«No somos una guardería de viejecitos»
Martín López Cuadra está en su último año de carrera, y no quiere que le tuteen. A punto de graduarse en Humanidades, este getafense de 57 años es Amigo de los Museos de Madrid, canta en la Coral de Getafe y es un asiduo de las conferencias en el Prado. Al día siguiente de recibir su prejubilación, en 2007, Martín se presentó en el mostrador de la Universidad Carlos III. Su objetivo era claro, y así se lo manifestó a la secretaria: «Quiero estudiar». Pero se encontró con dos problemas. «Era demasiado joven», confiesa risueño, y «el curso ya había comenzado».
Se refiere a la Diplomatura de Humanidades que desde hace 18 años ofrece la Universidad en su campus de Getafe. Los destinatarios son personas mayores de 55 años que necesitan reencontrarse con la cultura. Martín lo hizo a los 53 gracias a Luz Neira (Directora de los Cursos de Mayores), que lo matriculó en un curso monográfico de literatura. Desde entonces no ha faltado ni un solo día a clase de arte o literatura, sus dos pasiones, con permiso de la música.
Ese primer contacto con la facultad avivó las inquietudes de Martín, que pronto sintió la necesidad de leer obras como el Edipo, de Sófocles. Cuando por fin alcanzó la edad de rigor para estudiar Humanidades descubrió que, a través del conocimiento de la literatura, la filosofía, el arte, la historia y la geografía, se puede comprender mejor la realidad. Desde sus concepciones más amplias —como la europea (el primer curso) o española (el segundo)—, a las más cercanas (el Madrid del tercer curso).
En ese acercamiento al mundo los profesores juegan un papel esencial. Tanto que Martín ordena su aprendizaje con los nombres de sus maestros: «David me ha reencontrado con la literatura clásica, Luz con la mitología griega…». El rechazo que la mayoría de los adolescentes mantiene con sus tutores se transforma en admiración en estas aulas. «No creas que a los mayores nos dan a los profesorcillos…», se defiende Martín. «Son excelentes, saben adaptar sus explicaciones a grupos en los que hay desde licenciados a amas de casa». A cambio, los aludidos se sienten escuchados y entendidos.
En clase
El resultado son clases repletas y bulliciosas como la de Cine. Cuando Pilar Amador termina de explicar el trabajo del curso —un análisis sobre la película Las bicicletas son para el verano—no duda en su diagnóstico sobre los alumnos: «Aportan mucho entusiasmo y su formación de vida, algo de lo que los jóvenes carecen». Impulsora del Programa para Mayores en 1994, la exvicedecana de Humanidades también se atreve a pronosticar el futuro del plan: «No creo que desaparezca porque los mayores de hoy en día sustentan las familias, y a los políticos no les interesa perjudicarles».
Sin embargo, la supervivencia de la Universidad para Mayores no está clara. La Comunidad de Madrid inauguró el curso con menos presupuesto y más tasas para los alumnos, convirtiéndolo en el último de la Carlos III, una de las primeras universidades en incorporar el programa. Ante esta perspectiva, Martín saborea con incertidumbre su último año de carrera. «Hemos pasado de Europa a España y de ahí a Madrid. Pero ¿ahora qué?», se pregunta contrariado.
La angustia de estos estudiantes llega al extremo de que, según cuenta, algunos se han planteado no presentar sus trabajos para repetir un año, conscientes de que eso no ocurrirá porque en sus notas no existe el suspenso. Pero lo que realmente preocupa a Martín es verse en la calle sin nada que hacer, «visitando edificios como el típico jubilado».
«Yo he pasado de tener cuatro reuniones diarias en Telefónica a estar en casa sin hacer nada», resume Martín. Para él, el verdadero problema es que las empresas «se quitan de encima» el valor añadido de la experiencia al echar a los mayores, que están «en la flor de la vida laboral». Por eso elogia la labor de la universidad como lugar de reencuentro con la cultura y de formación de grupos para un colectivo lastrado por la soledad.
El presidente de la Asociación de Alumnos Mayores de la Unviersidad Carlos III (Almucat), que organiza certámenes literarios, actuaciones teatrales y excursiones, añade un matiz importante: «Aquí se respira juventud». Para Fabián Álvarez, la gran ventaja de estudiar en la universidad es precisamente esa sensación de libertad. En la práctica, la experiencia de estos mayores se traduce en conocimiento útil para la universidad. Prueba de ello es que han colaborado con el Departamento de Estadística en un experimento sobre el choque cultural entre su generación y la actual. La conclusión de Fabián es clara: «No somos una guardería de viejecitos».
Consciente del daño que causaría la desaparición del Programa para Mayores, la Universidad ha diseñado un plan alternativo. Se trata del Programa de Cultura Universal, muy similar a la diplomatura pero con una diferencia: cuesta casi el doble. Más allá del precio, que probablemente repercutirá en las matrículas del próximo año, el representante de los alumnos destaca la «necesidad» de que el suspenso se incluya en el sistema de evaluación. «Se nos tiene que dar la oportunidad de sentir el fracaso, porque eso nos hace jóvenes».