Donde el dinero no vale nada
Parece un mercadillo como cualquier otro, aunque algo más tosco. En los rudimentarios puestos —algunos, una simple tela sobre el suelo, otros una mesa plegable y el resto, directamente el frío pavimento— se amontonan los objetos más variopintos, que los transeúntes remueven con entusiasmo. Sin embargo, aquí a quién quiera hacerse con algo de lo expuesto le será más útil la cartera que lo que lleve dentro.
Ropa, material informático, zapatos o bisutería fina: en plena Navidad, la época consumista por antonomasia, los vecinos de Leganés optaron por organizar un evento donde todo vale como dinero, salvo el dinero. Es el reino del trueque.
«Lo que estamos planteando es una alternativa al consumismo», explica Mariana, miembro de la Asamblea popular de Leganés, la plataforma organizadora. «Aquí cualquier persona trae un objeto y lo intercambia libremente» añade, «pero también hay cosas que son libres, no necesitas intercambiarlas sino que directamente se regalan».
No hay nada fijado, sino que el intercambio se basa en una negociación entre vecino y vecino. «Por ejemplo, un libro te lo podría cambiar por una camiseta, o una película por un bolso», detalla Laura, una joven leganiense convertida en comerciante por un día. Además de libros y prendas de ropa, varios frascos de colonia, pósters y hasta un cuadro aparecen expuestos en su improvisado tenderete. Ha traído tantos objetos para intercambiar que no le caben en la mesa plegable que tiene junto a sí, por lo que ha tenido que colocar muchos de ellos sobre una manta.
Las negociaciones son duras. En otro puesto, una chica revisa hasta el último detalle de unas blusas que ha traído una vecina. Lleva sobre la cabeza un gorro de látex y gafas de bucear, pese a que la separa un kilómetro de la piscina cubierta más cercana (el Pabellón Europa, en Leganés Central) y 361 de la playa más próxima (la de la Malvarrosa, en Valencia). «Es para protestar contra la playa que quiere hacer el Ayuntamiento en La Solagua», explica. Cuando parece que ha elegido la prenda adecuada, una blusa floreada, se da cuenta de que es de manga corta. «¡Vaya!», exclama contrariada. Sus ojos se dirigen a una camisola gris a cuadros. La vuelve a examinar: esta sí que la satisface. Comienza entonces la segunda etapa del trueque. La otra parte tendrá que elegir qué quiere de entre sus cosas. Esta vez la decisión es más fácil: tras unos segundos, escoge un libro en inglés con algunas anotaciones explicativas en castellano a mano («¡seguro que vienen bien!»). Hay trueque.
Poco conocido
Durante las tres horas que duró el mercadillo, decenas de personas se acercaron a la plaza de España, donde se celebraba. No obstante, y pese a que era el segundo de este tipo celebrado en la ciudad, muchos de los visitantes no llevaban ningún producto para intercambiar. «Bastante gente no se ha enterado de que iba a haber un mercadillo de trueque y por eso no han traído nada», afirma Nani, una transeúnte. «La próxima vez deberían dejar octavillas en los portales», sugiere.
Ante esto, muchos de los vecinos que sí habían llevado objetos para intercambiar prefirieron regalarlos antes que aceptar dinero a cambio de ellos. «Son gente muy concienciada, que buscan lo bueno para la comunidad sin lucrarse», sentencia José Torres, un vecino que ha venido a ver el mercadillo.