Una noche en el Edén
Llegó la noche a Huesca y con ella la diversión, la cena, las copas y el delirio. El restaurante Abadía Las Torres fue el marco de comienzo y el Edén sirvió de cierre para una noche en la que muchos acabaron viendo el sol. Lo difícil, acudir a las diez a la primera ponencia de la mañana.
Joan no es periodista, pero tiene negocios en el mundo de la comunicación y no es la primera vez que acude al Congreso de Huesca. Se juntó en la cena con un grupo de estudiantes y charló con ellos de periódicos, negocios, política y mujeres. «Los periodistas ligáis mucho», afirmó. Luego en el Edén comprobó que hay de todo: gente que lo intentó con más voluntad que acierto y gente que se las pudo llevar a pares.
María José y Maribel trabajan en el Congreso para que todo salga perfecto. Después cayeron a los encantos del Edén, donde pusieron en entredicho las dotes de seducción de periodistas y comunicadores. «Es que nadie baila», se quejaban. No lo compartimos. Muchos lo hicieron: unos con gracia; otros, sin ella y algunos descubrieron que sus pies servían para algo más que para andar.
Como en la canción de Estopa, el futbolín encontró las miradas perdidas y aquellas manos libres de los cubatas de Mariló. Allí el rey fue Ramón Salaverría. Se pasó media noche sin soltar los mandos del equipo azulgrana derrotando, o eso dijo, a todo el que se acercaba. Formó pareja con Carlos, alumno al que piensa suspender para que repita futbolín después de perder contra speribanez, de Zaragoza. Carlos, rendido, se defendió: «Me duelen las muñecas de tanto jugar». Después llegó el turno de una masterópoda, formando pareja con un director de un diario digital.
Un joven lector de La Razón abandonaba la fiesta, pero no se resistía a hacer un último intento de ligue, mientras su compañera de viaje intentaba llevárselo a dormir. «Tú te sentabas en la tercera o la cuarta fila», susurraba acercándose a otro joven periodista que venía de Madrid. Se había fijado en él durante el congreso y era su oportunidad, pero no tuvo suerte.
La noche empezaba a cerrarse. Corrían las cuatro de la madrugada y un joven congresista gritaba a viva voz: «¡¿Cuánto más puedo esperar de esta convención?!». Los gatos ya habían dejado de ser pardos y la Luna se había marchado a la cama. Pero ya se sabe que «las noches del Edén son muy largas». Bailes prohibidos, proposiciones (in)decentes y fuentes en medio de la nada que invitaban a pasar una noche en los calabozos. El juego del Edén te atrapa y no te deja escapar, salvo que sigas el camino de las baldosas amarillas.