Tardó en despertar pero se quitó pronto las legañas
La ciudad Complutense no parecía tener prisa por comenzar la jornada de huelga. Eran las seis de la mañana y sus calles estaban sumidas en el más profundo silencio, quizás al doblar una esquina algún alcalaíno aún perezoso y con los ojos entreabiertos se dejaba ver. Tímidas eran las pintadas que «decoraban» los establecimientos alertando de que la ciudad estaba en huelga. En las puertas de aquellos que sí que secundaron el parón un cartel solemne alertaba que hoy no atenderían a sus clientes. Los sindicatos se encargaron del diseño de algunos de esos carteles; otros optaron por una especie de circular y los más humildes comercios tiraron de DIN-A4 apaisado y de un rotulador negro. Moverse por la ciudad no era ni mucho menos como andar por un laberinto. Las calles y principales avenidas estaban despejadas, sin aglomeraciones ni cortes en las vías más transitadas. El tráfico se mostró como síntoma de una huelga secundada a primera hora de la mañana.
La estación de cercanías era un desierto: los tornos de acceso eran pan comido, no había cola para sacar billete, la gente no corría para evitar perder el tren… Todo era extrañamente normal, demasiado calmado. Los andenes de la estación se antojaban largos, casi infinitos…, cuando los pasajeros que esperaban que los servicios mínimos no fuesen inexistentes se subían al tren. Hubo quienes prefirieron irse sobre ruedas y optaron por el autobús. En las dársenas esperaban los coches con sus faros encendidos como ojos que no logran entender por qué hoy sus habituales usuarios les han abandonado. Los mortales que por allí se dejaban ver preguntaban sin cesar por los horarios de los servicios mínimos sin hallar respuestas que saciasen su curiosidad. «Son servicios mínimos, señora, el 30% de lo habitual», se escucha mientras que tras el cristal de la estación varios inconformistas buscan el teléfono de atención al viajero para que alguien, al otro lado, ofrezca una respuesta más concreta. Fracaso total, asegura una joven: nadie responde.
Fenómeno ‘bici-piquete’
En la plaza de los Santos Niños, con la Catedral Magistral de testigo, hicieron acto de presencia los desde hoy conocidos como «bici-piquetes». Si la bicicleta es una alternativa para desplazarse por la ciudad, en el 14-N cobró otro sentido para los manifestantes que, sobre su sillín y sin dejar de pedalear, llevaron las consignas de la protesta por el centro de la ciudad Complutense. Quizás sean los nuevos hidalgos, pues el rocín es flaco y ellos, qué duda cabe, galgos urbanitas. Las campanillas de las bicis fueron la única percusión con la que la ciudad de Cervantes logró ver roto el silencio que la ahogaba. Sopranos y tenores reclamaron a lo largo de la Vía Complutense su malestar social a través de «No es una crisis, es un atraco», la gran pieza del concierto.
De repente, la sección de viento irrumpió en el escenario: el pitido de los silbatos de la Policía Nacional se coló en el pentagrama. No hubo gran problema: «Es una cuestión de seguridad. Nuestro trabajo es proteger a los ciudadanos: que ustedes puedan manifestarse y que quienes circulen por la vía urbana puedan hacerlo sin riesgos para nadie». Pero se quedó un mal sabor de boca entre los bicipiquetes, sobre todo, entre quienes tuvieron que dar su número de DNI a los agentes. Un chico joven que inmortalizaba la marcha con su cámara de fotos fue obligado por un agente de la Policía Nacional a borrar algunas instantáneas. Al final, continuó la marcha bajo la advertencia de la Policía Local de circular por la derecha y sin perturbar la circulación. Más tarde se sabrá de ellos.
Mil colores, una causa
Blanco por el personal sanitario, verde por los defensores de la educación, rojo por el movimiento obrero y sindicalista… Una amplia gama con la que identificar sectores de una sociedad que se volcó en la protesta ya iniciada en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Paradójico o simbólico, no se sabe, pero un grupo de ciudadanos «cansados de sufrir recortes mientras se salva la banca» esperaban en la entrada de Urgencias a que llegasen las 10:30 horas. Poco más tardó en dejarse oír el tintineo de los cascabeles de las bicis. Allí estaban los bicipi-quetes. A las 11:00, un grupo de más de cien personas comenzaba la marcha. El destino, la Plaza de Cervantes.
Al frente, el color blanco fue el dueño del desfile, pero con señales de luto: «Los recortes en sanidad matan». Pero también hubo frases lapidarias: «Sanidad Privada, Sanidad Fracasada», sentenciaba la pancarta que guiaba la marcha. Poco a poco, pasito a pasito…, los manifestantes alcanzaron la carretera, pisaron el firme. Sólo circulaban por la derecha, pero por la izquierda, como si de una palmadita en el hombro se tratase, los coches pitaban para apoyar la marcha. La sonrisa en el retrovisor de muchos de conductores les delataba. Estaban con ellos. «Sí se puede», comenzaron a gritar.
Y llegaron al centro de la ciudad. Fueron sorprendidos. En la avenida de la Caballería Española un grupo les esperaba. Bajaron el popularmente conocido puente de Meco con energías renovadas. Allí, al final, estaban sus refuerzos. Se presentaron con una pancarta que decía: «Somos los nietos de los obreros que nunca pudisteis matar… Carne para la picadora». El carnicero de esta generación es el Gobierno. Faltaban pocos metros para llegar a la plaza de Cervantes. Fue asomarse a la calle de los Libreros y comenzar a sentir el calor de la gente que esperaba frente a la sede del Partido Popular de Alcalá de Henares, justo al inicio de la Calle Mayor. Al frente de este balcón de la «calle Génova alcalaína», una gran escultura de Miguel Cervantes custodia la plaza. Su mirada no logra desafiar a los centenares de personas que, con banderas de los sindicatos, aguardan la llegada de la marcha. Incluso quienes cerraron los ojos supieron que habían llegado: la Plaza Cervantes rompió a aplaudir. Ellos siguieron su destino y, arropados por los ciudadanos allí congregados, se pararon frente al Ayuntamiento. De pronto, se formó un corrillo. En el suelo, tendida, yacía la sanidad.
Allí, a modo de epitafio, Marta –una trabajadora del hospital– agradeció el esfuerzo y animó a seguir luchando por los derechos sociales. Los líderes de los sindicatos locales se felicitaron por la presencia de los alcalaínos, del personal de sanidad, educación y justicia, del sector industrial, de los comerciantes, los parados, los estudiantes… recordando que la próxima cita sería en Madrid capital. Poco a poco, las voces se fueron apagando, los colores abandonaron la plaza, la gente se perdió entre las calles del centro, se cegó la multitud…
Alcalá de Henares amaneció tranquila, un día normal SI NO fuera por los servicios mínimos […] ¡Ojo con las faltas!