Reporterismo

Cada mochuelo a su olivo

Un búho real en la enfermería. FOTO: Brinzal.
Un búho real en la enfermería. Foto: Brinzal

El mochuelo era un vecino tan frecuente en los olivares, que el refranero los incluyó entre sus expresiones más habituales. Se ocultaban en las ramas nudosas de los olivos y vigilaban el entorno desde sus atalayas, en busca de saltamontes, escarabajos y otros insectos. Pero las nuevas técnicas agrícolas, con los pesticidas, herbicidas y la roturación, han acabado con la hojarasca y la hierba alta en la que los insectos se cobijaban. En los extensos monocultivos, las vallas y postes se han vuelto escasos. Por ello, los mochuelos ya no encuentran comida ni atalayas en los olivares. Y su población ha descendido drásticamente.

Quien ha caminado por un bosque de noche sabe que está lleno de sonidos escalofriantes. Hojas que susurran, ramas que se parten bajo fuerzas invisibles, alimañas que se escabullen entre la hojarasca. Y por encima de todo, el canto familiar del búho o los extraños sonidos de la lechuza. Esos animales que apenas pueden verse camuflados entre las hojas, o quizás subidos a lo alto de postes, son los señores de la noche. Las rapaces nocturnas son depredadores de insectos y pequeños mamíferos, un tesoro más en el refinado engranaje de la naturaleza. Pero están amenazadas por el hombre y ahora necesitan de la ayuda del hombre.

«Entre los principales enemigos de estos animales están el ser humano y algunas de sus construcciones», según Patricia Orejas, la coordinadora de Brinzal.  Esta es una «asociación de defensa medioambiental sin ánimo de lucro, dedicada al estudio, conservación y recuperación de las rapaces nocturnas», se afirma en la web. La iniciativa de los voluntarios desembocó en un centro de recuperación en el que se recogen, crían, curan y sueltan a centenares de aves cada año. Según un vídeo divulgativo, «devolvemos a la naturaleza autillos, cárabos o mochuelos, pero también contribuimos a despertar la sensibilidad medioambiental».

Los pacientes de la «ambúholancia»

A Brinzal llegan pacientes de siete especies de rapaces nocturnas: búho real, lechuza común, cárabo común, búho chico, lechuza campestre, mochuelo común y autillo. Llegan ejemplares con alas rotas, luxaciones o lesiones oculares como consecuencia de atropellos, electrocuciones o incluso disparos de cazadores.

Estos enfermos tan particulares requieren un tratamiento a medida. La primera fase de recuperación comienza en la enfermería a manos del equipo veterinario. La siguiente comienza con la rehabilitación, en la que es esencial que el animal recupere su capacidad de vuelo. Para ello son trasladados a las naves de ejercicio donde se musculan y recuperan su forma física para volver a la naturaleza.

También llegan al centro muchos pollos volantones, los que aún no son capaces de volar, que la gente coge cuando se los encuentra por el campo. «Muchas veces la gente los recoge con buena intención porque piensan que están abandonados, pero los padres suelen estar pendientes», afirma David, uno de los voluntarios de Brinzal. Para estos casos, la web ha desarrollado un protocolo para actuar correctamente. Se recomienda meterlos en una caja de cartón con agujeros, nunca en una jaula, no obligarlos a comer o a beber, y alejarlos del contacto humano.

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Cría de búhos

Pero quizá la actividad más llamativa de Brinzal es la que realizan para reintroducir a los animales en la naturaleza. En primer lugar, los ponen en contacto con miembros de su misma especie para que aprendan a relacionarse con los suyos. Los adultos actúan como padres adoptivos, en un proceso esencial que se llama impronta. Por otro lado, reciben un entrenamiento anti depredación para prepararles ante las amenazas que se encontrarán en la naturaleza.

Tienen un azor disecado que vuela sobre unos raíles para simular un ataque en el momento en que los polluelos oyen las llamadas de alarma de su especie. Para cubrir también el frente terrestre, la «rata-túnel» atraviesa un canal y camina a la vista de los animales a la vez que se escucha la misma alarma. Por último, colocan a las rapaces en las zonas donde van a ser introducidos en pequeñas cajas hasta que se acostumbran al entorno (hacking). El proceso culmina con la suelta del animal en su medio natural. Al año liberan a unos 500 animales.

El proyecto del mochuelo

Brinzal también desarrolla varios proyectos relacionados con el estudio y conservación de estas aves. Analizan sus movimientos con radiotransmisores, siguen el estado de sus poblaciones y colocan cajas nido para contrarrestar la pérdida de hábitats.

Entre estos trabajos, destaca el proyecto «Un mochuelo en cada olivo», que consiste en la difusión de prácticas agrícolas que «no le suponen un coste adicional al agricultor pero que ayudan al mochuelo», según Patricia Orejas. Estas innovaciones se limitan a dejar pequeñas franjas de hojarasca en los alrededores de los olivos y lindes de vegetación entre parcelas para proporcionarle hábitats a los insectos de los que se alimentan los mochuelos. Brinzal también ha construido 45 majanos, torres que los agricultores levantaban en las parcelas con las piedras recogidas al arar las tierras y 800 estacas, para que los mochuelos las usen como atalayas. Brinzal ha firmado un acuerdo con varios agricultores ecológicos y con el ayuntamiento de Morata de Tajuña para trasladar estos usos agrícolas beneficiosos a algunas parcelas. «Incluso en años muy secos, estos sistemas producen una cantidad de aceituna igual o superior que en suelos desnudos». Además, han desarrollado una etiqueta para distinguir a los «productos ecológicos favorables para el mochuelo».

«Las poblaciones no se salvan reintroduciendo animales, sino concienciando»

Patricia Orejas reconoce que el camino es largo. La agricultura intensiva y la caza son a veces incompatibles con la conservación. Algunos cazadores siguen disparando a los búhos reales para que no capturen presas en sus cotos, y algunos agricultores siguen usando insecticidas y herbicidas en altas cantidades aunque así no aumenten la producción. Se siguen utilizando rodenticidas (veneno para roedores) para acabar con las plagas de topillos, cuando las rapaces podrían ejercer naturalmente un papel de control de estas poblaciones.

Un voluntario de Brinzal observando aves en el embalse de Pedrezuela. Foto: G.L.
Un voluntario de Brinzal observando aves en el embalse de Pedrezuela. Foto: G.L.

Aunque la inversión pública en conservación ha disminuido en la Comunidad de Madrid, según Patricia Orejas, «Madrid está mejor que el entorno en asuntos de conservación», en parte gracias al aumento de la solidaridad privada. Cualquiera de las especies de rapaces nocturnas, al igual que ocurre con la mayoría de las especies, desarrolla un papel único e insustituible en su ecosistema. Son un tesoro obtenido con el mimo y la fría determinación de la naturaleza. Por ello es crucial tratar de conservarlas. «Las poblaciones no se salvan reintroduciendo animales, sino concienciando a la sociedad», dice Patricia. El turismo ecológico puede tener un papel clave en el futuro.

Sea como fuere, el horizonte del mochuelo y las demás rapaces nocturnas está, como siempre estuvo, ligado al del ser humano. Y en esta ocasión, es un horizonte esperanzador gracias al trabajo de los que creen que otro mundo es posible.

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Leyendas de las rapaces nocturnas

La relación entre el ser humano y estas aves ha alimentado la leyenda como muy pocos animales. Han sido tan odiadas por unas culturas como veneradas por otras, consideradas a veces sabias y otras veces estúpidas. Se asociaban a prácticas como la brujería y la medicina, y en ocasiones se las relacionaba con el tiempo, el nacimiento o la muerte.

Atenea, la diosa griega de la Sabiduría, iba acompañada por un mochuelo.

-En euskera los términos para búho (hontza) o lechuza (mozoloa) son sinónimos de imbécil.

-En Marruecos aún existe la creencia de que el canto de un búho puede matar a un niño.

-Para los Indios Apache, soñar con un búho significaba la cercanía de la muerte. Los Cherookes pedían consejo a los autillos para curar enfermedades y, para los Kwakiutl, los búhos eran las almas de las personas y no deberían ser por lo tanto dañados, ya que cuando un búho moría la persona cuyo alma estaba en él, moriría también.

-En España existe una leyenda que cuenta que la lechuza era el más fino cantor hasta que vio a Cristo crucificado. Desde entonces evita la luz del sol y repite las palabras “cruz… cruz…”. Además, en algunas zonas rurales españolas, todavía se conserva la creencia de que las lechuzas se beben el aceite de las lamparillas de las iglesias, debido al siseo que emiten durante la noche.

Curiosidades

-La visión se encuentra especialmente desarrollada a condiciones de baja luminosidad. Tienen unos grandes ojos provistos de pupilas capaces de dilatarse mucho y unas retinas provistas de una gran cantidad de bastones (células capaces de captar pequeñas cantidades de luz).

-Los movimientos circulares de la cabeza de los búhos sirven para calcular la profundiad del espacio.

-Pueden rotar la cabeza unos 270º, para suplir la pérdida de campo de visión que les supone la frontalización de los ojos y el hecho de que no puedan girar dentro e las cuencas.

-Son expertas en el camuflaje. Poseen colores apagados y similares a los del medio y penachos de plumas u «orejas» que sirven para romper su figura redondeada, haciéndoles más parecidos a ramas tronchadas.

-La cara de los búhos actúa como una antena parabólica que dirige los sonidos hacia los oídos.

-La estructura de su plumaje les confiere un vuelo absolutamente silencioso que les permite oír a sus presas mientras vuelan.

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