Reporterismo

Crónica de una noche de huelga

Los manifestantes ocupan la calzada en Gran Vía durante la madrugada previa a la huelga. Foto: David Roch
Los manifestantes ocupan la calzada en Gran Vía durante la madrugada previa a la huelga. Foto: David Roch

Frío, mucho frío. Son las 23 horas de un martes 13 y un grupo de jóvenes se concentra frente al museo Reina Sofía plantando cara al fuerte viento y a las reticencias de los más supersticiosos. Queda una hora para el 14-N, una hora para la segunda huelga general del año. Abrigos, bufandas, preparación de pancartas y algún que otro termo de café para sobrellevar la larga noche. Gritos de ánimo, consignas y arengas de algún “líder” megáfono en mano.

Son las 23:50 horas y comienza la marcha. Aún no es día 14, pero la huelga ya ha empezado. Una coordinadora del movimiento “Toma la Facultad” anuncia que se va a cortar el tráfico en la glorieta de Atocha. No es todavía 14 de noviembre pero unas 300 personas se ponen en marcha con petardos y las consignas clásicas de estas manifestaciones: “¡No es una crisis, es una estafa!”, es el grito que se impone.

El grupo rodea la glorieta propiciando el primer corte de tráfico de los coches que llegan desde el paseo del Prado. Una vez hecho el giro la columna enfila la dirección opuesta, camino de la fuente de Cibeles. Siguen los petardos y las pintadas en las marquesinas de autobuses, todo enmascarado por un ambiente sin excesivos contratiempos. A la altura de la fuente de Neptuno llegan los primeros incidentes. Un pequeño grupo pretende desviarse por la Carrera de San Jerónimo en dirección al Congreso de los Diputados. Rápidamente son reconducidos de nuevo al grueso de la columna. «Todos juntos». Esa es la consigna.

Llegamos a Cibeles. La rodeamos y enfocamos Gran Vía. El primer gran despliegue policial lo dejamos a nuestra derecha, protegiendo el Ayuntamiento de Madrid. A esa altura la columna se ha nutrido con manifestantes. Alrededor de 500 personas componen la marcha. Comienzan las pintadas y pegadas de carteles en locales de la arteria centenaria de Madrid. Golpes y gritos contra algunos restaurantes que permanecen abiertos. Primeras carreras, hay antidisturbios desplegados por ambas aceras para proteger los comercios. Algunos manifestantes se adentran en las calles aledañas para evitar una previsible carga. Pero son solo unos pocos.

Los manifestantes, durante la movilización por el centro de Madrid. Foto: David Roch
Los manifestantes, durante la movilización por el centro de Madrid. Foto: David Roch

Desde el inicio de la Gran Vía, los antidisturbios que flanquean la marcha se sitúan ante los establecimientos que permanecen abiertos. Los manifestantes tratan de  persuadirles para que echen el cierre. Detrás, cada vez más gente y en el horizonte solo desierto y algunos coches de la policía municipal.

Diferentes colectivos participan en la primera manifestación de la huelga general. Sergio R., miembro de la Asociación Izquierda Progresista (AIP), tiene muy claro los motivos para estar aquí: «Nos acosan con subida de tasas y contratos precarios. La única salida para los jóvenes es coger la maleta y largarnos. Pero no nos vamos a quedar de brazos cruzados ante el desmantelamiento del estado de bienestar». Es una impresión que comparte María Jesús. Tiene 53 años y es funcionaria, pero dice no estar aquí por ella, sino por el futuro de sus hijos.

En Callao, cerca de un centenar de personas con banderas de Comisiones Obreras (CC. OO.) sube desde la calle de Preciados y toma la cabecera de la marcha. Bajamos hacia la Plaza de España. Es el momento álgido de la concentración. A partir de ahí, la amplitud de la calle Princesa provocará una descoordinación que llevará a los manifestarse a dispersarse y separarse. Giramos hacia Alberto Aguilera. Al llegar a San Bernardo, algunos componente se separan para dirigirse a los puntos donde conformarán los piquetes al amanecer. El grueso de la columna, encabezado por CC. OO. planea bajar por San Bernardo y volver a la Gran Vía en dirección contraria.

Al bajar a Gran Vía se intensifica la pegada de carteles. En el regreso a Cibeles se produce una dispersión importante de quiénes ponen rumbo hacia otros piquetes. Mario M., de 22 años y militante de Izquierda Unida, nos cuenta que en el momento en el que se separan del grupo principal la policía ha cargado contra ellos: «El motivo por el que estamos aquí es que esto no es un estado de derecho, es un estado de vergüenza. No acepto que un funcionario armado me agreda por criticar políticas que destruyen mi futuro. Es demencial».

 

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