Reporterismo

El Palacio de Larrinaga: leyenda de amor en Zaragoza

Foto del matrimonio Larrinaga
El naviero Miguel Larrinaga y su esposa Asunción Clavero (Foto: Archivo Larrinaga)

Dicen que el siglo XVI fue el de mayor esplendor de la ciudad de Zaragoza; que su belleza la hizo ganarse el sobrenombre de la «Florencia española» entre los viajeros de la época.

Pero esta no es la historia de esa ciudad ni de aquellos palacios. Este es el relato vital del naviero Miguel Larrinaga y su esposa, Asunción Clavero, la de una mansión de principios del siglo XX y, sobre todo, la historia del porvenir que, como dijo el poeta Ángel González, se llama así «porque no vienes nunca». Sin abandonar el Parnaso, escuchando las Ítacas de Cavafis:

«Ítaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte».

De las muchas versiones que nadan por la ciudad, la más certera apunta a que Miguel y Asunción se conocieron en la Basílica del Pilar, al asistir al servicio religioso habitual de finales del siglo XIX. Ese fue el flechazo, donde empezó todo. Aunque sería el 23 de octubre de 1897 cuando formalizarían ese amor, en otro templo, en otro país. Tenían 24 años.

Él acababa de ser nombrado director de la naviera Larrinaga y Liverpool (Inglaterra) era su destino. La boda se ofició en una discreta iglesia católica de la calle High Park: Nuestra Señora del Monte Carmelo. Y hasta las casas desde donde partieron el novio y la novia hacia el altar se mantienen hoy en pie como una pareja perfecta: independientes pero iguales en la forma.

Foto de Asunción Clavero
Asunción Clavero en sus años de juventud (Foto: Archivo Larrinaga)

Asunción, natural de la localidad aragonesa de Albalate del Arzobispo, era generosa, divertida y fuerte. Tuvo que acostumbrarse a un país ajeno, con todo lo que ello implicaba (idioma, religión, costumbres…). Miguel, nacido ya en Liverpool, pertenecía a la segunda generación de una familia vasca fundadora de una compañía naviera que contaba con una flota extendida por Europa, América y Asia. Llegó a la capital aragonesa para cursar la carrera de Leyes en la universidad, que, por avatares de la vida (trabajo, obligaciones familiares, contexto político…), terminaría 35 años después; y allí encontró al amor de su vida.

Nace el palacio

En 1901, dos firmas (la del propio Miguel y la del arquitecto Félix Navarro) certificaban el inicio de la construcción de lo que iba a ser el palacio de Montemolín. El solar, de algo más de 107.000 metros cuadrados, se encontraba a las afueras de Zaragoza, al pie del camino al Bajo Aragón, mirando hacia la localidad natal de su señora. Nada alrededor les escudaba.

Las obras siguieron su curso, tortuosas, largas y controladas por su propietario con regularidad. Se habla incluso de la obsesión de este por las cuatro torres que marcan los extremos, las cuales hizo levantar varias veces por no estar a su gusto. Una vez concluyeron, un hermoso palacio, Villa Asunción, esperaba dar cobijo a una pareja en retirada de la vida, entregada a una jubilación provechosa tras años de duro trabajo y tiempos políticamente complicados. El festín vital de los últimos años estaba servido.

Foto del Palacio Larrinaga
El palacio que Miguel Larrinaga soñó para retirarse con su esposa (Foto: Ibercaja)

Antonio Bellosta tenía las llaves de la mansión y cada cierto tiempo acudía a arrebatarle su soledad, a abrir las ventanas, despertar los lujosos muebles y acabados con ese sol que golpea esta ciudad unos trescientos días al año. Quizá a explicarle a aquellas habitaciones el porqué de su soledad, la lentitud de unas ilusiones hechas verbo pero no acto. Tarea que continuarían otros guardas del lugar, como el matrimonio compuesto por Vicente Calvo «El Conejero» y Juana Val «La Cantarera», naturales del mismo pueblo que Asunción y emigrantes en Zaragoza por motivos de intendencia.

