Sobreviviendo en el quiosco
Es mediodía de domingo en la Avenida de la Reina Victoria, la frontera entre lo castizo de Chamberí y lo étnico de Tetuán. Con el chocolate con churros ya digerido, mientras los estudiantes que abundan en la zona duermen antes de que se aúpe la resaca, una mujer de unos 60 años camina desde su casa hasta el quiosco. Al oír un «buenos días», Juan, al otro lado de la barrera de periódicos y revistas que domina su puesto, coge un ejemplar de El País, otro de ABC, le pregunta qué tal está su marido y se despide. Esta conversación, que se repite desde antes de la democracia, corre peligro de extinción.
Han corrido ríos de tinta sobre la crisis de los medios, la caída de las ventas de los periódicos en papel y lo problemático de la transición entre lo impreso y lo digital. Sin embargo, se ha escrito mucho menos sobre el negocio de los quioscos, un damnificado directo y evidente de la situación del sector periodístico en España. El desequilibrio en la balanza es comprensible, pero aun así, los quiosqueros tienen una historia que contar.
Juan lleva toda la vida en su quiosco de Reina Victoria. Su suegro y los padres de su suegro trabajaban en ese mismo quiosco. «Aquí vivimos de la clientela de toda la vida —explica Juan—, que por suerte es muy buena. Porque la gente joven no compra periódicos». Lo cierto es que la mañana pasa y nadie con aspecto de tener menos de 40 años se para en su quiosco, algo preocupante en una zona que mezcla a los vecinos de siempre del barrio con los estudiantes, muy frecuentes por la cercanía con el campus universitario. Y por los hábitos de consumo de la juventud, nos recuerda Juan. «¿A que cuando ibas a la universidad allí te ponían periódicos gratis? ¿Así cómo los vais a comprar los jóvenes?».
Solo entre septiembre de 2012 y 2013, ABC, El Mundo y El País han reducido sus ventas en un 17%, 15% y 18%, según los datos del último estudio de la Oficina de Justificación de la Difusión (OJD). Si analizamos la caída desde 2007, las ventas de los tres periódicos juntos han bajado en un 38%, también según datos del OJD. Las revistas, un sector más heterogéneo, han sufrido un varapalo similar. Igual que otros muchos comercios, los quiosqueros se ven las caras con una caída del consumo mientras deben afrontar los mismos gastos de siempre, con una peculiaridad: ellos no pueden manipular el precio del producto que venden para hacerlo más atractivo.
Lo que hay que pagar
Los gastos de los quiosqueros se dividen en cuatro aspectos básicos: luz y mantenimiento, los impuestos que pagan como autónomos, una tasa anual poco cuantiosa a la Cámara de Comercio de Madrid y el canon al Ayuntamiento por el alquiler del espacio público, que varía en función de la calidad de la zona. El consistorio categoriza las calles según su atractivo comercial. Antonio, quiosquero en una zona tranquila de Raimundo Fernández Villaverde, paga 1.000 euros al año porque su puesto está catalogado dentro de la tercera categoría más cara. «Realmente no sé para qué pagamos a la Cámara de Comercio», confiesa.
A cambio, el quiosquero se lleva entre el 18% y el 25% de los periódicos y revistas que vende. «Dependemos de que se hagan mejores periódicos», proclama Carlos, en la Avenida Pablo Iglesias. Llevar un puesto de prensa exige además muchas horas: solo hay tres días al año en los que no haya periódicos, y si hay periódicos hay que abrir el quiosco. «A mí me gustaría que se hiciese una edición para todo el fin de semana, como pasa en otros países, y que no nos hiciesen trabajar los domingos», añade Carlos. «El negocio sería mucho más llevadero».
A Carlos los domingos no le aumentan las ventas, pero en cambio a Emilio, que trabaja en Bravo Murillo, sí. «Solo me compran los mayores, que son reacios a Internet», nos cuenta. A Jorge, recién llegado a un quiosco que lleva un siglo entre las calles Santa Engracia y Bravo Murillo, le va mejor con las revistas. «¿Tienes el número del mes pasado de Crea con Abalorios?», le pregunta una clienta. No lo tenía, pero se comprometió a pedirlo para el lunes siguiente. «Estas cosas son vitales para fidelizar a la gente», explica. «Es de lo poco que está en nuestras manos». Emilio, quiosquero en las cercanías del parque del Paseo Francisco de Sales, piensa parecido: «Nosotros llamamos mucho a la gente para hacer promociones y repartimos a domicilio». Son pequeñas tretas para ponerle las cosas más fáciles a un consumidor que cada vez tiene que hacer menos esfuerzo para informarse.
Lo que algunos incluyen ya son más productos, desde dulces y golosinas hasta souvenirs turísticos, algo frecuente en los quioscos del centro. Pero Juan trabaja en una zona repleta de supermercados y otros comercios de comestibles. «¿Qué me voy a poner, a vender donuts?». La mayoría de los quiosqueros no se plantean otra salida laboral por la situación del país. Entre tanta bruma, Juan también reconoce que, hasta ahora, con quejas y menos ventas, entre fórceps para sacar adelante el negocio, el quiosco sigue dando para vivir. «Llevamos diciendo muchos años que esto se va al garete y mira, aquí seguimos». Lo que quieren es seguir vendiendo noticias. Aunque sean malas.
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