Opinión

«El Mundo» en guerra

En 1898, William Randolph Hearst, editor del New York Journal y padre de la distorsión impresa, precipitó la Guerra de Cuba con un único propósito: multiplicar sus ingresos. La cabecera de Hearst rivalizaba en la calle con la del húngaro Joseph Pulitzer, con quien competía por publicar las noticias más sórdidas y de dudosa credibilidad que atrajesen a los lectores.

Tras la explosión del acorazado estadounidense Maine en la bahía de Cochinos, el empresario vio la oportunidad de rentabilizar una contienda internacional durante meses, y atribuyó el ataque a los españoles. Sin tener pruebas y sin esperar a la investigación oficial, publicó al día siguiente: “La destrucción del Maine fue provocada por un enemigo. Los oficiales de Marina creen que el Maine fue destruido por una mina española”.

El dibujante Frederic Remington fue enviado a La Habana para cubrir la supuesta guerra hispano-norteamericana, pero al llegar allí no había ninguna contienda que ilustrar. Remington informó a Hearst, y éste le respondió con la famosa frase: «Usted deme los dibujos, que yo le daré la guerra». La campaña de acoso y derribo del editor convenció a la población norteamericana de la culpabilidad de España, y la guerra inventada se convirtió en realidad.

El diario El Mundo sostiene desde 2004 que existe una trama oculta en torno al 11-M. Una conspiración sobre la conexión de ETA con los atentados que se desplomó cuando la investigación policial desveló la firma islamista de la matanza. Pero aquella mañana de marzo, Pedro J. Ramírez se aferró a la primera «versión oficial» que el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, transmitió a la cúpula de los medios de comunicación después del atentado, y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Buscaba un nuevo GAL y no desistió de su intento.

El pasado mes de marzo, el abogado de dos testigos protegidos del 11-M presentó en la Audiencia Nacional una denuncia contra El Mundo. Gonzalo Boye, representante legal de dos mujeres rumanas que declararon en el juicio, entregó unas confesiones manuscritas en las que las testigos explican cómo dos periodistas las presionaron, supuestamente, para que cambiasen su declaración. Según la denuncia, les pidieron que exculpasen a Jamal Zougam, condenado como autor material de la matanza, a cambio de ayudarlas a buscar trabajo y solucionar un problema con su hipoteca. Esta información fue obtenida y divulgada por el diario El País. El Mundo contestó a su inmediato rival en un editorial: «Ello es sencillamente mentira».

«Tras una larga investigación periodística», publicaba El Mundo en 2011, dos conocidos reporteros de la casa concluyeron que había «indicios de manipulación policial y falsos testimonios» durante el juicio. Se referían, como habrán imaginado, a las declaraciones de las dos mujeres rumanas y a las de un tercer testigo protegido con el que dicen haber hablado.

Alguien miente, y la Audiencia Nacional tendrá que averiguar quién. Si el tribunal descubre que no hubo presiones, es posible que El Mundo vuelva a la carga y solicite la reapertura del caso, alegando que el testimonio de las mujeres es tan falso como su denuncia. Pero si el tribunal confirma la coacción por parte del diario, demostrará que Pedro J. es capaz de hundir el Maine él mismo con tal de seguir en la picota.

Emilio Trashorras puede ser su viñetista. El minero condenado por vender los explosivos de los trenes a los terroristas confesó a sus padres antes del juicio: «Si El Mundo paga, yo les cuento la Guerra Civil».

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