La gran empresaria china
La avenida de la Sardiñeira, en el barrio de Los Mallos, en La Coruña (Galicia), es conocida por ser un punto de entrada de droga en la ciudad. Tiene un mercadillo en una explanada de cemento, donde los martes los gitanos de los alrededores venden sus productos a los señores pudientes y no tan pudientes. Está cerca del Mac Auto y del nuevo centro comercial más grande de España, Marineda City. Pero muy pocos conocen la historia de Lisa y de su Huerta China.
–Me fui de casa con 17 años, de una pequeña aldea de China. Ahora me da miedo ir sola a Arteixo (un pueblo en la provincia de La Coruña), pero cuando era adolescente me consideraba invencible —dice Lisa con una sonrisa en la boca.
El nombre chino de Lisa es Beilei. Para ellos es normal ponerse un apodo cuando viven en un país occidental. Es una empresaria decidida y cariñosa. Tuvo la iniciativa de crear la primera tienda de alimentación china en Los Mallos, en la calle Europa. Los chinos suelen abrir bazares, restaurantes o negocios en grandes polígonos, pero por aquel entonces no solían abrir ultramarinos y menos en un modesto barrio coruñés, con vecinos que conversan en los bares de las esquinas porque han crecido juntos.
–Llegué a Coruña en el 2006. Antes estuve en Barcelona, también en Francia y Holanda. Mi familia emigró a distintos países de Europa. Eran muy caros.
Tenía una tía en España, un lugar que le ofrecía un nivel de vida más económico. Decidió venirse. Aterrizó en Barcelona en 1998, sin contrato. Trabajaba día y noche para un taller de costura con un empresario catalán. Compartía su oficio con cinco chinos más. Unos amigos suyos que vivían en la capital catalana le avisaron del empleo. Lisa no sabía español. No le hacía falta. Sus manos eran suficientes.
–Mi jefe me pagaba la manutención y el alojamiento en Barcelona. Me daba cincuenta céntimos por cada pantalón que cosía. Si en un mes había que hacer mil prendas y no me daba tiempo a terminar el encargo no cobraba, pero me seguía pagando la casa y la comida. El empresario quería trabajar con nosotros porque nos da igual el horario. Muchas veces oigo que se nos explota, pero no es cierto. Yo prefería esas condiciones porque así me aseguraba la manutención, cobrase o no.
Una mentalidad muy distinta a la europea.
El ritmo de trabajo empezó a disminuir. Lisa decidió irse a otra parte de España. Esta vez no se fue sola, sino con su marido, al que todos los del barrio llaman Yen. Cambiaron la agitada capital catalana por el tranquilo vecindario de Los Mallos.
–Nos conocimos en España y nos casamos. Ahora tenemos tres niños, el mayor de diez años.
Lisa es una joven madre de 33 años. Viste con vaqueros de Zara y deportivas negras de cordones rosa fucsia. Ha dedicado su vida al trabajo y a su familia. Tenía un par de amigos en La Coruña. Decidió probar suerte en la punta más extrema del continente europeo. Al principio trabajó en un restaurante con su marido, pero su mentalidad era de empresaria. Quería tener su propio negocio. No le gustaban los bazares. Ofrecían muchos productos de poca calidad y casi a precio de coste, con mucha competencia. Tuvo una idea innovadora: abrir su propia tienda de alimentación. La mayoría de los chinos piden dinero a sus familiares o amigos antes de abrir un negocio, pero ella solicitó un crédito al banco que aún está pagando: «Es un comercio pequeño, no quiero ganar millones, solo sobrevivir».
Chino con calidad
Beatriz vive en la avenida de la Sardiñeira. Es clienta de Lisa. Tiene tres hijos y un apartamento en el edificio Aliko. Un inmueble formado por catorce torres, antes blancas, ahora pintadas de color amarillo claro, con tejado de pizarra negro, que se ve al entrar por la autopista en la ciudad. Está construido en los antiguos terrenos de una fábrica de conservas que tenía el mismo nombre.
Beatriz está en su casa. Llaman a la puerta. Es Yen, el marido de Lisa. Viene a traerle el pedido del día anterior, aunque aún no lo ha pagado. «Lo importante en mi tienda es la calidad y la confianza», afirma Lisa. La gente del vecindario viene a comprar porque la conocen, porque le cuentan sus quehaceres diarios, porque confían en ella. Lisa no es sólo una gran empresaria, sino una buena psicóloga. Sabe cómo empatizar con sus clientes, ofreciéndoles siempre la mayor calidad. Beatriz cuenta que prefiere comprar en La Huerta China, y no en el supermercado, porque tienen muy buenos y variados productos.
A Beatriz le gustan los artículos africanos, salsas argentinas, aceites de coco y fruta exótica de La Huerta China. La empresaria trabaja con buenos productos y muchas horas. El establecimiento abre de nueve de la mañana a casi las diez de la noche, domingos incluidos.
Mujer empresaria
Yen casi no habla español. Él hace los recados, pero es Lisa la que está detrás del mostrador dirigiendo el negocio, algo poco usual en la cultura patriarcal china.
Lisa acaricia a su pequeño de cuatro años. La acompaña mientras trabaja, igual que sus otros dos hijos, quienes llegan al negocio al acabar el colegio. Lo columpia en su regazo hablándole en español, mientras cierra la tienda. Solo duerme seis horas al día porque llega a casa a las once de la noche y se tiene que levantar a las seis de la mañana para ir al mercado. Comparte cada segundo de su vida familiar y empresarial con su marido.
«Estamos todo el día juntos. Nos hemos adaptado el uno al otro», cuenta Lisa. Se adaptaron a respetar su espacio, sus silencios: «Hay veces que pensamos distinto, pero preferimos no hablarlo».
Sus tres hijos van al colegio público Escuela Rosalía de Castro, en el centro de la ciudad. Solo el mayor habla chino.
–Algunos padres son poco tolerantes con los extranjeros. Enseñan a sus hijos expresiones como negro de mierda, o señalan al que es distinto. Al principio, mis hijos tuvieron problemas para adaptarse a la escuela, tenían miedo de relacionarse con sus compañeros. Siempre les he dicho que van al colegio a estudiar, no a jugar. Reconozco que han sufrido mucho. Ahora, la mayoría de sus amigos son españoles. Lo que más les cuesta es aprender el gallego, una asignatura obligatoria —vuelve a sonreír.
Los hijos de Lisa nunca han ido a China. «El billete sale muy caro», dice su madre. No tiene tiempo para dejar el negocio. Comenta que hace poco una clienta le preguntó por qué no hay nombres chinos en los cementerios españoles: «Los chinos no creemos en la medicina europea. Demasiada pastilla». Muchos de ellos prefieren volverse con sus familias y acudir a sus tradicionales medicinas orientales cuando se hacen mayores. Aunque Lisa tiene muy claro que su futuro está en España: «Esta es mi casa».
Antes de que se acabe la entrevista enseña un artículo que salió en La Voz de Galicia por ser el primer ultramarinos chino de la ciudad. Escrito con la pluma de Pablo Portabales, periodista coruñés muy popular que busca curiosidades que pasan en las calles de la ciudad para su programa radiofónico. Esta es la historia de la mujer que está detrás del mostrador.
¿¿Que los chinos no suelen abrir tiendas de ultramarinos?? Por el amor de Dios, ¿pero usted en qué país vive? Las calles de España están plagadas de tiendas de alimentación chinas que venden todo tipo de productos a horas intempestivas!