El escrache, «gajes» del oficio
La Real Academia de la Lengua Española define escrachar como romper, destruir o aplastar. Qué pena que no le hayan echado un vistazo a la definición los miembros de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o su señoría, la diputada andaluza de Izquierda Unida, que como presume sin miedo, no dudaría en apuntarse a un escrache . Menos mal que tiene su tiempo ocupado en el Parlamento Andaluz, codo con codo, por cierto con otros diputados andaluces, víctimas de esta coactiva actuación. A cualquier cosa se llama ahora compañeros.
Empiezo a pensar que los españoles han dejado de creer en la ley (o por lo menos para lo que les interesa). No nos parece suficientemente grave que se presente un grupo de personas a gritar «asesino» a un político en la puerta de su casa; debe ser que la oleada de demagogia barata ha cubierto la orilla violenta del escrache, difuminando su verdadero significado.
Esta actuación no es violenta por los hechos que se derivan. Lo es intrínsecamente por no respetar el derecho a la intimidad personal y familiar de cualquier persona, sean cuales sean las circunstancias. El fin nunca justifica los medios.
Reconozco que los eufemismos son muy útiles cuando no se le quiere llamar a las cosas por su nombre. Menos mal que el magistrado de la Audiencia Nacional Eloy Velasco me da la razón en su auto, señalando el artículo 148 del Código Penal como posible tipo penal en el que esta suerte de actuaciones encajarían como anillo al dedo.
Más allá de delitos y no delitos cabe preguntarse, ¿hasta qué punto hemos llegado cuando se usa la violencia como cauce de protesta? Los defensores de este señalamiento estigmático público se escudan en la «legitimidad» que les da el sufrimiento ajeno de quienes lamentablemente tienen que abandonar su casa. ¡Qué retroceso! Utilizar las desgracias ajenas como arma arrojadiza contra los que sí que tienen legitimado su puesto en el Congreso de los Diputados, representando a todos los españoles con mayoría absoluta refrendada en las urnas.
Echo de menos algún grupete en casa de los responsables de los ERE andaluces. O quizás un par de encarados ante el señor Pujol. Y, por qué no, algún héroe nacional llamando al timbre de algún iluminado de Bildu. Si «sólo»de protestar trata la cosa: ¿Por qué no?
En una sociedad democrática como la actual es impensable este tipo de actuaciones. En la Carta Magna se recoge bien clarito unas cuantas formas por las que el ciudadano participe en el porvenir de este nuestro país. (Quiénes necesiten inspiración, pueden pasarse por el blog de José Ignacio Torreblanca en El País, dónde se recogen 198 formas legales de protesta no violenta). Pero por más que ojeo no encuentro ninguno dónde se recoja la protección de este «derecho» a agolparse en las puertas de las casas y sí unos cuantos que garanticen la protección de la intimidad así como el derecho del diputado a ejercer su cargo libremente.
Una sociedad democrática no puede amparar este tipo de actuaciones que suponen un salto atrás en el tiempo. Otro debate bien distinto es que existan matices por los que un sistema que ya no funciona. Pero nunca la violencia puede formar parte de un discurso de protesta ciudadana, me cuesta pensar que la capacidad de los españoles no pueda hilar más fino. Algo le debe pasar a esta sociedad cuando no es capaz de canalizar sus inquietudes y angustias por vías legales, y ve justificable un espectáculo público de intromisión en la vida privada de una persona por quejas en su gestión pública, tomando, por otro lado, la parte por el todo en términos de responsabilidades políticas.
Cambiar la palabras para encubrir los hechos que manifiestamente son reprobables es una técncia utilziada habitualmente por las dictaduras. Saben que el aborto, por ejemplo, es repugnante, y lo llaman interrupción volunaria del embarazo. Saben que una dictadura es inaceptable así que lo llaman democracia popular o democracia directa como quieren imponer ahora.
Escrachear es agredir, punto. gracia por su aportación