Días que no existen
La calle Valdetorres de Jarama parecía la de siempre pasadas las 12.10 de la mañana: los coches pasaban en ambos sentidos, los árboles se mantenían en pie insertados en las aceras, algunos señores mayores paseaban y el Carrefour se veía al fondo. Sin embargo, el destello azul de los coches de policía indicaba lo contrario. Antes de llegar a la plaza de los Santos de la Humosa giraban a toda prisa en la calle Ángel Luis de la Herrán. Allí, señores con boina, niños de primaria, madres jubiladas y grupitos de adolescentes gritaban contra las reformas y a favor de la huelga: «Hoy no se trabaja, hoy no se consume».
A su paso, las tiendas del barrio van cerrando. Como un ciempiés con nombre en la cabeza –«Nos dejan sin futuro. Huelga general»–, la columna avanza hasta López de Hoyos. Cortan la calle y una señora mayor se queja: «¿Y tengo que esperar para cruzar?», mientras otro compra un boleto de la ONCE. Seis coches de policía paran el tráfico y se disponen para la misma función un poco más abajo, en la Gran Vía de Hortaleza.
Mientras el recorrido continúa, las patas del insecto se dan a conocer. «Hay 17 días que no existen en mi vida», explica un hombre, en referencia a su vida laboral. No quiere dar su nombre, prefiere mantenerse como «un vecino de Manoteras y miembro de la asamblea del 15M». Es alto y tiene canas. Recuerda algunos de esos piquetes a los que acudió en la época del franquismo: «Esto es una fiesta, entonces nos esperaban con pistolas». Y sigue su recorrido, aunque sabe que le costará 93 euros de su sueldo en la empresa de ingeniería en la que trabaja.
Cookie, por su parte, anda desorientada a pesar de que una correa la sostiene. Su pelo es blanco y su andar, coqueto. Su dueño, en paro desde hace 4 años, ha aprovechado su participación en el pasacalles vecinal para sacar a pasear a esta pequeña perrita. Ambos tienen el pelo largo y mirada bonachona. El dueño, otro vecino de Hortaleza, es barrendero: «Empecé a trabajar con 12 años. No se podía seguir estudiando y claro…». Vive con su madre, que está enferma, pero al menos tienen la casa pagada. Eso sí, sentencia: «Este año, a pasar frío. Menos mal que moverse es gratis». Durante estos 4 años, han ido comiéndose los ahorros que tenían: «Ya no nos queda para mucho más».
Camino al centro de Salud Benito de Ávila, un padre y un hijo caminan juntos. El niño juega con su silbato con forma de balón de fútbol y el padre habla con él mientras el resto del engranaje sigue gritando: «¡La fuerza del obrero, su solidaridad!»; «¡no es una crisis, esto es una estafa!». Al llegar, los médicos del centro salen, algunos todavía con sus batas blancas. Alguien le deja un megáfono a uno de ellos. La gente se congrega en torno al centro de salud. Mientras, una vecina jubilada de Hortaleza, con gafas de sol y pelo corto rojo, comenta las razones por las que está allí: por los centros culturales de mayores. «No nos lo han quitado, pero nos han reducido las clases. Queremos que se llenen las clases», dice. Y, resignada, asegura: «ya no pedimos más, sino que no nos quiten lo que tenemos». A su alrededor la gente aplaude al médico del megáfono. La comitiva se pone otra vez en marcha.
La carretera de Canillas es el siguiente destino. Un Daewoo azul intenta adelantar al grupo antes de que corten totalmente la calle. Invade el carril contrario. La gente se expande y se oyen gritos de «¡idiota!». Una mujer de edad media y pelo rizado se asoma por la terraza cacerola en mano. Se oyen aplausos. Otros vecinos bajan y se unen. Otros bajan y observan.
Frente al instituto Luis Cernuda, Teófilo Vidal es uno de los vecinos que salen a la puerta de su casa a mirar. Una de esas antiguas, de barrio, bajas y con un patio delantero. Camisa de cuadros, tirantes y 77 años. Su mirada delata disconformidad: «Hay que trabajar más y ser menos gandul», afirma. A su espalda quedan 58 años de trabajo en un taller de maderas y muchas ganas de contar su historia. A él nunca le despidieron. Iba a su trabajo andando hasta que pudo comprar una bicicleta. Aguantaba el día con un trozo de pan y medio racimo de uvas pintas. Y el agua. El agua iba a buscarla cada día a un pozo cercano. Teófilo sigue hablando. Se lamenta por los niños a los que han involucrado en el pasacalles vecinal y vuelve a musitar que, hoy en día, los jóvenes son unos gandules. Las pancartas y la gente se han perdido hace rato calle abajo. Imposible encontrarlos ya.