Audiencia con el Rey de Chamberí
La calle de Fernando el Católico alberga, al lado de la calle Vallehermoso, uno de los palacios inmobiliarios más representativos de este castizo barrio madrileño. Una fachada azul que delimita a un cristal enorme, alargado, repleto de ofertas de viviendas, actúa como fortaleza real. Allí, Eduardo Molet, el autoproclamado Rey de Chamberí, vigila el día a día de un distrito al que llegó con 47 años. Durante estos 12 de reinado, el monarca ha visto cómo sus dominios, antes en plena ebullición, eran parcialmente devorados por una crisis que ni a la sangre azul respeta.
«El tejido empresarial ha disminuido muchísimo, las tiendas van cerrando y muchas de ellas se van sustituyendo por marcas. El pequeño comercio languidece», afirma Molet, que, además de sus actividades inmobiliarias, fundó la Asociación de Comerciantes Pequeñas y Medianas Empresas Chamberí Excelente (ACHE). Tales circunstancias ganan importancia si atendemos al protagonismo de este sector en el barrio, «tiene el mejor comercio tradicional de Europa. Por ejemplo, aquí está la tienda que más barcos vende en España», sentencia el soberano, quien además remarca la diversidad existente: «igual te cosen un dobladillo, que tienes teatros o cines, en definitiva, una gran oferta de todo tipo».
INICIO DE UN REINADO
La identificación de Eduardo Molet con el barrio no es casualidad, «estuve en Estados Unidos, estudiando cómo podías trabajar en el sector inmobiliario, y observé que los americanos se integran mucho en la sociedad de la que forman parte», indica. De esta forma, y siguiendo el modelo yankee -conocido como marketing de guerrilla- Molet empezó a forjarse un nombre y a empapelar las calles de Chamberí con su cara. «Quería que la gente supiera quién está detrás del negocio», admite. Conocido por sus arriesgadas técnicas publicitarias, se justifica: «no soy creativo, soy copiativo». Aunque nunca ha tenido miedo a forjarse fama de loco o friki: «prefiero que me llamen loco a que nadie me conozca».
Otra de las grandes medidas del monarca fue la de fundar un Club de Porteros y Conserjes. «Hice una fiesta en la oficina a la que acudieron siete personas, ahora son 1030 miembros y reparto 700 cestas de Navidad cada año», asegura con orgullo. Una relación que no termina ahí: «les llevo de capea cada dos años y les doy cursos de inspección técnica de edificios. Son mis amigos», apostilla.
Pero el Rey de Chamberí eligió una profesión ahora fuertemente sacudida por la crisis. «Han cerrado el 80 por ciento de las inmobiliarias de la zona», explica con cierta consternación. «No me alegro, eran colaboradoras mías y entre emprendedores nos solidarizamos. La verdadera competencia es el particular», afirma.
Para que su mandato no cayera, el soberano optó por un determinado modelo: «sólo trabajo con pisos que sé que puedo vender e invierto muchísimo en publicidad». Aunque estos últimos años de reinado no han sido del todo fáciles: «tenía cuatro oficinas y 30 empleados. En 2008 me quedé con seis trabajadores y dos establecimientos», asegura. Aunque la sangre azul siempre da fuerzas: «en abril de 2009 remontamos y desde entonces tengo tres oficinas y 15 personas a mi cargo».
Fuera del mundo inmobiliario, la identificación de Molet con el barrio ha hecho que algunas personas le confiaran parcelas íntimas: «hay gente que tiene una especie de sentimiento paternalista, quizá por ver mi foto cada día».
Al terminar la audiencia real, el soberano se inclina sobre su trono y lanza un mensaje a sus súbditos: «me gustaría que la gente no hablara tanto de la crisis y que pensara más en sí mismos y en su familia». Palabra de rey.