La Gatoteca, un café con siete vidas
¿Se ha visto rodeado de gatos juguetones al entrar a un café que se han recostado en su regazo sin pedir permiso? En Madrid hay un rincón que lo ofrece. Se trata de La Gatoteca, un «café con gatos», que invita a curiosos y amantes de los animales a tomar algo mientras interactúan con felinos que esperan a que uno de esos rostros desconocidos que los acarician entre sorbo y sorbo de café, decidan llevarlos a casa.
La Gatoteca, un proyecto de la Asociación Abriga y que lleva tres meses en marcha, se ubica en un espacioso local en el corazón de Lavapiés. Se ha concebido como una forma original de «autofinanciar una protectora en un país donde no te dejan entrar con un perro a un bar», explica con cierto recelo Eva Aznar, creadora de este proyecto y una indudablemente enamorada de los gatos. «Siempre me gustaron», asegura mientras uno de sus felinos se recuesta en su regazo y no contento, trepa hasta su pelo para lamerlo, mientras ella, impasible, continúa hablando. «Descubrí que en Japón había muchos cafés de gatos (Neko Cafe) y aparte de que me gusta mucho la cultura japonesa, me pareció una muy buena idea», añade esta diseñadora de interiores que presentó La Gatoteca como proyecto de fin de carrera.
Propuesta asiática
La Gatoteca es el primer bar de gatos de España. Pero estos cafés han aterrizado hace tiempo en otros países. Nacieron en Taiwán en 1998 y el primero de Europa se estableció en Viena en 2012. Japón ha sido uno de los países en donde mejor han funcionado posiblemente por el pequeño espacio de los pisos, el peso del alquiler sobre la propiedad y la cantidad de horas que los nipones pasan fuera de casa por la carga laboral.
Pero La Gatoteca le ha dado una vuelta de tuerca a las propuesta asiática. «Allí hacen hostelería con gatos, está más orientado al disfrute de la persona y aquí hay una labor social ya que nuestros gatos no tienen hogar», explica Aznar. De hecho, el objetivo principal de acoger a los trece gatitos, o los que lleguen (el límite estará en cómo se lleven entre ellos) es darlos en adopción. «Hasta ahora se han ido seis pero volverá uno porque sus dueños descubrieron que una de sus hijas tenía alergia», lamenta Diego, voluntario de La Gatoteca, mientras señala con un bolígrafo la foto de la gata devuelta, Vida, de entre unos vistosos retratos de los gatos en adopción que saludan a la entrada del local. Junto a las fotos, bigotes y orejas puntiagudas por doquier: en bolsos, adornos, llaveros o camisetas que se exhiben junto a gatos de juguete que mueven la cabeza sin pestañear .
Entra una pareja. Pegados a la puerta y un tanto desconcertados, miran a Diego para que les explique dónde están.
–¿Es la primera vez que venís?– se apresura a preguntar Diego
–Sí -contesta la joven
–Os explico entonces qué es La Gatoteca. Podéis entrar para estar con los gatos y tomaros algo. Se cobra por tiempo. Son 6 euros la hora y podéis beber (excepto alcohol) lo que queráis cuantas veces queráis. Os pondré unas pulseras para indicar la hora a la que han entrado -explica Diego animado. Os dejo un folleto con las reglas -prosigue- pero las más importantes son: no darles de comer a los gatos, no cogerlos, hacer fotos sin flash y lavaros las manos antes de entrar
Universo gatuno
Con un forzado español, la joven dice que acepta y Diego los conduce a la habitación principal, donde se abre el universo gatuno. Es una habitación de dimensiones generosas, poblada de sillones coloridos, cojines rodando por el suelo y caricaturas de gatos inundando la pared.
Unas escaleras, a la izquierda, conducen a un entrepiso, donde hay más cojines, sillones y estanterías con libros y revistas. Algunas tablas de madera descansan vacías en la pared para que los gatos puedan trepar. Por el suelo, toda clase de juguetes para los felinos: sogas, muñecos de tela y muchos rascadores.
La pareja extranjera entra y se sienta cómodamente. A su alrededor, algunos gatos duermen, otros se pasean perdidos y alguno se deja acariciar. Los hay variados en color (grisáceos, negros, pardos) pero no en tamaño ya que se trata de gatos adultos, «los más difíciles de dar en adopción», cuenta Diego. De hecho, «no todos adoptan, mucha gente viene a estar con ellos, porque en casa no puede tenerlos, o porque vienen de fuera y echan de menos al suyo; incluso, como estamos cerca de Atocha, alguno viene a pasar un rato antes de coger el tren», explica Diego.
En uno de los extremos de la sala, hay una pequeña habitación a la que se prohíbe el paso y cuyo interior se descubre a través de una ventana: más gatos. «Es el cuarto de adaptación», explica Aznar. Cuando los gatos llegan, se evalúa su comportamiento y se comprueba que no tengan ninguna enfermedad común. De ello se encargan los veterinarios. Amaya Espíndola es especialista en medicina felina, como reza en su tarjeta de visita. «Siempre me preguntan si también atiendo perros, pero solo me dedico a los gatos», dice sonriente. «Muchas enfermedades se producen por estrés, hay que saber tratarlos, mucha gente piensa que es igual a tener un perro».
Los veterinarios no solo procuran que el gato esté sano antes de llegar a La Gatoteca desde las protectoras, refugios o casas de acogida, sino que hacen un seguimiento cuando es dado en adopción. «Primero se hace una entrevista con los adoptantes, se les obliga a hacer un curso de cuidados básicos y, una vez que el gato se entrega, se les pone un chip para asegurarnos de que no vuelvan a la calle», narra Diego.
Labor social
Este café es, según su dueña, una «labor social». El dinero vuelve a los gatos. «Costeamos los tratamientos veterinarios, el espacio, colaboramos con asociaciones y con las protectoras que nos traen los gatos, e incluso con la gente que cuida colonias de gatos salvajes, que no se recogen», dice Eva. Pero para ellos recién empiezan y, por eso, organizarán talleres, charlas y hasta clases de yoga con gatos.
Y como no podía ser de otra forma, también celebrarán el Día Internacional del Gato. Para festejarlo por todo lo alto, han preparado el primer festival gatuno: Festimiau. Pero celebraciones aparte, La Gatoteca se toma muy en serio lo que hace. «Debemos defender los derechos de los gatos», dice Aznar solemne, que llevaba tres años soñando con este proyecto y toda una vida, o siete, entregadas al amor por los felinos más pequeños y cercanos al hombre.
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