¿Se han convertido los sucesos en un espectáculo?
Lo desagradable de las opiniones es que todo el mundo tiene una, por muy inmoral y malsana que pueda ser. Es denigrante afirmar que el periodismo que requiere de mayor sensibilidad puede campar a sus anchas hasta alcanzar la categoría de película de sobremesa. Y eso es lo que está ocurriendo. Las noticias de sucesos no solo tienen límites –como todas–, son, además, los más claros e inquebrantables: donde la dignidad e intimidad de las víctimas se asoma. El periodismo de sucesos tiende a no distinguir entre informar y montar un espectáculo a costa de gente que vive el peor episodio de su vida. Y dar a conocer los detalles más íntimos de una víctima nada tiene que ver con el periodismo. Si acaso es propio de gladiadores, leones o demás elementos de un circo romano. La excusa que empleáis los ávidos morbosos recurre a aquello de que al público hay que darle lo que pide. ¿Al público hay que entregarle cabezas cercenadas? ¿Hay que venderles el dolor de los familiares? ¿Hay que narrar, casi con deleite, el horror que vivió una niña de once años? Eso no es periodismo, es pornografía. El trabajo del periodismo pasa, precisamente, por evaluar qué merece ser contado, marcar los límites y ser sensible al dolor ajeno.
Me sorprende reconocer en alguien como usted ese típico buenismo de que todo es perverso fuera de los límites preestablecidos. No lo podía imaginar. Es evidente que los sucesos se han visto perjudicados por el influjo de la televisión; pero todos lo hemos hecho. Vivimos en la sociedad de la imagen, se lo recuerdo. A no ser que usted sea de esos que han prescindido del móvil, de los que llegan a casa y, a ritmo de un vinilo de Bach, declaman poesía a una imaginaria platea. No señor, no es bueno que se hayan perdido los valores de una información de sucesos pulcra y escrupulosa, pero tenemos que adaptarnos a lo que el público también reclama. Ya está bien de creernos los adalides de la sociedad, de querer ser los que eduquemos al inculto e inmaduro vulgo. Vivimos una mala época para literatura y el periodismo, no lo podemos negar. Hoy ya sólo se escribe para una selecta minoría. Pero si haciendo los sucesos más «espectacularizados» (perdón por el palabro) conseguimos que llegue gente al periódico, pues bienvenidos sean. Y si además, aunque sea de casualidad, se leen más allá del suceso de ese mes, pues todos ganamos. Sin buenismos ni esnobismos. Se trata de vender periódicos.