Las manos que sacan brillo al techo de Madrid
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Ahora que los Juegos Olímpicos de 2020 y los casinos de Sheldon Adelson volaron dirección Japón, los rascacielos del Cuatro Torres Business Area parecen apuntalar la autoestima de Madrid. El mayor de todos, Torre Cristal, es como el faro que recuerda a la ciudad que su grandeza no depende del atletismo ni el blackjack. Cada día, centenares de personas atraviesan las puertas giratorias y acristaladas de la entrada para comenzar su jornada laboral. Les recibe un inmenso vestíbulo, con el techo a diez metros de altura, sobre el que reposan 46 de las 52 plantas del edificio. Una especie de catedral, un diamante en la Castellana, como lo definió su creador César Pelli.
El edificio de Mutua Madrileña es oficialmente, y desde el verano pasado, el rascacielos más alto de España. Tiene 250 metros de altura envueltos en 45.000 metros cuadrados de cristal, el equivalente a unos siete campos de fútbol. En total, casi 5.000 ventanas de cuya limpieza se encarga un equipo que trabaja en jornadas de ocho horas todos los días laborables del año. En contra de lo que pudiera parecer, el mantenimiento de la torre no es un encargo esporádico. Es un esfuerzo diario de precisión y altura, una profesión de riesgo en la que todo está perfectamente medido.
Agustín Ortiz, madrileño de 40 años, es el responsable de mantenimiento y limpieza de la fachada de Torre Cristal. Cuenta que, «en condiciones favorables», pueden tardar seis o siete meses en repasar las ocho ‘caras’ del edificio. «Se nos pide una limpieza homogénea, por fachadas y siempre en el sentido de las agujas del reloj para que el edificio vaya manteniéndose lo más óptimo posible». Para darle la vuelta a toda esta megaconstrucción hacen falta 2.000 litros de agua y otros 100 de «jabones biodegradables», explica Juan Diego Carrasco, gerente de Torre Cristal.
El nivel de exigencia de esta profesión es máximo. A los trabajadores se les realiza todo tipo de controles relacionados con la prevención de riesgos en trabajos de altura. «Hacemos pruebas tanto físicas como bioquímicas, teniendo muy en cuenta el tema de los vértigos», enumera Agustín. «En cuestiones químicas, vigilamos cualquier alteración por la que el trabajador no estuviera capacitado para aguantar la tensión que puede ocasionar una situación extrema de riesgo». Se da la coincidencia, casi necesaria, de que todos los miembros del equipo son aficionados a deportes de altura.
Dentro de la barquilla o góndola, el personal va protegido con el EPI (Equipo de Protección Individual) y todos los elementos del interior «van totalmente anclados para evitar cualquier tipo de caída», explica Agustín. La góndola cuenta con teléfono propio –que comunica a sus dos ocupantes con el interior de la torre– y un cuadro de mandos que permite realizar entre 12 y 15 maniobras. Van desde el giro de la barquilla hasta la elevación de la grúa a la que está enganchada, ubicada en la parte más alta del edificio. Los cables que sujetan el habitáculo son de apenas siete milímetros de grosor, pero las cuatro capas que los componen y un sistema de pines los hacen infalibles.
A pesar de todas estas medidas, en las jornadas con vientos y lluvias fuertes está «totalmente prohibido» realizar trabajos de limpieza en el exterior. «Por una cuestión de seguridad son los días que desestimamos». Concretamente, entienden por lluvias fuertes aquellas precipitaciones que puedan estropear el resultado de su trabajo. Por vientos fuertes, aquellas rachas que superen los 50 kilómetros por hora. Aunque pueda parecer contraproducente, con precipitaciones leves sí se sale a trabajar. «En lluvias muy escasas la propia agua nos sirve para hacer más. Te ayuda a tener el vidrio ligeramente empapado y que todo vaya más fluido».
Los helicópteros, a sus pies
Agustín forma parte del equipo de limpiadores desde que comenzó la actividad de la torre a finales de 2009. Se dedicaba a la prevención de riesgos laborales y realizó un curso para especializarse en trabajos en altura, algo que le metió de lleno en el sector. Antes de entrar en Torre Cristal tuvo que superar todo tipo de requerimientos: «Ascensos, descensos, rescates o actuaciones de emergencia… Además, me realizaron pruebas como un electro, un TAC, revisión de la vista y el oído».
De su primer día de trabajo recuerda lo «impactante» que le pareció «ver cómo había helicópteros por debajo de mí». No exagera. Justo al lado de las Cuatro Torres está el Hospital La Paz, que cuenta con un helipuerto en su azotea, situada 59 metros por encima del suelo. Una altura irrisoria para alguien acostumbrado a trabajar por encima de 220. A esa altitud, explica, «se oye naturaleza y el movimiento de una gran ciudad. Desde Torre Cristal se aprecia que Madrid es una ciudad llena de vida». Lo extraordinario de su ‘oficina’ ha hecho que acumule «muchísimas» anécdotas, relacionadas en su mayoría con el clima y el paisaje. «Es curioso ver cómo algunos días llueve a ras de suelo y a la altura en la que trabajo hace un sol espléndido». También recuerda su participación en la película La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia. «Durante la grabación me ofrecieron colaborar, no sólo en el rodaje, sino también en la locución de un pequeño guion».
Por diferente y arriesgada que resulte su profesión, tras casi cinco años como limpiador en Torre Cristal, ha conseguido hacer rutina de lo extraordinario. No exterioriza nerviosismo alguno, tampoco tiene manías y realiza su trabajo con una naturalidad casi funcionarial. El tiempo que dura el reportaje se le puede ver silbando mientras empuña la raqueta y retira el jabón de los cristales. «Sí te diré que todos los días al comenzar me acuerdo de mis hijos. Sistemáticamente. Es una práctica instintiva».
[box]Un ascensor que tapona los oídos
Una de las grandes peculiaridades de este edificio son sus 27 ascensores, la mayoría de los cuales dividen la torre en tres partes. Hay seis que hacen parada entre las plantas suelo y 19, donde Mutua Madrileña tiene su oficina comercial. Seis que unen los pisos comprendidos entre la planta 19 y la 35, y otros cinco que hacen lo propio entre los pisos 35 y 50. Pero hay tres que rompen todos los registros, las llamadas lanzaderas, que unen sin escalas el suelo y el piso 35 a una velocidad de 28 kilómetros por hora. Son los ascensores más veloces de toda España, pues recorren un trayecto de 150 metros en menos de 20 segundos. Una velocidad a la que resulta casi inevitable que se taponen los oídos de sus ocupantes. Otros datos útiles:
– La torre mide 250 metros y tiene 52 plantas
– El ritmo de construcción fue de un piso por semana
– Tiene 4.600 ventanas. Algunas pueden pesar hasta 1.000 kilos
– El cable eléctrico supera los 250 km, es como unir Madrid con Cáceres
– Se emplearon 40.000 m3 de hormigón, como 19 piscinas olímpicas
– Fueron necesarios 4,5 millones de ladrillos (sin contar los sótanos)
– Hay más de 10 ºC de diferencia entre el suelo y la cima[/box]
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«La propia agua». «Agua» es sustantivo femenino.