Sarah sobrevive al tiempo africano
Sarah Balet es una joven suiza que vive en Madrid. Con 23 años decidió irse a trabajar a Kenia, donde conoció a Hilda, una africana. Se convirtió en su mejor amiga y le enseñó otra forma de vivir el tiempo.
Es una mujer de mundo. Ha dedicado su carrera de hostelería a viajar y los kilómetros han ido modulando su personalidad. Los seis meses que en 2011 vivió en Kenia le marcaron. Ahora comparte un piso en el madrileño Paseo de Santa María de la Cabeza con tres jóvenes españoles. A Sarah le gusta llegar a su apartamento. Antes de irse a dormir se hace un té. Es su momento cómplice en el que navega por África a través de sus recuerdos, y de sus palabras.
—Trabajaba como asesora en una compañía francesa que hacía catering para los aeropuertos en Kenia. Me pagaban 1.200 euros al mes, teléfono, coche y apartamento, porque era europea y blanca. Mi base estaba en Nairobi. Me destinaron por un mes al aeropuerto de Mombasa, donde conocí a una colega de mi empresa que se convirtió en mi mejor amiga, Hilda. Trabajaba el mismo tiempo que yo, también estudió en una escuela de hostelería y hablaba varios idiomas. Se encargaba de distribuir los productos a restaurantes de la zona. Pero a ella le pagaban la mitad, porque era africana y negra.
En Nairobi no tenía amigos locales. Sus compañeros la miraban con desprecio porque era blanca, diferente y cobraba más. Cuando dejó Noirobi por Mombasa conoció a Hilda, una joven divertida con rastas en el pelo. Tenía su mismo peso y altura, podían intercambiar la ropa. Sarah dice que Hilda es muy divertida y que se reían mucho juntas. Conectaron desde el primer momento porque la africana era nueva en la empresa. Como no conocía a mucha gente le ofreció que se fuera a vivir a su apartamento. Aceptó.
El piso no tenía ducha, ni frigorífico ni microondas. Ni lo necesitaba. Hilda le mostró cómo lavarse usando tinas de agua que calentaban en un termo. La africana se salpicaba el cuerpo revolviendo el agua con las manos, pero Sarah no era capaz y utilizaba una jarra para bañarse. «Hilda me dijo cómo envolver el pelo en un kanga. Al principio me lo enrollaba como una toalla, ella me enseñó a hacerlo por detrás de la nuca».
Diferentes culturas
La convivencia entre las dos amigas no fue fácil. Tenían muchas diferencias culturales. La más marcada era la concepción del tiempo. Sarah recuerda que en una ocasión estaban perdidas en un parque de Mombasa. Encontraron a un hombre. Hilda se acercó para preguntarle indicaciones, «se pasó media hora hablando de: nada. Del tiempo. Del gato. De los vecinos…, al final le grité: ¡Hilda vamos!». Su amiga se enfadó. «Me dijo que parecía una blanca dando una orden a una negra». Sarah le preguntó si no se había percatado de que no sabía el camino. Ella le contestó que claro que se había dado cuenta. Le explicó que los europeos buscaban siempre «conseguir un objetivo», en el menor tiempo posible. Pero para los africanos lo importante eran las relaciones humanas.
Hilda me dijo que si teníamos un problema con el coche aquel hombre vendría ayudarnos. Nos ayudaría porque había establecido una relación con él. La noción de tiempo africano también se palpa cuando los kenianos trabajan o hacen negocios, «ves a cuatro personas haciendo la misma tarea. Cuando tienes una reunión de trabajo te preguntan por tu familia y pasas 20 minutos hablando de cualquier cosa menos del producto».
Sarah acaba de beber su té. Pierde la mirada. «Aprendí mucho de Hilda, y ella de mí. No sabes lo que es una cultura hasta que no vives con autóctonos. Cuando me fui de África perdimos el contacto. Me llamó una vez para pedirme dinero. La habían despedido de la empresa. Ahora no consigo contactar con ella porque no tiene internet y perdí su número». Su voz se entrecorta. Llora.