Chamartín

Garibaldi, el esqueleto que se convirtió en símbolo de una afición

Garibaldi, en el Estudiantes-Gipuzkoa Basket de final de enero. Foto: Club Estudiantes
Garibaldi, en el Estudiantes-Gipuzkoa Basket de final de enero. Foto: Club Estudiantes

Hace más de sesenta años que un esqueleto humano se convirtió por accidente en emblema de un club deportivo. Poca gente sabe por qué sucedió. «Es algo que se ha ido transmitiendo de generación en generación», dicen tanto los sexagenarios como los adolescentes. En el patio del colegio Ramiro de Maeztu, en la calle Serrano de Madrid, los estudiantes empezaron a organizarse para jugar a baloncesto. Al principio, el resto de alumnos veía los partidos desde las ventanas de clase; en una de esas, el esqueleto del laboratorio de ciencias, bien por azar o bien porque alguien lo colocó así, parecía estar viendo el partido desde la ventana. Se llamaba Garibaldi, como el héroe italiano, y se cantó en su honor:

«¡Dicen que se ha muerto Garibaldi! ¡Uh! ¡Garibaldi! ¡Uh! ¡Garibaldi! ¡Uh, uh, uh!»

Para pasmo de la razón, de aquellos episodios nació un club de baloncesto profesional. Poco tiempo antes (en 1948), varios muchachos del Ramiro habían inscrito un equipo del colegio en la Tercera División de la Federación Castellana. El jefe de estudios, Antonio Magariños, se encargó de que el equipo compitiese normalmente contra otros. Aunque el primer año se llamó ‘Ramiro de Maeztu’, para su segundo cumpleaños el club ya era de forma oficial el ‘Estudiantes‘ (‘Estu’ para los de casa).

El primer Estudiantes era el equipo de un colegio que competía en la máxima categoría

«Garibaldi era como una letanía transmitida de unas generaciones a las siguientes», rememora Vicente Ramos. Tras empezar las clases en el Ramiro en 1952, con cuatro años, Ramos jugó en las categorías inferiores del Estudiantes y terminó en el primer equipo. «Físicamente a Garibaldi no se le veía: era un medio de estudio, un esqueleto que había en el laboratorio de ciencias, y no se podía sacar, cogerlo y bajarlo al campo». Ramos recuerda que con diez u once años iba a animar al ‘Estu’ y se aprendía el ‘Dicen que ha muerto Garibaldi’. «Todos lo cantábamos».

Más o menos por esos años (1957) se formó «La Claqué» —más conocida como «La Cla»— algo que en la actualidad se llamaría grada de animación; entonces no se podía llamar así porque apenas había gradas. Parte de los que la formaron pasarían luego al equipo de baloncesto, el ciclo de la vida del Ramiro de Maeztu, algo que explica bien la identidad del Estudiantes. «En el Ramiro, además de Matemáticas y todo lo demás, había una clase de ‘Cla’», relata Gonzalo Sagi-Vela. «Allí se juntaban todos los alumnos e inventaban cánticos y estrofas». Sagi-Vela jugó en el Estu entre 1968 y 1979. Entre los setenta y los ochenta, lo que va de Franco a la Movida, a «La Cla» la reemplazó la «Demencia», que todavía hoy acompaña al Estudiantes en las canchas.

En la época demente, el Estudiantes ya había abandonado «La Nevera», como llamaron a la cancha nueva del colegio ramireño, por el Polideportivo Antonio Magariños. «Nos tuvieron que mover de sitio en la cancha: estábamos encima de las piscinas y con lo que saltábamos temían que la grada se viniera abajo», explica Belinchón, uno de los fundadores. Allí el ‘Estu’ acogía hasta 4.500 personas, se calcula, en un aforo con capacidad para más o menos la mitad. «Garibaldi ya era un icono cuando se formó la Demencia. Se ha ido transmitiendo de generación en generación». Desde su laboratorio, el esqueleto vio al irreverente Estudiantes ganar Copas del Rey y conseguir subcampeonatos de Liga ante los equipos más ricos de Europa, toda una hazaña para el equipo que nació, literalmente, en el patio de un colegio.

«Lo que más diferenciaba al Estudiantes en sus inicios es que era un club realmente amateur que competía con profesionales», apunta Vicente Ramos. Él mismo se fue a uno de esos clubes, al más odiado: al Real Madrid, el vecino rico que se llevaba a los mejores jugadores colegiales. Con los blancos ganó nueve Ligas y dos Copas de Europa. «Cuando venía el Madrid, la Cla tenía un cántico que decía “tenéis americanos, tenéis mucho dinero, pero no, pero no, pero no tenéis pilila”». Ramos cuenta que en su primer partido de blanco en el Ramiro, su excompañero Pablo Bergia fue a darle un abrazo en el calentamiento. «La Cla añadió una estrofa a la canción: “Vicente, sí, Vicente, sí”».

