Una huelga distinta
Varios colectivos y asambleas cercanas al 15-M prepararon una marcha alternativa para protestar no sólo contra la reforma laboral —«que por sí sola la merece»—, sino como «una continuación de meses de movilización que no acabarán aquí», reza su web (autodenominada: Nodo local de Democracia Real Ya).
Por la calle Fuencarral, proveniente de Chamberí, un reducido grupo de ese barrio avanzó con una gran pancarta hasta la glorieta de Bilbao donde se le uniría otro pequeño colectivo con otra gran pancarta, el de Malasaña. La idea es que todas las asambleas confluyeran en Cibeles para realizar una siesta reivindicativa (original concepto) y después pasear hasta Sol para comprobar si les dejan entrar en la plaza. La pretensión era vivir un día de huelga alegre, en comunidad e imaginativo.
El nuevo grupo se encaminó primero por Sagasta y Génova hacia Colón, donde, tras una falta de coordinación policial, un semáforo colocado a traición y una mala maniobra de un Volkswagen rojo ocurrió lo que para muchos sería como el infierno en vida: el coche se quedó atrapado, estancado, en el ritmo de la manifestación. Los huelguistas colaboraron tratando de explicarle su ideario a la conductora, pero ésta no quiso bajar la ventanilla durante esos tensos treinta segundos.
Desde Colón la marcha continuó su trayecto hacia Cibeles, por el Paseo de Recoletos, voceando los grandes hits del movimiento:«¡Qué no, qué no, qué no nos representan!»,« ¡esta crisis no la pagamos (pa-pa-pa, paapa-papapa)!» o «¡sobran ladrones, no falta dinero!». En este tramo la casualidad (¿o no?) quiso que el presentador de «El Gato al Agua», Antonio Jiménez, estuviese caminando en dirección contraria por el Paseo. Uno de los mayores enemigos para el movimiento, y que a la vez ha publicitado y unido tanto, pasó inadvertido para el concentrado montón de gente. Él dedicó una mirada de soslayo, sin parar ni bajar la cara, como quien está acostumbrado a una huelga general a la semana, bastante indiferente.
Contra la reforma laboral, siesta colectiva
Por fin se llegó a Cibeles, en el momento de calor más sofocante. Al grupo inicial, que siempre iba en aumento, se le fueron uniendo desde Alcalá y el mismo Recoletos más asambleas de diferentes distritos, partidarios, ciclistas y miembros sindicales. Sus llegadas se celebraban con vítores de toda índole y el tropel alcanzó un nivel serio. Era el momento de la siesta.
«Sois unos vendidos, dais vergüenza», se encaró un violento individuo con su sector de multitud, gritando en medio de la siesta. Aunque bien es cierto que allí no dormía nadie, algunos estaban tumbados si acaso, se hicieron oídos sordos al provocador. «A mí me da pena el señor este», comentaba con condescendencia una joven entre risas. Dos no se pegan si decenas no quieren.
Y vuelta a caminar. Ahora se iba desde Alcalá hacia Sol, parándose donde se creyese más conveniente, por ejemplo, delante de los bancos o el Ministerio de Educación. «¡E-du-ardo Ma-nos-tijeras!» o «¡más educación y menos policía!, gritaba el gentío. Un poco después sí hubo un momento de tensión por la actitud de un policía que no gustó a la multitud. Al final acudieron sus compañeros al rescate y utilizaron la táctica militar de venir muchos, hacerse hueco y salir en fila india trotando.
Pocos pasos literales antes de llegar a Sol, haciendo esquina con la misma plaza, había un Pans & Company abierto. Qué ignominia, en su cara, en el corazón de la protesta. Rápidamente se desplazó allí un dispositivo policial de ocho agentes custodiando la entrada al establecimiento de bocadillos. «¡Cómo no cierres, entramos a comer todos», vociferó un joven entre risas. Pero nada, no cerró. La gente en Sol esperaba ya a sus compañeros de protesta que venían de Neptuno con la manifestación oficial.