mesa de conferencias para tintinófilos.
Aunque dice que jamás quiso meterse en el coleccionismo, porque «siempre salen cosas nuevas y es un nunca acabar», atesora en su casa montones de objetos relacionados con los cómics. Destaca sobre todo los álbumes «piratas» con los que se ha ido haciendo a lo largo de los años. Entre ellos distingue un par de ejemplares «casi pornográficos» que muestran un lado desconocido del intrépido periodista y un libro en miniatura, también «apócrifo», con una historieta. Aunque su buque insignia es la estatua de Tintín que vigila la entrada de su tienda. Se trata de una pieza única que diseñó un arquitecto y para la que —por su tamaño y peso— se necesitaron cuatro brazos para transportarla hasta su escaparate.
Confiesa que lo que más le hubiera gustado tener de su ídolo no es una figurita o un libro sino un encuentro en persona con el mismísimo autor, y cuenta con envidia sana que conoce a alguien que ha disfrutado de ese privilegio. Es incapaz de contar las veces que se ha leído la saga completa y le cuesta escoger su álbum favorito: «Si tengo que elegir, me quedo con el Cetro de Ottokar». Habla de todos los volúmenes con pasión y casi de cada uno entresaca una característica que lo hace especial y diferente de los otros.
Casi como el protagonista de Sildavia o el soñador errante, Roberto viajó a Bruselas en busca de una estatua de Tintín que le costó encontrar, ya que preguntaba a los viadantes con acento español y no con el «tantán» francés. Un enamorado de Hergé que sigue disfrutando de sus cómics más de 40 años después y que continúa apostando por un personaje que marcó a los jóvenes del siglo XX.
[box]Calle de Donoso Cortés, 20. De lunes a viernes de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:30[/box]
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