Sagi-Vela habla de «familia» cuando recuerda la relación entre los jugadores y la afición. «Era algo magnífico. Lo echo de menos ahora». El Estudiantes juega en el Palacio de Deportes de Madrid, con capacidad para 15.000 personas —el club tiene unos 9.000 abonados—. De tener jugadores que no cobraban, el club ha pasado a meterse en ley concursal por acumular una deuda con Hacienda de nueve millones de euros (más la contraída con otros acreedores). En 2012, por primera vez en su historia, descendió a la segunda categoría del baloncesto español; para mayor deshonra de su orgullosa afición, nunca llegó a jugar en ella porque los equipos que debían ascender no cumplían los requisitos económicos. El pasado 26 de enero, el Estudiantes —Tuenti Móvil Estudiantes, como dicta ahora su nombre oficial— solo había sumado tres victorias y era penúltimo en la Liga Endesa.

En ese momento, alguien dentro del club tuvo la idea definitiva para que el equipo volviese a ganar: llevar a Garibaldi al partido.

La reaparición de Garibaldi

«La idea fue de Mario, uno de los chicos de mantenimiento», revela Alfonso Verdugo, comercial del club madrileño. «Como últimamente las noticias en torno al club no son muy buenas, estamos haciendo una campaña de márketing interno para recordar que el Estudiantes es diferente». Parte de ella fue un ‘brainstorming’ con todos los trabajadores para sacar ideas. «Él mencionó a Garibaldi medio en coña, pero esto iba en serio».

Lo siguiente que hicieron fue llamar al Ramiro de Maeztu. «Se hablaba de que Garibaldi estaba prácticamente descompuesto en el laboratorio del Ramiro», cuenta Verdugo. La idea del club era llevarlo al partido y grabar un spot con él, pero desde el instituto no dejaron que el esqueleto original pisase el Palacio de Deportes. «Es que son huesos de verdad —sigue Verdugo—. Si te acercas tiene hasta su pequeño olor». Por no causar males al mito, decidieron mandar al Palacio otro esqueleto en su nombre.

Al Garibaldi original le faltan ya los brazos, un fémur y muchos huesos más, pero el sustituto hizo el trabajo: el Estudiantes ganó en casa al Gipuzkoa Basket (72-61), la cuarta victoria del año.

Ahora el Estu lucha por no descender mientras afronta terribles deudas económicas

«Garibaldi es como el mito», dice Ale, una demente de veintipocos. «Como una leyenda, pero existe de verdad». El esqueleto ramireño puso título al documental que grabó el club por el sexagésimo aniversario en 2008 («Dicen que se ha muerto Garibaldi»). «Es como el que está siempre ahí», señala Pablo, otro joven miembro de la Demencia. En el descanso del partido que enfrentó a Estudiantes y Unicaja el domingo 2 por la mañana, le pregunta a otro compañero por el esqueleto. «A mí no me preguntes, joder, que tengo resaca». En las matinales, la Demencia suele cantar que «no más partidos por la mañana».

Frente al Unicaja, el Estudiantes perdió por un punto. Esta vez no estaba Garibaldi, ni su relevo sintético. «Os lo podíais haber traído, que toda ayuda es poca», espeta Chaky, un demente algo más veterano que los anteriores. «A mí lo que me sorprende es que se siga formando tanto ambiente en la cancha con chavales que no han visto al Estu ganar un partido de Playoffs. Eso tiene mérito», reflexiona. A Garibaldi lo ve como un «símbolo» del club.

Uno de los últimos mitos de la afición fue Nacho Azofra, ramireño y base mítico del equipo estudiantil. En el documental del aniversario, el exjugador definió a Garibaldi: «Es la radiografía de lo que es Estudiantes. Todos estos años nos ha acompañado. Empezó con su piel y todo su cuerpo entero. Y aquí anda, que le falta la tibia, el peroné, el pie y los brazos. Y, sin embargo, ¡aquí aguanta el tío!». Después de retirarse, Azofra se convirtió en director deportivo del Estu; cuatro años más tarde, salió del club tras el descenso y entre fuertes críticas de la afición. En 65 años de historia, un esqueleto humano es quien mejor ha resistido el paso del tiempo.

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