La Ciudad Invisible, puerto de embarque de viajeros y trotamundos
En el número siete de la calle Costanilla de los Ángeles, una taza de café se convierte en el acompañante perfecto para que tomen forma las ciudades microscópicas y los barcos que navegan en dirección contraria al horizonte. Las dos plantas que conforman la cafetería La Ciudad Invisible han visto nacer rutas trazadas sobre un mapa de escenas imaginadas y han servido de albergue final para la reconstrucción de una infinidad de anécdotas turísticas.
Como en el diario de un viajero errante, el día uno no comienza a escribirse al primer paso en el destino deseado. La autodenominada cafetería-librería de viajes busca ser un cobijo para los trotamundos desde el nacimiento de su ruta. Mesas largas con sus taburetes a juego, la arquitectura perfecta para diseñar una escapada entre amigos. Con estanterías pobladas por guías de viaje y literatura relacionada con el tema, el café busca crear un espacio donde las personas puedan ir a compartir sus historias o pedir consejo sobre un futuro destino. O, quizás, simplemente disfrutar de un buen café. «Si alguien hace un viaje le animamos a que venga y nos cuenta su experiencia», explica uno de los dos fundadores.
Sentado a la luz de una vela, al igual que lo haría un «Marco Polo» delineando su próximo destino, Alfonso González cuenta con ilusión un proyecto que nació de la necesidad de darle un nuevo aire a su vida. En el primer capítulo de su periplo, González fue ingeniero. Si saltamos al final del libro, conoceremos a un protagonista que regenta junto a su socia Ana González una cafetería con más de un año de vida. Y, ciertamente, no les va mal.
No obstante, los capítulos intermedios narran desafortunados obstáculos con el proyecto emprendedor de Madrid. «La administración lo que pone hoy en día son trabas», afirma González. Su frustración con la burocracia no nace de lo irracional. La Ciudad Invisible se comenzó a gestar en el proyecto «Diseña tu empresa» de la Comunidad de Madrid. Pese a que realizaron todos los cursos e incluso les aprobaron el planning final, a la hora de intentar acceder a un crédito para financiar su cuidadosamente estructurada idea, la puerta se les cerró. No desanimados por el primer bache, ambos decidieron continuar con su plan, sólo con capital propio.
Todo viaje es un viaje interior
«Gran Kan, he recorrido tu vasto Imperio de un confín al otro; a pie, a caballo, y en barco. He visto ciudades inimaginables y he imaginado ciudades imposibles de ver: ciudades pasadas y futuras, utópicas e infernales. Pero el libro que sostienen tus manos no encierra la geografía de tu Imperio, sino la mía propia, porque, a fin de cuentas, todo viaje es un viaje interior.»
En el libro que le da nombre al establecimiento «Las ciudades invisibles», del autor Italo Calvino, un melancólico emperador de los tártaros, Kublai Kan, pide a Marco Polo que le narre las historias de las ciudades que componen su inmenso imperio. Los dos González estarán encantados de aconsejar a quienes no tengan un Marco Polo que sacie su necesidad de conocer mundos inimaginables.
En La Ciudad Invisible buscan aunar la confianza que da la experiencia de una agencia de viaje con la sinceridad de reseñas que uno pueda encontrar en la red. Hablando cara a cara, la complicidad de un extraño tras un batido de sabores exóticos lo convierte en amigo.
Cuando él habla de su proyecto no usa la palabra negocio. En La Ciudad Invisible se sirve desde un café mañanero hasta un tan de moda gin tonic para aligerar la digestión. Y es que Alfonso González asegura que en su local la máxima a la que aspira es «la perfección». En su trayecto hacia la cima de la excelencia, su presencia en el propio local es imprescindible. «A mi me basta con que me dé para comer. No lo hago con la intención de hacerme rico», afirma.
Si lo que busca un explorador es saciar el hambre por una nueva expedición o borrar el amargo sabor de alguna odisea, el local se ha preocupado por elaborar un menú tan diverso como las culturas que pueblan los cinco continentes. Fiel a su compromiso con un ambiente cimentado en la creatividad, en La Ciudad Invisible también organizan exposiciones y muestras de fotografía.
Calvino sentencia su retrato literario de las travesías de Marco Polo con una moraleja: «Buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio». González asegura que es el «boca a boca» lo que mantiene vivo la cafetería. Pero una recomendación no nace sino de quien, a base de esfuerzo, se gana un espacio digno de destacar en el mar de cafeterías madrileñas.
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