Diario de a bordo

«Hay que tener una mano en Teresa de Calcuta y otra en Marilyn Manson»

Charla de Castro Rey
Este pensador cree que el presente nos asusta y por eso evitamos tocar tierra (Fotos: F. Delgado-Iribarren)

Ignacio Castro Rey es escritor, filósofo y crítico de arte; al menos, eso dice su página web. También, aunque no lo ponga, es gallego, de Santiago de Compostela, donde nació en 1952. Se define como un «observador nato» y esto le ha llevado a ser, entre otras cosas, un asiduo colaborador en la prensa.

Su trayectoria vital no es la habitual. Explica que siempre se sintió un «marciano» en la universidad y que eso sumó puntos a su vida. Durante el franquismo militó en la resistencia al régimen (era trotskista), y dice sin tapujos que lo pasó «muy bien con Franco» porque en aquella época «el enemigo era más fácil de identificar» pues, a su juicio, la dictadura era «más española que dictatorial».

Quizá por eso este filósofo se preocupa hoy en día por un enemigo mejor camuflado: ese «espectáculo del impacto» que protege al hombre de su «miedo a la individualidad». En el fondo, explica, todas las noticias que recibimos de forma discontinua logran «librarnos de nosotros, de nuestro peso en la Tierra». El pensador gallego reflexiona sobre la información y lo que representa en el día a día: «La información no existe porque no se puede traducir lo real». Y es que en un contexto donde el hombre no tiene tiempo para una «desconexión» que le permita adivinar «lo que es el mundo», la información se reduce a una «mitología necesaria que sobrevive a costa de que nos alejemos de esa realidad».

Para Castro Rey, la idea de autoprotección respecto a esto es evidente. Sin embargo, condena esa actitud: «Lo que reprimimos, siendo nuestro, vuelve y de peor forma». Y es ese callejón sin salida lo que abre una reflexión sobre un sistema de informaciones que funciona como un «arresto domiciliario» donde parece que una luz acompaña «al prisionero que somos». Bombardeados por noticias instantáneas y extraídas de todo el mundo, el filósofo achaca la «anestesia» de la sociedad a un sistema informativo que nos influye y que nos acostumbra de tal forma al «sufrimiento de los demás» que origina «indiferencia en el prójimo». Y sobre esto añade: «Los fogonazos continuos de información nos permiten no ver a nadie que no esté sangrando».

La reflexión como necesidad

Las teorías de la conspiración que supuestamente rodean al mundo tampoco resultan indiferentes a Castro Rey: «No son nada comparado con las de no conspiración». Algo que relaciona con la necesidad del hombre por recibir malas noticias porque «las buenas le aburren» y necesita las malas para «sentirse vivo». Volvemos a esa anestesia generalizada y «al grito» como condición para despertar.

Por eso, el filósofo cree que el ser humano requiere de un espacio «para la desconexión» y así observar «lo que es el mundo». Dice esto un humanista radical que no cree en las ideologías porque «todas han sido criminales y yo con ellas», reflexión a la que quizá llegó durante los 1.000 días que pasó retirado en una cabaña «en el fin del mundo». Experiencia vital que le sirvió para comprobar que en la Tierra «no pasa nada» y que el hombre debe aprender a «escuchar lo que dice el silencio en medio de una naturaleza que es potentísima».

Una auténtica noticia

Aterrizando en la actualidad y en la manera de informar, este pensador recala en un ejemplo: «Lo de Feijóo y su relación con un narcotraficante me importa un comino y me preocupa que, con estas cosas, la izquierda se muestre tan conductista como la derecha». Castro Rey aboga por ir más allá y entender que, en realidad, los problemas gallegos serían otros: «La Xunta de Galicia apenas apoya al sector lácteo porque no es rentable en votos, ese es uno de los asuntos verdaderamente importantes». Tal vez por eso anima a los periodistas a establecer un pacto con la «no información» para evitar el tedio y «la mugre de la calle».

Los oyentes con Castro Rey
«Soy optimista en lo vital, creo en el hombre», señaló

Tampoco deja de lado el nuevo fenómeno del escrache, donde revela un derecho de la ciudadanía «a ejercer cierto grado de violencia (no física) contra los políticos, ya que el ciudadano está sometido a una violencia mayor». Algo sobre lo que se pregunta: «¿Entienden ellos un lenguaje que no sea el insulto?”. Cuestión que acompaña a su certeza sobre que la verdadera corrupción se encuentra en que los representantes del pueblo «no salgan a la calle».

Ante esta crisis, el filósofo apuesta por un ser humano «que no puede vivir sin la espiritualidad (religiosa o no) que han intentado fumigar». Para él, habitamos una sociedad «que no cree en nada» y por eso «lo vende todo». Por lo que la clave quizá estaría en cierta dualidad: «Hay que saber tener dos manos, una en Teresa de Calcuta y otra en Marilyn Manson».

Así se despide Ignacio Castro Rey, un hombre de apellidos contradictorios, entre la dictadura cubana y la monarquía, regímenes de los que optaría por exiliarse: «Si no lo he hecho es por cargas familiares», añade mientras ríe. Pero no se marcha sin recordar algo que decía su madre: «La gente se salva a través del corazón, la generosidad, la vitalidad… pues absorbe fuerza de todos los medios». Habrá que aprender la lección o, al menos, intentarlo.

 

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