En la barra con un boina roja
Lo cierto es que tenía todas las papeletas para ser una entrevista especial. Miguel Ayuso es una de esas personas con quien las agujas del reloj se mueven a toda velocidad. Desde la barra de un bar puedes viajar con este primer espada del carlismo en el tiempo y en el espacio. Podrías aparecer con él en Malibú, en casa de Mel Gibson, o en una abadía benedictina del brazo del cardenal Ratzinger, compartiendo mesa con Le Pen o Sarkozy e incluso un domingo cualquiera confabulado con Juan Manuel de Prada en Lágrimas en la lluvia.
Miguel Ayuso no concibe que España se acabe en Los Pirineos, ni siquiera contempla que un océano sea suficiente para separar el imperio donde nunca se pone el sol. En palabras de este viajero empedernido: «Yo solo viajo por España, esparcida en ambos hemisferios y en todos los continentes. De los territorios hoy ocupados por los gringos hasta Tierra de Fuego, y desde Flandes hasta Nápoles y Portugal. Y las Filipinas. A Roma se puede ir, por ser sede del Papa, y a Francia, más allá del Rosellón o el Franco Condado, que lo son de derecho propio, pues en fin, hay que ir a ver al rey, que está en el exilio, y goza de extraterritorialidad». Parece que nuestro protagonista tiene diseñado su propio mapa de España y así lo defiende con una amplia y sincera sonrisa.
«Yo quería ser profesor de derecho natural, pero la vida es muy dura». El caso es que acabó siendo profesor de derecho político, única plaza en la Universidad Pontificia de Comillas por entonces; para más inri esta asignatura pasó a llamarse derecho constitucional, concepto liberal desterrado del vocabulario de este tradicionalista. Ironías de la vida, es evidente.
«Mel Gibson nos invitó a su casa»
Con estas coordenadas es desde luego cómico imaginarse una escena donde quepan los siguientes personajes: Mel Gibson, actor y director de cine; don Sixto de Borbón, monarca carlista exiliado en un castillo en el corazón de Francia, y Miguel Ayuso, su secretario, junto con dos o tres profesores mexicanos anonadados por la situación. El caso es que así fue. Tras un golpe de efecto en forma de llamada por parte de Don Sixto a su secretaria en Francia, una solemne cena académica acabó convirtiéndose en una invitación formal a casa del actor. Llegaron en un avión privado de la compañía Million Air («estos gringos», comenta a pie de página en referencia al curioso nombre) y aterrizaron en un aeropuerto de algún lugar recóndito de Santa Mónica.
Tras pasar una semana en casa del actor, como despedida se ofició una misa «de culo y en latín como tiene que ser», sentencia. Cuál fue su sorpresa cuando don Sixto, que se esperaba una comida ceremoniosa, se encontró con un Mel Gibson cargado de bolsas saliendo del supermercado y que cocinó para sus invitados. Toda una anécdota a recordar para esta peculiar expedición monárquica a «tierras ocupadas por los gringos» . Sin embargo, años después Ayuso confiesa: «No me pareció una persona demasiado interesante».
Sabiendo esto, no es de extrañar que se decidiera a dirigir la tesis al padre Apeles. Miguel Ayuso conoció al padre Apeles cuando era un seminarista de pantalón corto que le acompañaba en una pía excursión a Lourdes. Al dar un giro a su vida y aterrizar en Crónicas Marcianas, los profesores de la Complutense no quisieron tirarse a la piscina sin manguitos y dirigirle la tesis; sin embargo, a pesar de lo que pueda parecer, el padre Apeles es abogado, periodista y sacerdote y seis veces licenciado, entre otras lindezas académicas. En suma, un personaje demasiado atractivo como para rechazar esa tesis. Tesis que nunca terminó.
Don Sixto, un legionario sin nacionalidad española
Ante la pregunta por excelencia, don Miguel se ríe de buena gana y, casualidades de la vida, todo comienza por una Tercera de ABC del año 1976 de Leopoldo Eulogio Palacios y titulada Monseñor Lefebvre. Parece que este artículo le hizo pensar más de la cuenta, pues 36 años después es el presidente de la secretaría de Don Sixto de Borbón, rey carlista en el exilio.
Lo cierto es que el carlismo ya no es lo que era. El declive empezó en 1960 y los sucesos de Montejurra (1976) supusieron un «gran problema». «El carlismo es algo melancólico», afirma. Ante la pregunta comprometedora de ¿para cuándo una nueva guerra carlista?, él se moja: «Las guerras son imprescindibles… Aquellas eran guerras nobles, buenas, de ideales, de religión». Evocando la Historia, le preguntamos por el legendario personaje de Ramón Cabrera, el Tigre del Maestrazgo. «Un traidor miserable», sentencia. Luego matiza su juicio. «Estaba muy mayor (cuando se pasó a Alfonso XII). Hay que entenderlo; se casó con una rica inglesa y claro, los ingleses…». Recuerda que en la finca del general Cabrera, en Wentworth, vivió también Pinochet, personaje con el que, por supuesto, también ha compartido mesa y mantel.
Volviendo a las viejas guerras carlistas, a don Miguel le hubiera gustado formar parte de la Expedición Real que en 1837 se quedó a las puertas de Madrid, aunque le hubiera dado rabia quedarse con la miel del triunfo en los labios: «Sí, yo hubiera dado orden de tomar Madrid». Evoca las heroicidades del general Gómez y lamenta que el general Franco, ya ganada la guerra civil, persiguiera a los carlistas.
Entre los perseguidos estuvo su Rey, Sixto Enrique de Borbón-Parma y Bourbon-Busset (1940), que se alistó voluntario en la Legión hasta que el Generalísimo le detectó y le expulsó. Don Sixto, que había llegado a Vitoria para estudiar en los maristas, tuvo que exiliarse a Francia, país del que también fue prófugo. Por estas aventuras y muchas más don Miguel le considera «una personalidad muy interesante y atractiva». «Es muy culto e inteligente», dice de su rey.
Las migajas del mantel
Este catedrático ya apuntaba maneras. Fue monaguillo del padre Lefebvre, a quien iba a recoger al aeropuerto de la mano del Marqués de Albaicín, cuando los nobles tenían pasaporte diplomático. Cimiento indiscutible de la discoteca Green, donde se le podía encontrar conspirando en su barra derecha. Es amante de la buena ginebra, «que compartiría con gusto con una gran señora», nos confiesa socarrón.
En casa de don Miguel no hay televisión, a pesar de participar en programas de este medio casi todas las semanas. Últimamente le paran por la calle, especialmente «las señoras bien del Barrio de Salamanca», dice. Piensa que las redes sociales son «la expansión del mal» y no tiene nada personal en el despacho, «algunas fotos y botellas de aguardiente o chocolates para las visitas, pero poco más», confiesa. Y como no podía ser de otra manera, es asiduo a La Gran Peña, fundada por generales liberales, pero vicepresidida por él (al que temen, comenta).
Lo cierto es que la lista de ocupaciones es inacabable. Aún así también pertenece al cuerpo de jurídicos militares españoles, participa en varias revistas, es miembro de la Asociación de Juristas Católicos e imparte su docencia por todo el mundo. Aunque finalmente nos confiesa: «Yo siempre quise ser cardenal. Ni cura ni obispo, cardenal», dice con sorna al tiempo que sentencia que todos los príncipes deberían casarse con princesas alemanas. «El que no se casa con una princesa alemana es que es tonto. Yo lo intenté, pero no salió bien, aunque… nunca se sabe», aventura con esa sonrisa tan particular tras hacernos la confidencia de que le tiró los tejos a la hija de Haider (la cosa no prosperó. Ella se casó con otro, pero parece que no dejó heridas en su corazón. Fue una cosa poco seria).
Y con estas migajas del mantel nos despedimos de este peculiar boina roja que nunca deja indiferente. Un excelente profesional, pero sobre todo un gran conversador, fuente inagotable de sorpresas.
Debo añadir que, además, es un gran profesor aunque no sabía que compaginaba la docencia con tantas otras actividades.. Qué genio!!
Don Miguel Ayuso. Un garbanzo de a libra. Una amistad interesante como pocas. Que Dios nos lo conserve por muchos años y nos bendiga con su convivencia.
Atte. Iñigo P.B.
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Esto es el carlismo para Ayuso, mero postureo para ligar en la discoteca. Qué forma de escupir en tantos patriotas y mártires. ¡Vergüenza!
No se puede ser un amargado jansenista, de San Juan.