Una parroquia de barrio para conquistar el mundo

Carlos Quesada fumaba, como cualquier otra tarde, frente a la puerta de la iglesia en la que es párroco. Sin mediar palabra, un viandante le recriminó la ostentación de la fachada —cubierta de mármol y rematada por unas vidrieras de intenso azul–, un lujo que contrasta con la sencillez del barrio en la que está enclavada, Carabanchel. Sin tiempo de reacción, Carlos tuvo que escuchar cómo el hombre le echaba en cara que ese dinero podría haber ayudado a los pobres. Lo que él no sabía es que el templo se había levantado con el apoyo y el esfuerzo de la gente del barrio.
La parroquia de Santa Catalina Labouré se erigió hace 48 años, aunque no conoció su forma original hasta 2003, año en el que el mismísimo Rouco Varela la consagró. Poco se parece a cualquier otra iglesia de barrio, y no sólo en su esplendor exterior. La distribución prescinde del tradicional retablo y sitúa al párroco casi en el mitad de los feligreses, que se reúnen en torno a él de forma «asamblearia» en bancos que parecen formar un anfiteatro. La decoración sorprende: el azul eléctrico de la moqueta contrasta con el blanco del mármol y el dorado de las pinturas realizadas por Kiko Argüello en estilo bizantino moderno. Kiko Argüello fue también el diseñador del templo. Pero, ¿quién es Kiko Argüello? Para Carlos Quesada es «un artista», pero es mucho más que eso: también fue el iniciador del Camino Neocatecumenal que hoy tiene en esta parroquia uno de sus principales centros.
Este movimiento católico, bendecido por el Papa Benedicto XVI a principios de 2012 —«La Iglesia os da las gracias por lo que hacéis», les dijo—, ha llegado a más de 100 países en el mundo y cuenta con millones de seguidores. La biografía oficial dice que Kiko Argüello inició su «itinerario de formación católica» en las barracas de Madrid en los años 60, en el corazón de Vallecas. Cuarenta años después los Kikos, como se les conoce popularmente, son uno de los movimientos más potentes en el seno de la Iglesia y han pasado de aquellas calles difíciles a recibir audiencias con el Papa que son incluso retransmitidas por televisión.
Trabajo con los vecinos
La localización de Santa Catalina Labouré mantiene ese espíritu de llegar a los humildes. La cristalera de la fachada refleja el parque de Opañel, una minúscula zona verde en mitad de la isla de ladrillo que le rodea. Allí el pasado domingo varios sin techo compartían un cartón de vino junto a una cancha de baloncesto ya sin canastas, ajenos a lo que ocurría a su alrededor. La leyenda cuenta que Kiko Argüello arrancó su camino entre hombres como estos. Hoy son decenas de familias las que llegan de todas partes a una parroquia cada vez más integrada en el barrio. «Estoy muy contento por cómo se implica la gente», resume el párroco Quesada. Fe de ello pueden dar las casi mil personas que cada fin de semana pasan por la parroquia.
Pero su trabajo no se queda en lo que pasa de puertas para dentro. El propio párroco parafrasea al Papa Francisco cuando pidió a los jóvenes que salieran «a la calle a armar lío». «Yo mismo debería salir más. Estoy siempre ocupado», dice Carlos Quesada. Aunque escasas, en sus salidas siempre nota «buena reacción de la gente», y pone como ejemplo cómo los locales de la zona han colaborado con un grupo de quince chicos de la parroquia que van a reeditar una revista. En plena crisis del papel, estos nuevos «periodistas» publicarán en marzo «Duc in Altum» (Rema mar adentro) más de diez años después de que se cerrara. Cuentan con el apoyo de comerciantes, que aportaron 600 euros para comenzar. No es la única interacción entre jóvenes e iglesia: organizan desde campamentos hasta salidas por las casas del barrio para anunciar el Evangelio. La mayoría de estas actividades son servicios de la pastoral pero ofrecidos por chicos del Camino Neocatecumenal, ya que «son los feligreses más comprometidos».
Cuando Carlos Quesada recuerda la anécdota con el transeúnte cabreado se le tuerce el gesto, no por enfado sino por decepción. «Parece que la gente humilde no puede tener cosas bonitas, que solo pueden estar en sitios buenos. La gente humilde se merece cosas de las que estar orgullosos», explica el párroco de una iglesia cuyas paredes están adornadas con las mismas pinturas que desde 2004 presiden el ábside de la Catedral de la Almudena. Unas representaciones que mezclan la tradición de oriente y occidente en una corona mistérica que es el gran atractivo del centro.
Para embellecer más el barrio tiene un nuevo proyecto: el descampado que queda en la parte trasera de la iglesia va a ser reformado. «Haremos un jardín con árboles bíblicos, un estanque y una capilla estilo moldavo dedicada a la ánimas del purgatorio. Será un memorial a la resurrección con pinturas en la parte exterior, para que todos los que paseen la puedan ver», cuenta el sacerdote. Además esperan construir una cripta en una planta subterránea y un aparcamiento «que nos obliga el Ayuntamiento» en una segunda planta bajo tierra. Una zona verde rodeará todo el complejo que, aunque vallado, estará abierto para todos. Esta es una de las preocupaciones del párroco, «si ahora nos hacen pintadas en la iglesia no pasa nada porque al ser un edificio protegido por su interés cultural el Ayuntamiento las borra rápido, pero los químicos que utilizan no funcionarían si nos pintan la capilla, ya que también borraría los frescos». El proyecto no solucionará otro problema que le preocupa del edificio: unas goteras que le van a costar más de 8.000 euros reparar. Ha pedido ayuda a los vecinos a través de colectas: «No logro reunir más de 1.000 euros. Así va a llegar antes el día del Juicio Final que acabar de arreglarlas», explica entre risas.
Entre el corazón de la iglesia y la parte donde se levantará el nuevo proyecto queda un amplio pabellón donde están algunas de las salas más usadas por los vecinos, desde una coqueta biblioteca a una sala con cocina donde se hacen algunas celebraciones comunales. También hay un cuarto que hace las veces de banco de alimentos gestionado por Cáritas donde los que peor lo están pasando en el barrio reciben ayuda. Y en mitad de esta sala, una fuente calma los ánimos de los visitantes. El objetivo es volver a convertir la parroquia en el centro de encuentro para los vecinos: «Queremos que este patio sea como un ágora de reunión».
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