Un tomate contra el hambre
¿Se imaginan tirando a la basura un tomate recién comprado? Hace unos días, en un cumpleaños comimos hamburguesas al aire libre, y durante la sobremesa el viento nos obligó a resguardarnos en casa. Pero antes había que recoger.
Guardamos platos, cuchillos y vasos, mientras Juan, el anfitrión, vaciaba nervioso los restos de bebida sobre las plantas del jardín. Sólo quedaba una bolsa en la mesa, con un tomate que yo había comprado de camino allí. « ¿Dónde lo guardo?», le pregunté. «Tíralo», respondió tendiéndome la bolsa de la basura. Desconcertada, traté de explicarle que estaba en perfecto estado, pero me disuadió con un argumento demoledor: «No pienso guardar algo que vale veinte céntimos en cualquier tienducha».
Lo más probable es que en ese momento Juan no estuviese pensando en los dos millones de niños españoles en situación de pobreza relativa, según Unicef. Ni en los escasos dos millones de personas que acuden cada día a bancos de alimentos para subsistir. Por eso omitió los ruegos de sus amigos y tiró a la basura un tomate impecable. Ni demasiado pequeño ni demasiado grande, piel tersa, buen color.
Pero Juan no es una excepción. En España, 7.7 millones de toneladas de comida en perfecto estado van a parar a la basura, según un informe de la Comisión Europea. La mayoría de esos alimentos provienen de los hogares. Curioso en un país que recibe una ayuda de 84 millones de euros al año de la Unión Europea para obtener alimentos.
La crisis no erradicará el desperdicio de alimentos ni el incivismo. Pero la brecha entre ricos y pobres es cada día más profunda (ha crecido un 30% desde 2007, según el Informe Foessa); y los expertos advierten de que el cambio climático disparará los precios de los alimentos la próxima década. Quizás dentro de unos años, cuando Juan coja un tomate, sepa que los céntimos son comestibles.