La tienda de vinos que sobrevivió a la Guerra Civil
La pequeña tienda especializada en vinos «Bodega J. Cuesta», ubicada en el 105 de la calle Menéndez Pelayo, lleva nada menos que 77 años despachando botellas. Las de toda la vida, las que los entendidos y sobre todo los no entendidos piden en las bodegas o al pie de la barra identificándolas con la uva (tempranillo) o con las regiones (Rioja, Ribera, Valdepeñas…) que todos conocemos. Pero esta bodega también le da su lugar a los vinos desconocidos. Sergio Sansegundo que lleva dos años al frente de este pequeño comercio por petición de la familia Cuesta y especialmente por su profundo amor al vino, prefiere vender las joyas de España que pocos paladares han saboreado.
«Bodega J. Cuesta» nació en 1936. «Ha sobrevivido a la guerra y a todas las crisis», cuenta Sansegundo orgulloso. No pertenece a la familia fundadora que le dio nombre a la tienda pero la siente suya, al igual que cada botella que pasa por sus manos. Cree que «la mejor forma de aprender es probar». Y eso es lo que intenta transmitir a sus clientes: «Tienen que probar. Si viene un cliente y me pide un vino conocido no se lo vendo. Siempre le propongo alguno que no conoce porque generalmente suele pagarse más por la marca que por el vino», asegura. «Le digo que se confíe, y si no le gusta, me comprometo a regalarle la botella que pidió inicialmente. Pero, hasta ahora, ninguno ha vuelto reclamando», cuenta satisfecho.
1.500 tipos de vinos
A Sansegundo le gusta recomendar y muchas veces se ve obligado a hacerlo. «El cliente tipo es aquel que no sabe pero cree que sabe», relata ocultando lentamente la reluciente sonrisa que le regala a todos los que atraviesan la antigua puerta con un cristal apenas visible por la infinidad de versos sobre el vino pegados sobre él.
«Buenas tardes, no sé mucho de vino. Estoy buscando algo diferente, no el típico tempranillo. Es para un amigo que está poco acostumbrado a beber», le dice una joven. Sansegundo no se detiene a reflexionar. Tiene registrados todos y cada uno de los vinos que hay detrás del mostrador (unos 1500 tipos, todos nacionales). Se da la vuelta, coge dos botellas, y las planta en el casi centenario mostrador haciéndolas sonar, de forma contundente, como si fuera su última venta. «Puedes probar otras uvas. Syrah es de La Mancha, es una uva con matices de frutos rojos, como de frambuesa, fresa o arándanos. Tengo otro vino que es garnacha, de la Ribera del Queiles, Zaragoza. Es un vino joven, con matices de frutos secos», explica Sansegundo animado. «¿Cuál es la diferencia entre garnacha y syrah», interrumpe la clienta. «La garnacha da matices de ahumados, de sabores tostados y el syrah es más afrutado». La joven no le pide más detalles. Se lleva la tercera botella que le pone sobre la mesa al escuchar: «Está riquísimo este vino, está muy muy bueno». Y es que resulta imposible no fiarse.
Llega otra clienta que pide vinos para cocinar. También tiene. Solo hay que indicarle qué queremos guisar: pescado, pollo, carne… Las posibilidades son infinitas y el conocimiento de Sansegundo, también. La clave, para él, es «mostrar interés». «Cuando empecé a probar los vinos me interesaba por saber su nombre, la marca». Pero reconoce que ha aprendido más detrás del mostrador que en los 25 años que estuvo catando antes de aterrizar en la tienda.
Una pasión que viene de la niñez
Pero… ¿Cómo empezó la pasión? De la observación, o quizás, de algún otro sentido que se le encendió a Sansegundo en la niñez. «Veía a mis padres cenar con vino y me empecé a interesar. Ahora intento transmitirle a la gente lo mismo que sentía cuando era joven, el vino hay que vivirlo», zanja.
Sansegundo lo vive y también sus clientes, o incluso sus amigos que lo visitan para escucharlo. «Este sabe mucho», cuenta un amigo que aparece por la tienda y apoya el codo sobre el mostrador para quedarse allí eternamente, viendo y escuchando el espectáculo que monta Sansegundo con su bebida favorita. También aparecen fugazmente los que admiran la tienda desde fuera y hacen comentarios de la «famosa bodega…» haciendo que sus pasos se lleven su voz y la promesa de entrar algún día. Saben que la tienda seguirá ahí.
La casa se mantiene como en 1936. El mismo suelo, las mismas estanterías y el polvo alojado en algunas botellas antiguas «que le dan más solera» y que Sansegundo expone como trofeos. «Tengo un Don Ramón del 34; un Glorioso del 82; un Marqués de Riscal del 47 o un Paternina del 28…», relata mientras admira las botellas.
Para Sansegundo la clave de la superviviencia ha sido «el trato, saber ganarse a los clientes». Casi 80 años al servicio de los madrileños que estos han sabido corresponder. De hecho, varias generaciones visitan la tienda. «La edad de la clientela va de los 25 a los 50 años», explica. Y si bien la clientela mayor es fiel, suele estar menos abierta a los consejos. «Están acostumbradas a lo de siempre, alguno incluso me ha llamado ‘niñato’», lamenta. Sansegundo es joven pero tiene el conocimiento de quien envejece aferrado a su pasión. Pasión por un único vino: el español, que es el único que vende. «Aquí hemos tenido mal marketing. Siempre se han valorado más los vinos de Francia e Italia y en España hay mucha calidad a buen precio», asegura.
Un vino hecho «con cariño»
Sansegundo hace recomendaciones y se ajusta al cliente, pero él también tiene sus favoritos. «Posiblemente es Hesvera de la Ribera del Duero. Es un vino de autor del que se han hecho solo 2000 botellas». Ha elegido este vino, que no es precisamente de los más caros (45 euros), porque «se hace con mucho cariño». Esa es la nota para ser el preferido de este apasionado por la bebida de Baco.
El vino es su vida y espera que sus hijos sigan con su misma afición. Esa que lo impulsó a él a dejar su trabajo con «buen sueldo y contrato indefinido» para dedicarse al vino. «Sé que no ganaré dinero pero me hace feliz y eso es lo que cuenta».
[twitter_follow username=»jgstegmann» language=»es»]
[imagebrowser id=55]