Microteatro

El último gran duelo

Las pistolas de duelo de Enrique de Borbón. Foto: Turismocastillalamancha.com
Las pistolas de duelo de Enrique de Borbón. Foto: Turismocastillalamancha.com

(D. FERNANDO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA traza una raya con tiza en el suelo. Camina diez pasos y traza otra raya. Se aparta a un lado.)

FERNANDO. (Solemne.) Los señores duelistas pueden colocarse en sus puestos.

(Mira a D. FEDERICO RUBIO)

D. FEDERICO. (Asiente con la cabeza.) Que así sea.

(Entra D. ANTONIO DE ORLEANS, duque de MONTPENSIER, y el infante D. ENRIQUE DE BORBÓN, duque de SEVILLA. Visten sendas levitas negras. Se miran fieramente.)

MONTPENSIER. Aún estáis a tiempo de pedir perdón y salvar la vida. No será deshonra que deis vuestro brazo a torcer ante el guerrero más valiente de Francia y de las Españas.

D. ENRIQUE. (Furioso.) Ni se os ocurra nombrar a España, hinchado pastelero francés. El único que ha de retractarse de algo es usted, que no paró de conspirar contra mi prima Isabel, la legítima reina, hasta que la echó. Lo único que le interesa es reinar, reinar, reinar. Maldito sea usted y maldita sea su estirpe de gabachos. Seréis Rey por encima de mi cadáver.

MONTPENSIER. (Más furioso.) Veremos si es capaz de mantener sus palabras mientras mastica mi bala, chupatintas.

D. ENRIQUE. ¿¿Qué me ha llamado??

MONTPENSIER. Chupatintas. Se lo repito (grita.): ¡Chupatintas!

D. FEDERICO. (Se interpone entre los dos.) ¡Señores! ¡Señores! ¡Calma! ¡Calma! En breve podrán resolver sus diferencias a plena satisfacción de ambos. Pero antes falta cumplir un pequeño trámite. (Mira a D. Fernando.) Don Fernando, haga usted el favor.

D. FERNANDO. (Saca una peseta de plata del bolsillo de la levita.) Si sale la República, empezará Don Enrique. Si es el escudo, hará los honores Don Antonio. ¡Que Dios reparta suerte!

(Lanza la moneda al aire. Cae al suelo. La esfinge de la República brilla, reluciente).

D. ENRIQUE. La Fortuna ha hablado. (Se dirige a su padrino.) Don Federico, haga el favor de alcanzarme mi pistola.

(Don Federico y Don Fernando se acercan a los duelistas. Cada uno lleva una caja grande de madera. La que lleva Don Federico luce el anagrama de los armeros Faure, Lepage y Mutier. En su interior hay dos pistolas talladas en ébano con afiligranadas incrustaciones. El metal del martillo brilla al sol de la mañana. Nunca había sido disparada.)

D. ENRIQUE. (Ríe socarrón. Se dirige a Montpensier.) Armas francesas para matar a un francés.

MONTPENSIER. Ya veremos quién mata a quién, chupatintas.

D. ENRIQUE. (La sonrisa se le borra de la cara.) ¡Vaya si lo veremos, maldito francés!

(Carga la pólvora y la bala en la pistola.)

D. ENRIQUE. ¿Desea decir unas últimas palabras?

MONTPENSIER. Hágame el favor de disparar pronto, para que sea mi turno y pueda darle lo que se merece de una vez.

D. ENRIQUE. Así sea.

(Apunta a Montpensier y dispara. La bala pasa zumbando sobre la cabeza del duque.)

MONTPENSIER. (Ríe.) ¿Eso es todo? Muy bien: me toca. ¿Desea usted decir unas últimas palabras?

D. ENRIQUE. (Pálido.) Sí. Que si pudiera volver atrás, volvería a escribir todo lo que escribí contra usted. España no merece un Rey truhán.

MONTPENSIER. (Se coloca las gafas.) Allá voy, pues.

(Dispara. La bala pasa muy cerca de D. Enrique, pero sin rozarle.)

D. ENRIQUE. (Preocupado, pero lo disimula. Se da cuenta de que Montpensier tiene mejor puntería que él.) ¿Eso es lo único que puede hacer el mejor soldado de Francia y de las Españas? Gracias por regalarme una segunda oportunidad. No necesitaré una tercera.

MONTPENSIER (furioso). Ya veremos, chupatintas.

(D. Enrique tuerce el gesto. Vuelve a disparar y vuelve a fallar.)

MONTPENSIER. Ya estoy harto de esto. Prepárese para saborear mi plomo.

D. ENRIQUE. Es usted el mayor fanfarrón de Francia y de las Españas. Dése prisa, o moriré de aburrimiento.

MONTPENSIER. Morirá pronto, pero no de aburrimiento. ¡El próximo artículo que escriba para escupir su bilis tendrá que publicarlo en la gacetilla del infierno!

(Montpensier carga por segunda vez la pistola. Dispara, esta vez con más acierto. La bala acierta en la pistola de D. Enrique, partiéndola en dos. Rebota y atraviesa su levita. D. Enrique trastabillea.)

D. FEDERICO. (Corre hacia D. Enrique.) ¡Don Enrique! ¡Don Enrique! ¿Está usted bien?

D. ENRIQUE. (Temblando de miedo.) Estoy bien, maldita sea. ¡Tráigame otra pistola y apártese, Don Federico! Es mi turno, ¡y lo pienso aprovechar para mandar a este malnacido al otro barrio!

D. FEDERICO. Don Enrique, Don Antonio ha hecho blanco. El duelo podría acabar aquí, sin deshonra para nadie…

D. ENRIQUE. ¡De ninguna manera! Si no hay sangre sigue habiendo duelo. Son las normas. Y la bala ni me ha rozado. ¡Ni me ha rozado! ¡¿Me oye?! ¡Déme una maldita pistola!

D. FEDERICO. (Vuelve a acercarle la caja.) Aquí la tiene. Mucha suerte, Don Enrique.

(D. Enrique coge la nueva pistola y la examina. La carga con mano temblorosa.)

D. ENRIQUE. (Mira a Montpensier. Aún sigue pálido.) Esto se acaba.

(Montpensier asiente. Don Enrique apunta y dispara. La bala pasa lejos de D. Enrique.)

MONTPENSIER. (Sonríe.) Esto se acaba, sí.

(Montpensier apunta y dispara. La bala atraviesa la cabeza de D. Enrique. D. Federico y D. Fernando se acercan y certifican la muerte. Montpensier se da la vuelta. Mira al público. Parece abatido.)

MONTPENSIER. Cada uno es dueño de sus palabras y esclavo de sus silencios. Pero ésa es una lección que Enrique de Borbón ya no tendrá oportunidad de aprender.

[box]Tanto el enfrentamiento entre  D. Antonio de Orleans y Enrique de Borbón como su resultado son reales. Sin embargo, los diálogos han sido adaptados. El lector puede encontrar más información sobre el duelo, el último legal celebrado en España, aquí. También puede consultar el acta, firmada por los padrinos y los testigos, aquí [/box]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *