Cenando con Rajoy
La excusa de la tradicional cena de Navidad sirvió la noche del miércoles 19 de diciembre para que casi un millar de militantes del Partido Popular madrileño se juntaran en Arganda del Rey. No faltó nadie. Todos querían compartir mantel con el presidente del Gobierno. Mariano, para los amigos.
Los hombres, con traje y corbata. Las mujeres, con vestido de gala. A pesar de la seriedad en la vestimenta, la cita es una fiesta. Un reencuentro anual en el que se habla de todo menos de política. Ya lo dirá el presidente después:
—Hoy no vengo a hablar de cifras y números.
Dos militantes se saludan con un abrazo. «No te pierdes una, eh», le dice uno al otro. A continuación, toman asiento. A las nueve en punto los camareros empiezan a servir uno de los entrantes: surtido de ibéricos. ¿Pero todavía no han llegado los pesos pesados? «Es que a Esperanza no le gusta hablar cuando está la gente comiendo», dice una cincuentona con muchas cenas a cuestas. Y añade la curiosidad de que algunas veces la presidenta se ha comido un plato en cada municipio. Mientras lo cuenta, los invitados no esperan. Ya han descorchado el Viña Rey y el Pago Villar, vinos tintos argandeños.
El secreto del teleprompter
Muchos todavía no han probado bocado cuando el sonido atronador del pegadizo himno del partido les pone en pie. Vítores y aplausos para recibir a Rajoy, Aguirre, González, Botella, Cifuentes y Mato. Esta última llega sonriente pese a los gritos de unas 50 personas en la entrada que se quejan de los ajustes en Sanidad.
Es el tiempo para los discursos. Rompe el hielo Pablo Rodríguez Sardinero, alcalde de Arganda y anfitrión. Tras él, viene la presidenta del partido en Madrid. «Qué bien habla Esperanza y con qué naturalidad lo hace», comenta un primerizo. «Lo está leyendo», le advierte su compañero de mesa. ¿Cómo? Tiene un teleprompter delante. Es una pantalla transparente en la que aparece todo lo que va diciendo. Es igual que la que utilizan los presentadores de televisión.
Acaba Aguirre. Es el turno de González y Botella. Primero el presidente, luego la alcaldesa. Son breves. Todo el mundo espera oír a Mariano. Empieza su discurso, apenas hay cámaras grabando. Solo lo hacen las del partido. ¿Por qué? «Ellos luego lo montan y distribuyen las imágenes a los medios. Televisión Española sí que emite, pero porque tendrá autorización», explica un concejal.
Los militantes twittean sus palabras o hacen fotos, al mismo tiempo que Rajoy habla. Una de ellas sale a fumar y es que, como dice su compañera de mesa: «El vicio es el vicio». Otras, en cambio, se suben a las escaleras del polideportivo para verle mejor. También se monta una conversación paralela al discurso acerca del agobio que tiene que suponer ser presidente del Gobierno. «En el Congreso de Sevilla, en febrero, su mujer Elvira llevaba ocho guardaespaldas», dice uno de los contertulios.
Pachi y Conchi se encargan de la lotería
La intervención de Mariano se cierra con el mayor aplauso de la noche. Las palmas se oyen por encima del himno. Coincide con el final de los entrantes. Es el momento perfecto para poner villancicos. Y para que los simpáticos Pachi y Conchi ataquen con su lotería. El matrimonio de Villaverde es un fijo en estas cenas. Él, con traje y boina. Ella, con un vestido elegante y siempre al quite. La pareja pasa de los setenta años y sin embargo recorre las mesas con energía. Casi todo el mundo se hace con alguna papeleta, a tres euros la unidad. Al que se resiste, Pachi le espeta con cariño: «Que va a tocar hombre», y definitivamente también compra.
Aunque dura más de media hora, la espera del segundo plato se hace corta. El mismo concejal de antes se pone a hablar por teléfono con un adversario político. Pese a la rivalidad profesional, mantienen una buena relación. «¿Me has puesto muy verde?», le pregunta, y casi al instante comenta entre carcajadas: «Ah, que hoy no mucho».
En la misma mesa se hace una porra: ¿Cuánto tardará Rajoy en irse de la cena? «No más de veinte minutos», dice uno. Se equivoca. El presidente aguanta bastante más. Algunas afiliadas aprovechan para acercarse a su mesa y hacerse una foto con él y Aguirre. Lo consiguen, aunque les cae la bronca de «un tal Alfonso, que es de organización en Génova». Da igual, ellas vuelven con una sonrisa. Una foto con el «presi» bien merece una pequeña regañina.
Por fin aparecen las bandejas con el capón relleno y las patatas panaderas. Todos dicen que está exquisito. Mejor dicho, casi todos. El concejal ha salido a hablar por teléfono y, cuando vuelve, los camareros se han llevado su plato. Al ver que no hay nada, se ríe y dice que tomará postre doble. No le queda otra.
El «presi» desea ¡Feliz Navidad!
El ambiente se revoluciona. Muchos militantes se levantan de su mesa para sentarse en otra a hablar con «colegas». Cómo no, tiene que ser Mariano el que ponga orden. Silencio absoluto. El «presi» levanta la copa, invita al brindis y desea a todos los asistentes: ¡Feliz Navidad! Son las once menos diez y ahora sí empieza a despedirse. Para Pachi el momento es un ahora o nunca. Se acerca y conversa durante un par de minutos con el presidente. No se sabe si al final habrá conseguido venderle una papeleta.
Tras Rajoy, poco a poco todos los asistentes van abandonando el recinto. «A descansar que mañana hay pleno», les dice el concejal a sus compañeras de mesa. Ya en la puerta, Cifuentes es la última de los dirigentes en irse. Justo antes de montarse en el coche oficial, un compañero le toca el hombro: «Cristina, hazte una foto con el concejal de seguridad que a él le da vergüenza decírtelo». Y con la delegada del Gobierno en Madrid se va el último flash de la noche.