En 1908, el periodista aragonés José García Mercadal se mueve por la ciudad y cultiva el periodismo ciudadano. Toma el tranvía del Bajo Aragón, que va a morir a las afueras y se encuentra con el palacio y su verja para proteger el silencio. Ante él, escribe: «(…) nos transmite tristezas y nostalgias de una villa apartada, silenciosa, retirada, la vida de un gran palacio que levanta sus muros junto a una carretera polvorienta, por donde van y vienen los ordinarios con sus carros y sus recuas. La vida del palacio es un poema de tristezas puesto en música por un compositor de misereres».

Enero del 39

Los comienzos del siglo XX no fueron fáciles para la familia Larrinaga, lo cual tuvo mucho que ver con el futuro de su amado palacio. La I Guerra Mundial resultó desastrosa para sus navíos y aunque los años 20 fueron de recuperación y prosperidad, quedaban por delante dos conflictos terribles: la Guerra Civil española y la II Guerra Mundial.

Foto de juventud de Miguel Larrinaga
Miguel Larrinaga durante su juventud (Foto: Archivo Larrinaga)

En 1939, cuando el conflicto bélico en España tocó a su fin, Europa todavía viviría seis años de enfrentamientos contra los nazis alemanes y sus aliados, los fascistas italianos. El 20 de enero del citado año, bajo el cielo gris, opaco e industrial de una ciudad como Liverpool, el doctor F.M. Wildon visitó la casa del naviero y su esposa. Asunción respiraba con dificultad, tenía 65 años y se estaba muriendo. Los tres hijos que tuvo el matrimonio habían alzado el vuelo que la madurez exige, aunque su hija mayor, Asunción, seguía apretando la mano de su madre.

No así su marido Miguel, que según el certificado oficial no se encontraba en la casa. Para él era demasiado duro aguantar la agonía de aquella muchacha que había conocido 41 años atrás en Zaragoza. Si algo traiciona el cuerpo es que los ojos rara vez se atreven a mirar el paso del tiempo, y solo las arrugas de las manos sellan ese compromiso con la verdad. En mitad de dos guerras, una agónica y la otra en pleno alumbramiento, fallecía Asunción Clavero a consecuencia de una trombosis pulmonar. De eso, ni la crueldad de los hombres tuvo culpa.

Los planes del naviero se fueron al traste y el palacio se convirtió de repente en un fantasma de aquello que queda por hacer y del futuro inconcluso. Las verjas y las cuatro torres aprendieron a guardar silencio (todavía hoy lo hacen).

En 1942, en esa Zaragoza de posguerra lúgubre, hambrienta y falta de muchas más cosas, Miguel Larrinaga sabía que nunca volvería a una mansión cuyo único sentido era contractual. Retiró los recuerdos personalmente y la vendió, con muebles incluidos, abandonando toda huella superflua y caduca.

Casi una década sobrevivió a la muerte de su esposa cuando, el día de su cumpleaños, en mayo de 1948, un cáncer intestinal hizo ceniza de este hombre y su nostalgia. En aquella casa inglesa en la que tantos recuerdos teñían las paredes, lejos de un sueño del que quedó desposeído, a más de 1.300 kilómetros de distancia y con el mar de por medio.

Así que volvamos al Parnaso y a Cavafis:

«Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.

Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,

entenderás ya qué significan las Ítacas».

 

Foto de las tumbas del matrimonio Larrinaga
Tumbas donde reposan los restos de Asunción y Miguel, en Liverpool (Foto: Ignacio Iraburu)

Para más información: Iraburu Elizondo, I; Martínez Verón, J. Los cuatro viajes del palacio de Larrinaga: un recorrido por la historia y la arquitectura del edificio con más leyenda de Zaragoza. Ed. Ibercaja. Zaragoza, 2000.