La horda navideña que engulló a Chencho
«¡Atención! Estación en curva», advierte una voz enlatada cada vez que un tren arriba en la parada de metro de Sol. Para las miles de personas que abarrotaron el centro de Madrid en el puente de la Constitución, la curva fue el menor de sus problemas. A media tarde del viernes, la zona más comercial y concurrida de Madrid se quedó pequeña. Los encargados de la seguridad del Metro desactivaron los tornos de salida y la escalera mecánica hacia el exterior como medida de excepción. Fuera, un cordón de trabajadores de la seguridad privada se afanó en contener a la marea de usuarios que trataba de acceder al subsuelo. Cuando todas las medidas se mostraron insuficientes, la Policía Municipal ordenó que ningún tren parase en Sol durante cuarenta minutos para evitar males mayores.
El día 6 de diciembre sirve de pistoletazo de salida a la campaña navideña. Los habitantes de las ciudades próximas a la capital ―Segovia, Guadalajara, Ávila, etc― aprovechan el puente para realizar sus compras. Hordas de turistas que se abren camino para fotografiarse junto al árbol navideño se mezclan con la habitual fauna de la puerta del Sol: carteristas, vendedores ambulantes, artistas callejeros, carteles humanos, puestos de loteros y otros tantos personajes que contribuyen a convertir el centro en un perfecto caos.
En los tres días del puente de la Constitución, medio millón de turistas ―según datos proporcionados por Turespaña― pasaron por las calles de Madrid. La Policía Municipal se vio obligada a tomar medidas extraordinarias para evitar tapones. Cuando la calle Preciados —acaso la más transitada de Madrid— se llenaba demasiado, un cordón policial era desplegado en su desembocadura con la Puerta del Sol. La estampa resultaba insólita: sobraban clientes y faltaba aire. Las fuerzas de seguridad, además, establecieron que los dos accesos laterales de la estación de metro fueran empleados solo para entrar, y los dos principales para salir. «Lo del viernes no es frecuente, pero entra dentro de las situaciones previstas», comenta Basilio, uno de los miembro del SAMUR que patrulla a diario por los alrededores de Sol.
«No sentí miedo porque estaba metida en mi puesto, pero la imagen fue tremenda», asegura la dependiente de un tenderete de almendras garrapiñadas situado en la Plaza Celenque. Colindante a la calle Arenal, el puesto de esta vendedora es rodeado por una marea de familias cada vez que empieza una sesión de Cortilandia. Un espectáculo infantil de figuras animadas que se ha colocado, por derecho propio, entre las rutinas de la Navidad madrileña. «Cuando se producen colapsos como los de este fin de semana, no se vende absolutamente nada», explica la comerciante. Hasta las siete de la tarde, la Policía Municipal no fue capaz de descongestionar la zona, con el consiguiente perjuicio para el asediado puesto.
No obstante, el aluvión de consumidores fue todo menos negativo para las asociaciones de comerciantes de la zona. «Es el fin de semana que más se vende en todo el año», aclara Paloma de Marco, presidenta de Apreca (Asociación de comerciantes de Preciados y las zonas adyacentes al centro). Para esta asociación, «las únicas aglomeraciones que provocan problemas a los comercios son las manifestaciones». «Nuestras preocupaciones son los hurtos, la suciedad, la venta ilegal… una invasión de turistas es siempre bienvenida», argumenta Paloma de Marco. «Y a pesar de todo, las ventas están estancadas: seguimos sumidos en la crisis».
El pequeño Chencho se pierde en la plaza Mayor
Visitar el tradicional mercadillo navideño es otra de las grandes cimas de la Navidad castiza. En la clásica película de La Gran Familia, Chencho ―benjamín de una cuantiosa familia de las de antes― se perdía en el decimonónico mercadillo. Durante el mes de diciembre, la plaza Mayor se trasforma en un foso de multitudes. «Es una costumbre en mi familia ir al centro. Sabemos que la zona está repleta en estas fechas, pero sin este paseo nos faltaría algo. Nos gusta ver las luces, el árbol y siempre compramos alguna figurita para el belén», manifiesta Amparo, madrileña del barrio de Ventas, que visita la concurrida plaza junto a su marido y su suegra al menos una vez al año.
«Este fin de semana ha sido algo acojonante; fuera de toda lógica. Pero en cuanto le den vacaciones a los niños esto será impracticable», exclama Fernando, un vecino de «toda la vida», exultante tras encontrar un hueco en la calle de las Fuentes donde acostar su coche. La mayoría de los vecinos coinciden en señalar que la principal preocupación de vivir en la zona es dónde y cómo aparcar. «Una vez que encuentras un sitio lo mejor es no mover el coche en toda la Navidad», añade.
Fernando, sin embargo, apunta las ventajas del distrito más emblemático: «No hay lágrimas sin suspiros. Vivir aquí tiene muchas cosas buenas. Nunca es de noche, nunca te sientes solo». También Estefanía González, representante de la Asociación de Vecinos de Centro-La Latina (AVECLA), resalta las virtudes de vivir en el Centro. «La gente tiene un concepto equivocado basado en estereotipos. Entre semana éste es un barrio de gente mayor, con calles muy tranquilas, diseñado para ir a todos lados andando o usando el servicio público». Para el tiempo de las hordas invasoras, la mejor recomendación es «transitar lo menos posible por las calles principales y huir de aquel jaleo». Quizá, en dirección al lugar en blanco y negro donde se refugia el espantado Chencho.
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