Gabriela Wiener y los subterráneos de la realidad
Los subterráneos de la realidad fluyen cada día a través de los silencios, de los gestos, de los detalles. Van más allá de los datos. Esos subterráneos son los que el periodismo debe buscar, según Gabriela Wiener (Lima, 1975). Una verdad que ella aborda desde la confluencia del periodismo narrativo y de la literatura pese a que no sabe si definirse como periodista. Trabaja en medios de comunicación, pero prefiere llamarse escritora o cronista y estar «en la frontera de las cosas».
De «rasgos amerindios», como la describió una médico cuando quiso donar óvulos en España, Wiener lleva dos horquillas sujetándole el pelo largo y oscuro, gafas de pasta negra, y tiene un lunar en el lado derecho de su cara, cerca de la sien, que se toca con frecuencia cuando no está jugueteando con la botella de agua que hay encima de la mesa.
Aunque estudió Literatura y Lingüística, pronto comenzó a trabajar en diferentes diarios. En Perú ser escritor «es una utopía», dice. Con los años, se agobió de escribir siempre sobre otros. Por eso comenzó a introducir su propia voz en las crónicas que elaboraba para la sección de Cultura de El Comercio, el principal diario del país andino. Suscitó «cosas tan absurdas» como conseguir el premio al mejor reportaje y no estar contratada.
Wiener ve en el periodismo una forma de creación, una oportunidad para liberar la creatividad y hacer algo personal. Se niega a hacer el típico periodismo de un gran diario y a los encasillamientos. «Uno tiene que hacer de todo». Fue en la veintena, y especialmente de la mano de la revista narrativa Etiqueta Negra, cuando desarrolló de verdad su propia voz. «Fue mi escuela», reconoce. Tampoco la pagaban. La recompensa estaba en ver su nombre encuadernado junto al de grandes periodistas como Jon Lee Anderson.
Cruzó el Atlántico en 2003 para llegar a Barcelona con tan sólo unos recortes de sus artículos en el periódico El Comercio y cinco números de Etiqueta Negra bajo el brazo. Se plantó ante los responsables de la revista Lateral: «Me ofrecí como la becaria más vieja de la Historia», bromea. El humor es el tono que utiliza para abordar algunos de los momentos más complicados de su vida.
Pero el espíritu de superación está presente en ella: «Intentad ser ambiciosos, no quedaros en un temita. A veces un gran tema es el que vas persiguiendo toda tu vida». ¿El suyo? «Me da un poco de vergüenza decirlo, pero debo ser un poco yo». La primera persona está muy presente en sus textos. Ofrece un estilo cercano, personal, con menos solemnidad que el que ofrecen normalmente los textos periodísticos. Le interesa buscar en la complejidad de los seres humanos y plasmar el proceso que va de los prejuicios o el escepticismo a la revelación o transformación que surge en un momento dado. Con «esa voz que no sé si soy yo o una parte mía, o uno de mis yos».
Ahora trabaja en la revista Marie Claire, tras una trayectoria que en principio no podía vaticinarlo: entre otras publicaciones, trabajó en la revista erótica Primera Línea y ha llevado a cabo muchas inmersiones, desde intercambios de pareja en donde tuvo que descubrir su intimidad hasta donaciones de óvulos.
Pero cada vez más, confiesa, se sirve de la gente cercana a ella para escribir sus piezas. Narró la historia de su mejor amiga, Micaela, y de cómo tuvo que volver a Perú. Una historia que en parte era la suya. Hablaba del miedo de volver sin haber conseguido lo que salió a buscar y del miedo a la sensación de fracaso. «Los mejores textos son los que tienen esa conexión con algo humano que no puede decirse en dos palabras».