3 miradas sobre Nueva York
Sin levantar la mirada, con manos de filósofo y vestido de negro, Eduardo Lago aprovecha su tiempo en España para hablar de su vocación literaria y sus trabajos periodísticos, invitado por su amigo y compañero Alfonso Armada. Amantes del libro Poeta en Nueva York, nos invitan a releer a García Lorca. Con el siguiente texto, recorremos la ciudad a través de sus impresiones sobre la poesía, la democracia, Wall street, las guerras o lo que la ciudad les evoca más allá de sus calles.
I | CIUDAD SIN SUEÑO
Pero si alguien cierra los ojos
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Eduardo fue a Nueva York por un año, lleva allí 25. Estos meses en España le despiertan los sobrinos sin haber dormido lo suficiente. Se nota en sus ojeras. A las doce de la noche comienza a escribir, en medio de la calma nocturna. Sin otros ruidos que la propia voz, «baja a las profundidades» con los ojos bien abiertos. Así y todo, reconoce con desasosiego: «uno no se ve nunca a sí mismo».
Alfonso: «Vivía en un vigésimo piso. A veces, en la noche escuchaba voces, gritos en la calle. Me asomaba al balcón sin ver a nadie. Una ciudad siempre con pesadillas. El metro no cierra. Muchas tiendas abren las 24 horas; puedes comprar flores, patatas, tabaco… Una ciudad sin párpados».
II | MULTITUD QUE VOMITA
Yo, poeta sin brazos, perdido
entre la multitud que vomita.
Eduardo no puede desprenderse de sus gafas: «sin ellas veo sombras». Una buena forma de sobrevivir en la ciudad, además de refugiarse en los libros. Entre ellos el Quijote y el Ulysses de Joyce. «Ya no es posible superar a Cervantes»: esa oscilación entre las divertidas escenas del caballero y la «profunda tristeza de lo que está sucediendo». En cualquier caso, no es muy optimista ante la vida cultural de nuestro país: «España está fuera del discurso intelectual internacional desde hace muchos años… Perdón, desde hace muchos siglos». Acosada por el desempleo, los desahucios, la corrupción política y financiera, se siente un exiliado de su patria, al igual que Norman Mailer.
Alfonso: «Agobiante, angustiosa, una isla. Nueva York se encuentra rodeada de agua. Estás atrapado, perdido entre la muchedumbre. Para refugiarme, me embarcaba en el Metro, reposaba en las vías subterráneas. En una ocasión, el cadáver de un mendigo se pasó varios trayectos circulares sin ser descubierto. Nadie reparó que se encontraba inmóvil, sin vida».
III | DANZA DE LA MUERTE
El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces.
¡Oh salvaje Norteamérica, oh impúdica! ¡Oh salvaje!
Tendida en la frontera de la nieve.
Reacio a publicar sus escritos «tras la desgracia de descubrir mi vocación literaria», ante el temor de caer en manos del «corrupto mundo de las editoriales», Eduardo se declara enemigo de los best sellers, «esas basuras que se publican y que la gente lee. La mala literatura es adictiva». También la televisión, que ha dejado de ver y ahora no tiene. Tras los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, encontrándose en el interior de su apartamento escuchó un ruido estremecedor: «se había derrumbado un edificio cercano a la zona del atentado, me enteré por la tele de lo que acababa de escuchar dentro de mi casa. Veía mucho la CNN, me tenía estupidizado».
Alfonso: «Latidos animales mueven la ciudad menos americana de los Estados Unidos. Refugio de exiliados, muestra las dos máscaras de la opresión y la libertad.»
IV | NUEVA YORK
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
En voz alta, Eduardo se pregunta: «¿Es la literatura una forma de vencer a la muerte?». Partidario de luchar por el arte verdadero, siente tristeza ante lo que sucede en la actualidad. «La literatura es un ser cansado y herido al que hay que cuidar» frente a las exigencias de la industria editorial o la obligación de satisfacer las expectativas de los lectores.
—¿Cómo nace un poema? —preguntó a un poeta en el hospital «cuando la muerte estaba en la habitación de al lado esperándole».
