Chinchón, un pueblo volcado en el turismo
Una de las plazas más bonitas de España, una representación de la Pasión de Cristo con cientos de actores el Sábado Santo, el festival taurino más antiguo del país, un cuadro del mismísimo Goya y una cocina castellana tradicional exquisita. Igual que en la actualidad, todo eso tenía Chinchón hace 50 años.
Y, sin embargo, no era un pueblo turístico. Cinco décadas después, resulta difícil encontrar un anuncio de la Comunidad de Madrid en el que publicite sus territorios y no aparezca Chinchón. Cada año entre 200.000 y 300.000 visitantes pasan por su Oficina de Turismo. Con lo que, en realidad, el número de curiosos es mucho mayor.
Situado en el sureste de la Comunidad, a 45 kilómetros de la capital, ¿por qué tanta gente acude a este municipio de apenas 5.400 habitantes? «En un momento dado decidimos ser un pueblo dedicado al turismo y desde ahí tanto el Ayuntamiento como los hosteleros hacemos todo lo posible para atraerlo», cuenta Luisa María Fernández, su alcaldesa.
Ese momento dado tiene fecha concreta: 24 de mayo de 1964. Aquel día se abrió el Mesón Cuevas del Vino, el primer restaurante de Chinchón. Ya entonces, las calles del pueblo y, en especial, su Plaza Mayor, habían servido de marco para muchas películas: La vuelta al mundo en ochenta días, Rey de Reyes o El fabuloso mundo del circo, con John Wayne, Claudia Cardinale y Rita Hayworth. Y lo seguiría siendo después con Orson Welles, que se enamoró del pueblo, grabando en él varias de sus obras.
La iniciativa privada como motor
Con todo, a Chinchón le faltaba algo para convertirse en un lugar de peregrinación. Necesitaba venderse. Y fue precisamente eso lo que empezó a hacer Narciso García Ortego, el propietario del primer mesón. Él mismo pronunciaría una frase que se haría famosa en toda España en los años setenta: «Chinchón; anís, plaza y mesón».
«Es cierto que el pueblo se convirtió en un lugar turístico a raíz de la iniciativa privada», dice Luisa, para añadir a continuación que cuando el municipio comenzó a despegar enseguida encontró el apoyo de las administraciones. En 1973, el ayuntamiento donó al Estado el viejo vonvento de frailes agustinos, que tras una restauración se transformó en lo que hoy es el Parador Nacional. Un año después, el casco urbano era declarado Conjunto Histórico Artístico.
Poco a poco, los habitantes de Chinchón fueron tomando conciencia de lo que significaba el turismo: dejaba dinero. Y se volcaron en potenciarlo. Se abrieron más restaurantes, se pusieron en marcha los primeros hoteles y casas rurales, se introdujeron comercios que empezaron a vender todo tipo de recuerdos. Así hasta el punto de que en la actualidad su alcaldesa no se imagina Chinchón sin el turismo. Se han convertido en inseparables.
Proliferación de bodas japonesas
Hoy, al entrar en la página web del municipio, www.ciudad-chinchon.com, la oferta que se presenta es abundante. Decenas de sitios para comer, multitud de lugares que visitar, más de 600 plazas de alojamiento, incluso un área de bodas civiles. «Es que viene mucha gente a casarse. En el Juzgado de Paz los viernes y en el ayuntamiento el día que quieran. Es un poco por el entorno y porque luego, al haber muchos restaurantes, celebran aquí el banquete», cuenta la regidora. Hubo una época en la que proliferaron hasta los enlaces entre japoneses. «Había tres o cuatro bodas por semana», recuerda.
Esa moda ya pasó y actualmente lo que abunda es la celebración de despedidas de soltero. Es sábado por la mañana y por la calle de los Huertos, la misma por la que transcurre el encierro y en la que está el Parador, camina un grupo de cinco chicas. Han venido a pasar el día. Son dos italianas, dos albanesas y una española. Van disfrazadas. La semana siguiente una de ellas se casa. Para la chica española no es la primera vez que visita Chinchón.
—¿Qué le parece el municipio?
—Mi impresión es que se nota demasiado que está volcado con el turismo. Yo soy de ciudad y si realmente buscara desconectar e irme a un pueblo no vendría a este.
La calle de los Huertos desemboca en la Plaza Mayor. A sus puertas, a partir del mediodía, varios jóvenes distribuyen propaganda con restaurantes donde comer. Otros trabajan como camareros. Son en su mayoría estudiantes que los fines de semana se sacan un dinero.
Cuidar todos los detalles
Al entrar en la Plaza Mayor, con sus imponentes 234 balcones de madera que la rodean, el ruedo aparece despejado. Ni sábados, ni domingos, ni festivos está permitido aparcar. Como también son peatonales muchos de los últimos tramos de las calles que terminan en la plaza. La obsesión del consistorio y de los hosteleros es tratar de cuidar todos los detalles. Comparado Chinchón con otros pueblos de la comarca, saben que tienen la gallina de los huevos de oro.
Las terrazas de casi la veintena de restaurantes que se arremolinan alrededor del ruedo se juntan unas con otras. En algunos casos, solo el color de las mesas o del mantel las diferencia, ya que no hay apenas separación. En la arena, mientras los padres toman un aperitivo, un hombre guía a una recua de seis burros en los que se pueden montar los niños pagando unos euros y dar una vuelta por la plaza.
Ya fuera de ella, subiendo por dos empinadas calles se llega al lugar donde se encuentran la Torre del Reloj, la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y el Teatro Lope de Vega. Una familia se queja porque los edificios están cerrados y no pueden verlos. Abren por la tarde. En los últimos meses el ayuntamiento ha puesto en marcha unas visitas guiadas los sábados a las cinco. «Entre semana también tenemos varias rutas, pero son previa contratación», aclara Luisa María Fernández.
Dar al turista algo más
El hecho de ser uno de los cinco municipios más visitados de Madrid junto a Alcalá de Henares, Aranjuez, El Escorial y Navalcarnero, no es suficiente para el consistorio. Son ambiciosos. Por eso en 2010 diseñaron el Plan de Competitividad, que supone una inversión de dos millones y medio de euros a desarrollar en cuatro años, y financiado a tres partes: Estado, comunidad autónoma y ayuntamiento.
«Con este Plan lo que intentamos es dar al turista algo más en su visita», explica la alcaldesa. Se trata de añadir valor a todo el patrimonio histórico-cultural del pueblo. Por ejemplo, conservando el casco urbano, en el que no está permitido realizar obras que no sean acordes con el resto de edificios. O impulsando actos que tienen tradición como el Mercado Medieval o la Pasión.
También se crean nuevas actividades. Los conciertos de jazz llegaron el año pasado para amenizar las noches de verano y desde 2011 en octubre las jóvenes promesas de la tauromaquia se retan con las cámaras de Canal Plus como testigo. «Intentamos que en Chinchón cada mes haya algo», concluye la alcaldesa.
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