«Arremánguense, que hay trabajo de sobra en España»
Autores: Javier Calero y Germán Pacheco
A la salida de una de las esquinas de la Plaza Mayor, los peatones reparan en una tienda de campaña peculiar; la «mini-Cuba» del centro de la capital. Entre harapos sobresalen carteles reivindicativos y la bandera del país que conceden a esos seis metros cuadrados un aroma especial: el de La Bodeguita del Medio y los ritmos caribeños. En la entrada de ese hogar improvisado, y fumando un puro típico de la isla, se encuentra Ridel Ruiz Cabrera, de 47 años, ojos claros y cejas pobladas, ya calvo y de tartamudez entrañable. Pantalones vaqueros, cazadora y reloj; el disidente demuestra estar preparado para cualquier visita.
En el interior de la tienda, un par de sofás de diferente color ofrecen acomodo a los interesados en la historia de los refugiados cubanos. Nada más entrar, uno se topa con una Biblia junto a una caja de galletas Campurrianas ya abierta y varias americanas colgando de los costados de una casa elaborada con manteles deshilachados. En las estanterías, varios libros se disponen apilados, entre los que destaca la Constitución de 1940, un referente para los disidentes. «Lucho por la Constitución del ’40 que se cargó Fulgencio Batista con un golpe de Estado y que ahora pisotea Fidel», declara Carlos Rodríguez Clavijo, de 52 años con el pelo ligeramente canoso, de barba recién afeitada y con un discurso más directo que el de su compañero.
Ridel Ruiz y Carlos Rodríguez son dos cubanos llegados a España el 30 de noviembre de 2010 y el 8 de abril de 2011, respectivamente. Y es que en la Plaza de las Provincias, junto al Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España, un grupo de refugiados exige que se cumpla el acuerdo por el que llegaron a nuestro país. Ocho personas han convivido con la protesta pasiva y la caridad pública durante 572 días. Según ellos, la ayuda procedente del Fondo Europeo para Refugiados (FER), «que constaba de 40 millones de euros cada año» y que era gestionada por Cruz Roja, Accem y Cear, se destinó a otros fines distintos al de su manutención. Esta sería la razón por la que transcurridos 11 meses de su llegada tuvieron que dejar el piso que habitaban para acabar acampados en el centro de Madrid.
Desde el primer momento se muestran dispuestos a entablar conversación. Ruiz es el primero en hablar. Dice haber sido un preso político del régimen castrista durante catorce años. Su delito fue tratar de huir en una lancha hacia un mejor futuro en Miami, según narra Rodríguez hablando en el lugar de Ruiz, a quien corta antes de responder. Ahora, paradójicamente, se queja de estar en la calle.
No tiene trabajo ni casa. Tampoco ganas de estar en este país. «Jamás quise venir», confiesa. «Todo fue una trampa del gobierno socialista de España y del régimen de los Castro. Buscaban quedar bien y hacer marketing político a nuestra costa».
Rodríguez cuenta que fue oficial del ejército cubano y amó la revolución hasta que se dio cuenta de que era una farsa. No sólo ha vivido en Cuba, también lo hizo en la ciudad soviética de Kiev en los años setenta. Su experiencia internacional no acaba ahí. Estuvo en Nicaragua y Honduras en los agitados ochenta. «Con Fidel Castro negando que había intervenido en las guerrillas y que era responsable de tantas muertes en Centroamérica, me di cuenta de la mentira». No en vano, estuvo «19 meses entre Nicaragua y Honduras preparando esas guerrillas». Pese a todo, no se arrepiente de sus actos, pero siente vergüenza. «Consideré que estaba haciendo bien a la humanidad en ese momento».
Cuba hoy
Mientras cuenta su historia se acercan algunas personas a dejarles mensajes de apoyo. Primero una señora, después un joven. Les preguntamos por la simpatía que despiertan. Nos dicen que se han acercado varios muchachos con camisetas y pósters del Che, algunos estudiantes de Sociología a los que han explicado quién era Ernesto Guevara. «Les hemos contado historias y enseñado vídeos y han roto todos esos símbolos que tenían, otros nos han dicho que han visitado Cuba y se fueron a los diez días. Es que eso hay que vivirlo».
Sobre la actualidad de la isla ambos son pesimistas. Niegan alguna mejora y que exista la posibilidad real de trabajar por cuenta propia: «al final el Estado sigue controlando todo». Para explicar su visión, Rodríguez cita al pensador isleño José Martí: «Cuando un pueblo emigra en masa, sobran los gobernantes».
Planean ir a Estados Unidos, «la verdadera tierra de oportunidades». En España querrían trabajar, pero no es fácil. La esposa de Ruiz a la que llaman «negra», que se mantiene callada desde el inicio, tiene más de 25 años de experiencia como médico y no consigue convalidar su título. De hecho, afirma que «ninguno de los refugiados lo ha conseguido».
Ruiz, pese a todo, es una persona optimista y de mucha fe. Al futuro no le pide nada, sólo que Dios «haga justicia». Únicamente él sabe «por qué y hasta cuándo vamos a seguir en esta situación». Mientras tanto, sueñan con restaurar aquella Constitución que obsequian con un ejemplar a Madrilánea y lamentan haber creído en las palabras que el cónsul español les dijo en el aeropuerto de La Habana antes de poner rumbo a Madrid: «Arremánguense, que hay trabajo de sobra en España».
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BUENO Y PORQUE LLEVO MAS DE 2 MESES BUSCANDO Y NO ENCUENTRO TRABAJO PARA REPARTIR PUBRICIDA?
No hay que tergiversar la información sin antes tener información para poder rebatir.