—No lo sé —le respondió.
Alfonso: «¿Pero quién paga todo este derroche?, recuerdo que se preguntó Josep Pla. La ciudad debe alimentar muchas bocas. Un auténtico dragón sediento de sangre fresca. Jóvenes que llegan dispuestos a entregar sus sueños. Una trituradora de doncellas».
V | IGLESIA ABANDONADA
Yo tenía un hijo que se llamaba Juan.
Yo tenía un hijo.
Se perdió por los arcos un viernes de todos los muertos.
Lo vi jugar en las últimas escaleras de la misa,
y echaba un cubito de hojalata en el corazón del sacerdote.
He golpeado los ataúdes. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Mi hijo!
Conocido por sus entrevistas, Eduardo busca siempre penetrar en el fondo del personaje. Valiente en sus interpelaciones, sin medias tintas, no es partidario de las componendas fáciles. «Desenmascárate, ¿de qué vas?», le espetó a John Grishan. Eso sí, para prepararse la entrevista leyó 20 de sus libros. Lejos de complacer a su partenaire, intenta mostrarlo desde el primer momento: «Con la primera pregunta el entrevistado ya sabe quién eres como periodista».
Alfonso: «Al abandonar África para irme a Nueva York, sentía que traicionaba mi compromiso personal con el continente. Un amigo me dijo: ‘Allí se decide el destino del mundo’. Sede de Naciones Unidas, de las vidas de los africanos, de su paz y su guerra».
VI | LA AURORA
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Hay muchos ojos que vigilan la obra de los jóvenes que comienzan en las letras. La verdadera generación perdida. Eduardo imparte cursos de literatura en el Sarah Lawrence College, en Nueva York. Con necesidad de escuchar a la gente, necesita el contacto con sus alumnos para nutrir su hambre de historias de juventud, «cuando en las tardes de verano, la luz era eterna» según el poeta John Ashbery, cuya música admira e intenta traducir. Y contar con palabras «lo bueno, lo malo y todos los matices intermedios» de sus vidas.
Alfonso: «Con dos caras, genera todos los signos del mundo. La fatiga y la ilusión. Como periodista, todos los días aguardaba el fin del mundo. El 11-S fue un ensayo general. Ningún escenario mejor para el Apocalipsis. Millones de espectadores para presenciar la caída de la urbe más pretenciosa del planeta. Tras siete años pasados allí, me vienen recuerdos superpuestos, envueltos en la fatiga de las máquinas, los sueños, el dinero, la fama… Nueva York. Frágil, acogedora e implacable».
Eduardo Lago (Madrid, 1954). Escritor y periodista, vive en Nueva York desde 1987. Trabaja para El País. Es autor de novelas como Llámame Brooklyn, ganadora del premio Nadal en 2006 o Ladrón de mapas (2008). Profesor de literatura en el Sarah Lawrence College desde 1993 y director del Instituto Cervantes de Nueva York entre 2006 y 2011. Es autor de El íncubo de lo imposible (2001), con el cual obtuvo el Premio de Crítica Literaria Bartolomé March.
Alfonso Armada (Vigo, 1958). Periodista y escritor. Ha trabajado para El País (cubrió el cerco de Sarajevo y fue corresponsal para África) y ABC (fue corresponsal en Nueva York, hoy dirige el Máster de Periodismo). Sus últimos libros son: Nueva York, el deseo y la quimera (2006), El silencio de Dios y otras metáforas (con Gonzalo Sánchez-Terán, 2008), El sueño americano. Cuaderno de viaje a la elección de Obama (2009), Diccionario de Nueva York (2010) y Mar Atlántico. Diario de una travesía (2012), además de los poemarios Los temporales (2002) y TSC. Diario da noite (2009).
Es curioso constatar como la observación y el ojo crítico de un buen poeta, un buen escritor o un buen periodista, como en este caso ocurre con Lorca, Eduardo Lago y Alfonso Armada, a pesar de la gran distancia temporal que los separa, tienen tanto en común, a la hora de comentar los entresijos de una sociedad tan compleja e impersonal como la de la ciudad de Nueva York.
Interesante. Invita a leer su trabajos