Cámara oculta: ¿Periodismo o sensacionalismo?
La labor periodística no se reduce a copiar teletipos ni a reproducir la verborrea de los políticos en las ruedas de prensa, cuando se pueden hacer preguntas, claro. El periodismo es buscar la información entrelíneas, desenmarañar el ovillo de los datos escupidos por los gabinetes de prensa, provocar la declaración no prevista, analizar e interpretar la realidad, hablar de lo que le concierne e interesa a la ciudadanía, sacar a la luz lo que está oculto en la gran mayoría de los casos, de forma intencionada. Por lo tanto, el periodista, en ejercicio de su derecho a publicar información veraz y en el de los ciudadanos a recibirla, debe buscar los métodos para que las noticias no se reduzcan a buenas intenciones. La cámara oculta es uno de esos métodos. Ello no significa que deba abusar de ella ni mucho menos usarla cuando, como y con quien quiera. El fin no siempre justifica los medios. Pero hay veces en que sí lo hace, precisamente cuando gracias a una cámara se descubren estafas, se destapan organizaciones criminales, redes de proxenetas u organismos fraudulentos que se esconden detrás de una aparente pero muy cuestionable buena imagen. Incluso, se pueden llegar a desenmascarar a corruptos. Una cámara oculta es cuestionable, la ética de un periodista no debe serlo jamás, por eso, será éste el que deba asumir la responsabilidad y responder ante su conciencia para determinar cuándo procede usar una cámara y descubrir a través del objetivo una verdad que no puede, sino que debe ser conocida.
La profesión se transforma en oficio de rapaces y traperos cuando nada importa para conseguir la noticia. Sólo el corporativismo puede defender una práctica que resta credibilidad a los periodistas y los sitúa en la categoría de espías a tiempo parcial. La cámara oculta es la prueba de que todas las horas dedicadas a enseñar ética en facultades y másteres ha sido tiempo perdido. No todo vale para lograr una historia. Con este método, se obtiene por vía rápida lo que se podría conseguir con una ardua investigación periodística. Y, para colmo, los reportajes satisfacen en su mayoría a un público sensacionalista que solo demanda espectáculo. La cámara oculta hace público el desprestigio de los medios de comunicación y justifica la desconfianza hacia ellos. Además, el uso de esta técnica vulnera los derechos de la persona grabada. Quien aparezca en la imagen siempre será el malo de una película guiada por la manipulación y las medias verdades. Hace poco pudimos asistir al uso de una grabación clandestina el día que la Infanta Cristina declaró ante el juez Castro. ¿Qué aportó aquella hazaña más allá del autobombo del medio? ¿Aumentó la calidad de la información?
Lo has clavado
La cámara oculta, como bien afirma J. G. Stegmann, debe usarse con extrema precaución, pues su uso repetido entraña el riesgo de convertir al periodista en un cazador furtivo.
Desde mi punto de vista, la cámara oculta debería para obtener una determinada información que no se obtendría por canales convencionales, para luego poder presionar en una entrevista y poner entre la espada y la pared a aquellos individuos que ocultan sus actividades ilegales (o a legales, o simplemente poco éticas) bajo una falsa máscara de rectitud, ética y civismo.
Las imágenes y la información obtenidas del uso de cámaras ocultas deberían ser herramientas para destapar y desenmascarar a quienes cometen estas actividades durante el transcurso de una entrevista oficial, consiguiendo que las «confesiones» sean «on the record».
Sólo contemplo su uso en un caso: Si el entrevistado insiste en su versión falsa, me parece legítimo utilizar las imágenes de la cámara oculta para destapar dicha versión y poner al descubierto al mentiroso.